Antes De Que Atrape . Блейк Пирс
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“¿Le importa que eche un vistazo?” preguntó Mackenzie.
“Adelante,” dijo Tate, alejándose al instante de ella para unirse a los otros agentes que estaban estudiando la escena.
Mackenzie se acercó al peñasco y al cadáver de Kenny Skinner con aprensión. Cuanto más se acercaba al cadáver, más consciente se hacía del daño que se había hecho. Había visto algunas cosas espeluznantes en su línea de trabajo, pero esta estaba entre las peores.
El ribete de sangre provenía de una zona donde parecía que la cabeza de Kenny se había estrellado contra la roca. Ni se molestó en examinarlo de cerca porque el negro y el rojo iluminado por los focos no era algo que quería que le regresara a su imaginación más tarde. La fractura masiva en la parte de atrás de su cabeza afectó al resto del cráneo, distorsionando las facciones del rostro. También observó cómo su tórax y su tripa parecían haberse inflado desde dentro.
Hizo lo que pudo para pasar esto por alto, examinando la ropa de Kenny y la piel a la vista en busca de signos de algo más depravado. Bajo la potente pero aun así ineficaz luz de los focos, era difícil estar segura pero después de varios minutos, Mackenzie no pudo encontrar nada. Cuando se alejó, sintió que empezaba a relajarse. Por lo visto, se había puesto tensa mientras observaba el cadáver.
Regresó donde estaba el alguacil Tate, que estaba hablando con otro agente. Sonaban como si estuvieran haciendo planes para notificar a la familia.
“Alguacil, ¿cree que podría encargarse de hacer que alguien reúna los historiales de esos catorces suicidios de los últimos tres años para mí?”
“Claro, puedo hacer eso. Haré una llamada en un segundo y me aseguraré de que estén esperándote en comisaría. Y sabes qué… hay alguien a quien puede que quieras llamar. Hay una señora en el pueblo, trabaja desde casa como psiquiatra y profesora de niños con necesidades especiales. Me ha estado dando la lata el año pasado sobre cómo todos esos suicidios en Kingsville no pueden ser simplemente suicidios. Puede que te ofrezca algo que no encuentres en los informes.”
“Eso estaría genial.”
“Haré que incluyan su información de contacto en los informes. ¿Estás bien aquí?”
“Por ahora, sí. ¿Me puedes dar tu número de teléfono para contactar más fácilmente?”
“Claro, pero este maldito aparato me falla a veces, necesito actualizarme. Debería haberlo hecho hace unos cinco meses. Así que, si me llamas y la llamada va directamente al buzón de voz, no es que te esté ignorando. Te llamaré de inmediato. Odio los teléfonos móviles de todos modos.”
Después de su perorata sobre la tecnología moderna, Tate le dio su número de móvil y Mackenzie lo guardó en su teléfono.
“Te veo por ahí,” dijo Tate. “Por ahora, el forense está de camino. Estaré realmente contento cuando podamos mover ese cadáver.”
Parecía algo insensible que decir, pero cuando Mackenzie volvió a mirarlo y vio el estado ensangrentado y fracturado del cadáver, no pudo evitar sentir que estaba totalmente de acuerdo.
CAPÍTULO CINCO
Eran las 10:10 cuando entró a la comisaría. El lugar estaba absolutamente muerto, el único movimiento provenía de una mujer de aspecto aburrido que estaba sentada a un escritorio—que Mackenzie asumió hacía las veces de servicios de emergencia del Departamento de Policía de Kingsville—y dos agentes que hablaban animadamente de política en un pasillo detrás del escritorio de la mujer.
A pesar del aspecto dejado del lugar, parecía estar bien llevado. La mujer en el centro de servicios de emergencia ya había copiado los informes que había mencionado el alguacil Tate y los tenía en una carpeta esperando a que llegara Mackenzie. Mackenzie le dio las gracias y entonces le preguntó por algún hotel en la zona. Por lo visto, solo había un motel en Kingsville, a menos de dos millas de distancia del departamento de policía.
Diez minutos después, Mackenzie estaba abriendo la puerta de su habitación en el Motel 6. Sin duda alguna, se había alojado en sitios peores durante su periodo como agente del FBI, pero no era probable que este fuera a recibir comentarios espectaculares en Yelp o en Google. Le prestó poca atención al estado minimalista de la habitación, dejando los archivos sobre la mesita que había junto a la cama individual y sin perder ni un minuto para ponerse a repasarlos.
Hizo algunas anotaciones propias mientras leía los archivos. Lo primero y quizá más alarmante que descubrió fue que de los catorce suicidios que habían tenido lugar en los últimos tres años, once habían tenido lugar en el Puente de Miller Moon. Los otros tres incluían dos suicidios por arma de fuego y un solo caso de alguien que se había colgado de la viga de un ático.
Mackenzie sabía lo bastante sobre pueblos pequeños como para entender el atractivo de un hito rural como el Puente de Miller Moon. Su historia y el misterio general de su abandono eran atrayentes, sobre todo para los adolescentes. Y, como mostraban los informes enfrente de ella, seis de los catorce suicidios habían sido de chicos menores de veintiún años.
Echó una ojeada a los informes; aunque no eran tan detallados como le hubiera gustado, estaban por encima de lo que cabía esperar de los departamentos de policía locales de pueblos pequeños. Anotó varias cosas, creando una lista exhaustiva de detalles que le pudieran ayudar a llegar al fondo de las múltiples muertes que estaban asociadas con el Puente de Miller Moon. Tras una hora más o menos, tenía lo suficiente como para fundamentar algunas opiniones generales.
En primer lugar, de los catorce suicidios, exactamente la mitad habían dejado notas. Las notas dejaban claro que habían tomado la decisión de terminar con sus vidas. Cada informe tenía una fotocopia de la carta y todas ellas expresaban lamentaciones de alguna u otra forma. Decían a sus seres queridos que los querían y expresaban desgracias que no habían podido superar.
Los otros siete casi podían ser considerados como clásicos casos de sospecha de asesinato: cuerpos que se descubrieron de repente, en muy mal estado. Uno de los suicidios, una chica de diecisiete años, había mostrado pruebas de actividad sexual reciente. Cuando hallaron el DNA de su pareja en su cuerpo, él había proporcionado pruebas en forma de mensajes de texto de que ella había venido a su casa, habían tenido relaciones sexuales, y después se había marchado. Y por lo que parecía, ella se había tirado desde el Puente de Miller Moon unas tres horas después.
El único caso de los catorce que podía entender que hubiera provocado algún tipo de investigación más a fondo era el triste y desafortunado suicidio de un chico de dieciséis años. Cuando le habían encontrado sobre esas rocas ensangrentadas debajo del puente, había moratones en su pecho que no encajaban con ninguna de las heridas que hubiera podido sufrir debido a la caída. En unos pocos días, la policía había descubierto que el chico había recibido palizas habituales de su padre alcohólico que, tristemente, había tratado de suicidarse tres días después del descubrimiento del cadáver de su hijo.
Mackenzie terminó su sesión de investigación con el informe recién recopilado sobre Malory Thomas. Su caso destacaba un poco de los demás debido a que la habían encontrado desnuda. El informe mostraba que habían hallado sus ropas en una pila bien ordenada sobre el puente. No había signos de abusos, ni de actividad sexual reciente, o de juego sucio. Por una u otra razón, simplemente parecía que Malory Thomas había decidido dar ese salto como vino al mundo.
Eso