Una Razón Para Rescatar . Блейк Пирс

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Una Razón Para Rescatar  - Блейк Пирс Un Misterio de Avery Black

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escondida en algún lugar en el campus de Harvard?”.

      Estaba haciendo una suposición justa, pero todavía no se lo creía.

      Empezaron a caminar de regreso al auto pero, antes de que pudieran llegar a la cinta de la escena del crimen, vio a un auto frenar bruscamente en la acera de la calle. No reconoció el auto, pero sí el rostro. Era el alcalde.

      “¿Qué está haciendo este cretino aquí?”, se preguntó. “¿Y por qué se ve tan molesto?”.

      El hombre se acercó a los investigadores restantes, todos los cuales comenzaron a abrirse paso para dejarlo pasar. Avery pasó por debajo de la cinta de la escena del crimen. Supuso que podría impedirle el paso antes de que metiera la nariz en el caos sangriento detrás de ella.

      La cara del alcalde Greenwald estaba roja de la rabia.

      “Avery Black, ¿qué demonios estás haciendo aquí?”, espetó.

      “Bueno, señor”, dijo ella, no del todo segura de qué respuesta inteligente le daría.

      A la final no importó. Otro auto frenó bruscamente a lo largo de la acera, casi chocando con el auto del alcalde. Avery sí reconocía este auto. Connelly salió del asiento del pasajero. O’Malley apagó el motor antes de bajarse, alcanzando a Connelly.

      “Alcalde Greenwald”, dijo Connelly. “Esto no es lo que cree”.

      “¿Qué fue lo que me dijiste esta mañana?”, dijo Greenwald. “Me dijiste que todas las señales apuntaban a que este asesinato fue obra de Howard Randall. Me aseguraste que manejarías el asunto con cuidado y que la escena del crimen podría ofrecer pistas sobre dónde se estaba escondiendo ese hijo de puta. ¿O no fue así?”.

      “Sí, señor, sí fue así”, dijo Connelly.

      “¿Y ahora me dices que involucrar a Avery Black en el caso es encargarse del asunto? ¿La misma detective que los medios de comunicación saben se reunía en privado con él?”.

      “Señor, le aseguro que ese no es el caso. La llamé solo para consultar con ella. Después de todo, ella conoce a Howard Randall mejor que cualquier otra persona en la fuerza”.

      “No me importa. Si los medios de comunicación se enteran de esto... si siquiera piensan que la detective Black es la encargada de este caso, vivirás para lamentarlo”.

      “Sí, entiendo, señor. Pero el...”.

      “Esta ciudad ya está aterrada por el hecho de que Randall está suelto”, continuó el alcalde. “Sabes tan bien como yo que estamos recibiendo al menos treinta llamadas al día de personas preocupadas que piensan que lo localizaron. Cuando se enteren de este asesinato, y seamos sinceros, solo es cuestión de tiempo, sabrán que fue él. Y si Avery Black está en el caso...”.

      “No importará”, dijo Avery, después de haber escuchado lo suficiente.

      “¿Qué dijiste?”, gritó el alcalde Greenwald.

      “Dije que no importará. Howard Randall no lo hizo”.

      “Avery...”, dijo O’Malley.

      Connelly y el alcalde Greenwald la miraron como si hubiera dicho una locura.

      “¿Estás hablando en serio?”, preguntó Greenwald.

      Y antes de que pudiera responder, Connelly se puso de su lado. “Black... sabes que esto es obra de Howard Randall. ¿Por qué diablos dices que no es así?”.

      “Solo busca los archivos”, dijo. Luego miró a Greenwald y agregó: “Usted también. Verifique los archivos de Howard Randall. Encuentre algo parecido a esto, tan exagerado y sangriento. El desmembramiento es una cosa. Pero esto es explotador. Howard primero estranguló a sus víctimas. Lo que estoy viendo con esta última muerte es totalmente distinto”.

      “Howard Randall aplastó la cabeza de una mujer con un maldito ladrillo”, dijo Greenwald. “Yo diría que eso es bastante sangriento y brutal”.

      “Es verdad. Sin embargo, esa señora fue golpeada dos veces y el informe muestra que fue el segundo golpe el que la mató, no el primero. Howard Randall no hace esto por emoción, violencia o explotación. Hubo poca sangre incluso cuando dispersó las partes del cuerpo. Casi como si él le huyera a la sangre, a pesar de sus acciones. Pero este asesinato... es demasiado. Es arbitrario. Y aunque es un monstruo y un asesino, Howard Randall no es arbitrario”.

      Observó un cambio en la expresión de Connelly. Al menos estaba considerándolo. Por otra parte, el alcalde Greenwald no le creía nada.

      “No. Esto es obra de Howard Randall y es ridículo pensar lo contrario. En lo que a mí respecta, este asesinato pendre un fuego debajo de toda la división de la A1, ¡más bien debajo de todos los oficiales de esta ciudad! Quiero a Howard Randall esposado o rodarán cabezas. Y quiero a Avery Black fuera de este caso inmediatamente. ¡No estará involucrada en ningún aspecto del caso!”.

      Con eso, Greenwald irrumpió de nuevo a su auto. Avery había sobrevivido otras reuniones con él en el pasado y estaba empezando a pensar que irrumpía en todas partes. Nunca lo había visto caminar como una persona normal.

      “Ya enrabietaste al alcalde y apenas acabas de regresar al trabajo”, dijo O’Malley.

      “No estoy trabajando”, señaló Avery. “¿Cómo se enteró que estaba aquí de todos modos?”.

      “Ni idea”, dijo Connelly. “Asumo que un equipo de noticias te vio salir de la comisaría y que alguien le avisó. Tratamos de llegar aquí antes que él, pero obviamente no pudimos”. Suspiró, recuperó el aliento, y agregó: “¿Qué tan segura estás de que Randall no cometió este asesinato? ¿Cien por ciento segura?”.

      “Obviamente no. Pero esto no encaja con ninguno de sus otros asesinatos. Este se siente diferente. Se ve diferente”.

      “¿Crees que podría ser un imitador?”, preguntó Connelly.

      “Supongo que sí. Pero ¿por qué? Y si está tratando de copiar a Randall, lo está haciendo muy mal”.

      “¿Qué tal un fanático a quien le gusta la cultura del crimen?”, preguntó Connelly. “Uno de estos perdedores que se puso duro cuando Randall escapó y finalmente se armó de valor para matar por primera vez”.

      “Me parece una exageración”.

      “También lo es no señalar a Howard Randall por un asesinato muy parecido a sus asesinatos anteriores”.

      “Señor, querías mi opinión”.

      “Bueno”, dijo Connelly, “ya oíste a Greenwald. No puedo permitir que nos ayudes en este caso. Aprecio que hayas venido esta mañana, pero... supongo que fue un error”.

      “Creo que tienes razón”, dijo ella, odiando la facilidad con la que Connelly se quebrantaba ante la presión ejercida por el alcalde. Era una costumbre y era una de las únicas razones por las que siempre se le había hecho difícil respetar a su capitán.

      “Lo siento”, le dijo O’Malley mientras se dirigían hacia el auto. Finley caminaba detrás de ellos después

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