Una Razón para Huir . Блейк Пирс

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Una Razón para Huir  - Блейк Пирс Un Misterio de Avery Black

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Sin embargo, era su compañero. Estaban juntos cinco días a la semana o más, desde las ocho de la mañana hasta las seis o hasta más tarde, dependiendo del caso. Y Avery llevaba años sin estar en una relación. La única vez que se besaron, se sintió como si estuviera besando a su ex esposo, Jack, e inmediatamente se apartó.

      Miró el reloj del tablero.

      No llevaban ni cinco minutos en el auto y Ramírez ya estaba hablando de la cena. “Tienes que hablar con él sobre esto”, pensó. “Qué horror”.

      Mientras se dirigían hacia la oficina, Avery escuchó la radio frecuencia de la policía, como lo hacía todas las mañanas. Ramírez colocó una emisora de jazz y condujeron unas cuadras escuchando jazz mezclado con un operador policial detallando las diversas actividades alrededor de Boston.

      “¿En serio?”, preguntó Avery.

      “¿Qué?”.

      “No puedo disfrutar de la música y escuchar las llamadas al mismo tiempo. Eso es confuso. ¿Por qué tenemos que escuchar las dos?”.

      “Está bien”, dijo como si estuviera desilusionado. “Pero tengo que escuchar mi música hoy en alguno momento. Me tranquiliza”.

      “No entiendo por qué”, pensó Avery.

      Ella odiaba el jazz.

      Afortunadamente, recibieron una llamada en la radio y eso la salvó.

      “Tenemos una diez dieciséis, diez treinta y dos en progreso en la calle East Fourth por Broadway”, dijo una voz femenina rasposa. “No ha habido disparos. ¿Hay algún auto cerca?”.

      “Abuso doméstico”, dijo Ramírez. “El tipo tiene un arma”.

      “Estamos cerca”, respondió Avery.

      “Vamos a tomarla”.

      Giró el auto, encendió las luces, y tomó su transceptor.

      “Habla la detective Black”, dijo, ofreciendo su número de placa. “Estamos a aproximadamente tres minutos. Tomaremos la llamada”.

      “Gracias, detective Black”, respondió la mujer antes de darle la dirección, número de apartamento e información complementaria.

      Una de las cosas que le gustaban de Boston eran las casas, la mayoría de ellas de dos a tres pisos de altura con una estructura uniforme que hacía que toda la ciudad se pareciera. Cruzó a la izquierda en la calle Fourth y siguió a su destino.

      “Eso no quiere decir que nos libramos del papeleo”, insistió.

      “Por supuesto que no”. Ramírez se encogió de hombros.

      Sin embargo, el tono de su voz, junto con su actitud y las pilas de su propio escritorio, hacía a Avery preguntarse si tomar este viaje tempranero había sido una buena decisión.

      Fue fácil llegar a la casa en cuestión. Una patrulla, junto con un pequeño grupo de personas que estaban escondidas detrás de algo, rodeaba una casa de estuco de color azul con persianas azules y un techo negro.

      Había un hombre hispano parado en el césped en calzoncillos y una camiseta sin mangas. En una mano sostenía el cabello de una mujer que estaba llorando de rodillas. En la otra mano, agitaba un arma a la multitud, la policía y la mujer.

      “¡Aléjense!”, gritó. “Todos aléjense de mí. Los veo”. Apuntó su pistola hacia un auto estacionado. “¡Aléjense del auto! ¡Deja de llorar!”, le gritó a la mujer. “Si sigues llorando, te volaré los sesos solo por molestarme”.

      Dos agentes estaban a cada lado del césped. Una tenía su arma desenfundada. El otro tenía una mano en su cinturón y la otra levantada.

      “Señor, por favor suelte esa arma”.

      El hombre apuntó al policía con la pistola.

      “¿Qué? ¿Quieres irte?”, dijo. “¡Entonces dispárenme! Dispárame, hijo de puta, y vean qué pasa. No me importa. Moriremos los dos”.

      “¡No dispare el arma, Stan!”, gritó el otro oficial. “Todos mantengan la calma. Nadie morirá hoy. Por favor, señor, solo...”.

      “¡Dejen de hablarme!”, dijo el hombre. “Déjame en paz. Esta es mi casa. Esta es mi esposa. Eres una maldita infiel”, dijo y metió el cañón de su pistola en la mejilla de la mujer. “Debería limpiarte esa puta boca sucia”.

      Avery apagó sus sirenas y se acercó a la acera.

      “¿Otra puta policía?”, dijo el hombre. “Ustedes son como las cucarachas. Está bien”, dijo tranquila y determinadamente. “Alguien va a morir hoy. No me llevarán de vuelta a la cárcel. O se van a casa, o alguien va a morir”.

      “Nadie va a morir”, dijo el primer policía. “Por favor. ¡Stan! ¡Baja el arma!”.

      “De ninguna manera”, dijo.

      “¡Maldita sea, Stan!”.

      “Quédate aquí”, le dijo Avery a Ramírez.

      “¡Al diablo con eso!”, respondió. “Soy tu compañero, Avery”.

      “Está bien, pero escucha”, dijo. “No queremos que esto se vuelva una tragedia. Mantén la calma y sigue mi ejemplo”.

      “¿Qué ejemplo?”.

      “Solo sígueme”.

      Avery se bajó del auto.

      “Señor”, le ordenó al oficial con el arma desenfundada. “Baja el arma”.

      “¿Quién diablos eres tú?”, dijo.

      “Sí, ¿quién coño eres tú?”, exclamó el agresor latino.

      “Ambos aléjense de la zona”, les dijo Avery a los dos oficiales. “Soy la detective Avery Black de la A1. Yo me encargo de esto. Tú también”, le dijo a Ramírez.

      “¡Me dijiste que siguiera tu ejemplo!”, gritó.

      “Este es mi ejemplo. Vuelve al auto. Todos aléjense”.

      El oficial con el arma desenfundada escupió y negó con la cabeza.

      “Maldita burocracia”, dijo. “¿Qué? ¿Solo porque estás en unos periódicos te crees una súper policía? Bueno, ¿sabes qué? Me gustaría verte manejar esto, súper policía”. Con sus ojos centrados en el perpetrador, levantó su arma y caminó hacia atrás hasta ocultarse detrás de un árbol. “Adelante”. Su compañero hizo lo mismo.

      Una vez que Ramírez ya estaba de vuelta en el auto y los demás oficiales estaban seguros, Avery dio un paso adelante.

      El hombre latino sonrió.

      “Mira eso”, dijo, apuntando con su arma. “Eres la policía que atrapó al asesino en serie, ¿verdad? Bien hecho, Black. Ese tipo estaba desquiciado. Y tú lo

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