Un Rastro de Muerte . Блейк Пирс

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Un Rastro de Muerte  - Блейк Пирс Un Misterio Keri Locke

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si la miraban con más cuidado, hallarían que sus ojos pardos estaban enrojecidos y lacrimosos, su frente era un ovillo de líneas prematuras, y su piel en ocasiones tenía la palidez, bueno, de un fantasma.

      Al igual que en la mayoría de las jornadas, ella vestía una sencilla blusa, ajustada dentro de pantalones negros, y zapatos bajos de color negro que se veían profesionales y eran fáciles de llevar. Su cabello estaba agarrado hacia atrás en una cola de caballo. Era su uniforme no oficial. Casi la única cosa que cambiaba diariamente era el color del top. Todo ello reforzaba su sentir de que estaba marcando tiempo más que viviendo en verdad.

      Keri percibió movimiento con el rabillo del ojo y salió de su introspección. Ahí venían.

      Fuera de la ventana, Culver Boulevard estaba casi vacío de gente. Había un sendero para corredores y ciclistas a lo largo de la calle. La mayoría de los días, cayendo la tarde, estaba congestionada con el tráfico peatonal. Pero estaba implacablemente caliente ese día, con temperaturas cercanas a los treinta y siete grados centígrados y ninguna brisa, incluso ahí, a menos de ocho kilómetros de la playa. Los padres que normalmente venían con sus hijos a pie, del colegio a la casa, habían preferido ese día sus autos con aire acondicionado. Todos menos uno.

      Exactamente a las 4:12, como un reloj, una pequeña en su bicicleta, de siete u ocho años de edad, pedaleaba lentamente por el sendero. Vestía un bonito vestido blanco. Su joven mamá caminaba detrás de ella en jeans y camiseta, con el morral colgando de su hombro de manera casual.

      Keri luchó contra la ansiedad que burbujeaba en su estómago y miró en derredor para ver si alguien en la oficina estaba observándola. Nadie. Se permitió entonces ceder a la comezón que había procurado no rascarse durante todo el día y se puso a contemplar.

      Keri las miró con ojos de celos y adoración. Ella aún no podía creerlo, incluso después de tantas veces junto a esta ventana. La pequeña era la vívida imagen de Evie, desde el ondulado cabello rubio y los ojos verdes, hasta la sonrisa ligeramente desalineada.

      Ella permaneció en trance, mirando por la ventana mucho después que madre e hija habían desaparecido de su vista.

      Cuando finalmente despertó y volvió con el resto, la anciana de origen hispano se estaba marchando. El ladrón de carros había sido procesado. Un nuevo maleante, esposado e insolente, se había colocado junto a la ventanilla para ser fichado, mientras un alerta oficial uniformado permanecía junto a su codo izquierdo.

      Echó un vistazo al reloj digital de pared ubicado encima de la máquina dispensadora de café. Marcaba las 4:22.

      ¿Realmente he estado parada junto a esa ventana por diez minutos enteros? Esto se pone peor, no mejor.

      Regresó a su escritorio con la cabeza baja, tratando de no hacer contacto visual con ninguno de sus colegas. Se sentó y miró los legajos sobre su escritorio. El caso Martine casi estaba cerrado, solo esperaba por un aviso del fiscal para que ella pudiera ponerlo en el gabinete de —completo hasta el juicio”. El caso Sanders estaba en espera hasta que los criminalistas regresaran con su reporte preliminar. La División Rampart había pedido a la Pacific buscar a una prostituta llamada Roxie que había desaparecido del radar; un colega les había dicho que ella había comenzado a trabajar en Westside y tenían la esperanza de que alguien en su unidad pudiera confirmarlo para no tener que abrir un expediente.

      Lo peculiar de los casos de personas desaparecidas, al menos las de adultos, era que no era un crimen desaparecer. La policía era más tolerante con los menores, dependiendo de la edad. Pero en general, no había nada que evitara que la gente simplemente abandonara sus vidas. Sucedía con más frecuencia de lo que la gente suponía. Sin alguna evidencia de algo turbio, los oficiales de la ley estaban limitados en lo que legalmente podían hacer para investigar. Debido a eso, casos como el de Roxie solían caer por entre las grietas.

      Suspirando resignada, Keri se dio cuenta que exceptuando algo extraordinario, no había realmente razón alguna para quedarse después de las cinco.

      Cerró sus ojos y se imaginó a sí misma, dentro de menos de una hora, relajándose en su casa bote, Sea Cups, sirviéndose tres dedos—okey, cuatro—de Glenlivet y poniéndose cómoda para un atardecer con sobras de comida china y capítulos repetidos de Scandal. Si esa terapia personalizada no encajaba, podía terminar en el diván de la Dra. Blanc, una opción poco atractiva.

      Había comenzado a guardar sus archivos del día cuando Ray llegó y se dejó caer en la silla del enorme escritorio que compartían. Ray era oficialmente el Detective Raymond —Big” Sands, su pareja por ya casi un año y su amigo por cerca de siete.

      Él realmente hacía honor a su apodo. Ray (Keri nunca lo llamaba —Big”—él no necesitaba un masaje de ego) era un hombre negro de un metro noventa y cinco, y 104 kilos, con una brillante calva, un diente inferior partido, una muy cuidada perilla, y una afición a vestir camisas demasiado pequeñas para él, solo para destacar su contextura.

      Con cuarenta años, Ray aún lucía como el boxeador, medallista olímpico de bronce, que había sido a los veinte, y el contendor profesional de peso pesado, con un registro de 28-2-1, que había sido hasta la edad de veintiocho. Por entonces, un pequeño y zurdo contrincante, casi trece centímetros más bajo que él, le dejó sin ojo derecho por la vía de un gancho y le puso a su carrera un chirriante final. Utilizó un parche durante dos años, le resultó incómodo, y finalmente se colocó un ojo de vidrio, con el que de alguna manera le iba mejor.

      Como Keri, Ray se unió a la Fuerza más tardíamente que la mayoría, cuando, comenzando sus treinta buscaba un nuevo propósito en su vida. Ascendió rápidamente y era ahora el detective senior en la Unidad de Personas Desaparecidas de la División Pacífico o UPD.

      —Te ves como una mujer que sueña con olas y whisky —dijo.

      —¿Tan obvio es? —preguntó Keri.

      —Soy un buen detective. Mis poderes de observación son inigualables. Además, hoy ya mencionaste dos veces tus excitantes planes vespertinos.

      —¿Qué puedo decir? Me gusta perseguir mis objetivos, Raymond.

      Él sonrió, con su ojo bueno mostrando una calidez que su defecto físico ocultaba. Keri era la única a la que permitía llamarle por su nombre propio. A ella le gustaba mezclarlo con otros títulos, menos lisonjeros. Con frecuencia él hacía lo mismo con respecto a ella.

      —Escucha, Pequeña Señorita Sunshine, puede que estés mejor invirtiendo los últimos minutos de tu turno chequeando a los criminalistas acerca del caso Sanders en lugar de soñar despierta con beber despierta.

      —¿Beber despierta? —dijo ella, simulando estar ofendida— No es beber despierta si empiezo después de las cinco, Gigantor.

      Ya iba él a responderle cuando el teléfono sonó. Keri tomó la llamada antes de que Ray pudiera decir algo y ella, juguetona, le sacó la lengua.

      —División Pacífico Personas Desaparecidas. Detective Locke al habla.

      Ray se puso a la escucha también pero sin hablar.

      La mujer que llamaba sonaba joven, alrededor de treinta años, más o menos. Antes de que ella dijera siquiera por qué estaba llamando, Keri notó la preocupación en su voz.

      —Mi nombre es Mia Penn. Vivo en la Avenida Dell en los Canales de Venice. Estoy preocupada por mi hija, Ashley. Ella debería haber llegado a casa desde la escuela a las tres treinta. Sabía

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