Gobernante, Rival, Exiliado . Морган Райс
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—Incluso los más fuertes deben agradecer el favor de los dioses.
—Pensaré en ello —dijo Irrien, respuesta que había dado ya a muchas cosas en el día de hoy. Peticiones de atención, peticiones de recursos, un desfile entero de personas que querían llevarse parte de lo que él había ganado. Esta era la maldición de un líder, pero también un símbolo de su poder. Cada hombre fuerte que venía suplicando su favor a Irrien era un reconocimiento de que no podía simplemente llevarse lo que quería.
Empezaron a caminar de vuelta al castillo e Irrien se puso a planear, a calcular dónde harían falta reparaciones y dónde se podrían colocar monumentos a su poder. En Felldust, robarían o destrozarían una estatua antes de terminarla. Aquí, podría permanecer como un recordatorio de su victoria por el resto de los tiempos. Cuando estuviera curado, habría mucho que hacer.
Echó un vistazo a las fortificaciones del castillo mientras él y los demás se dirigían hacia allí. Era fuerte; lo suficientemente fuerte como para resistir al mundo entero si lo deseara. Si alguien no hubiera abierto las puertas a su pueblo, realmente hubiera podido frenarlo hasta que los inevitables conflictos de Felldust se apoderaran de él.
Chasqueó los dedos hacia un sirviente.
—Quiero los túneles que hay bajo este lugar tapados. No me importa cuántos esclavos mueran haciéndolo. Después, empezad con los que hay dentro de la ciudad. No permitiré ni que una rata se escape por donde la gente se pueda escabullir sin que yo lo sepa.
—Sí, Primera Piedra.
Continuó hacia el castillo. Los sirvientes ya estaban colocando los estandartes de Felldust. Sin embargo, había otros que parecían no haber entendido el mensaje. Tres de sus hombres estaban arrancando tapices, arrancando las piedras de los ojos de las estatuas y metiendo el botín resultante dentro de la faltriquera de su cinturón.
Irrien fue dando largos pasos hacia allí y vio que ellos miraban con la veneración que le gustaba forjar en sus hombres.
—¿Qué estáis haciendo aquí? —preguntó.
—Continuar el saqueo de la ciudad, Primera Piedra —respondió uno. Era más joven que los otros dos. Irrien imaginó que solo se había unido a la fuerza invasora por la promesa de aventura. Muchos lo hacían.
—¿Y vuestros comandantes os dijeron que continuarais saqueando dentro del castillo? —preguntó Irrien—. ¿Es aquí donde os han mandado que estuvierais?
Sus gestos le dijeron todo lo que necesitaba saber. Él había ordenado a sus hombres que fueran sistemáticos con el saqueo de la ciudad, pero esto no era sistemático. Él exigía disciplina a sus guerreros, y esto no era disciplinado.
—Pensasteis que sencillamente os llevaríais lo que quisierais —dijo Irrien.
—¡Así es cómo se hacen las cosas en Felldust! —se quejó uno de ellos.
—Sí —Irrien le dio la razón—. Los fuertes toman de los débiles. Esta es la razón por la que yo tomé este castillo. Ahora vosotros estáis intentando quitarme a mí. ¿Acaso pensáis que yo soy débil?
Ya no tenía su gran espada y, aunque la hubiera tenido, su hombro herido todavía le dolía demasiado para ello. Así que, en su lugar, sacó un cuchillo largo. Su primer golpe le atravesó la base de la barbilla al más joven de los tres, hasta llegar al cráneo.
Se giró, golpeando al segundo de los tres contra una pared mientras este buscaba a toda prisa sus propias armas. Irrien esquivó un golpe de espada del otro, cortándole la garganta sin esfuerzo con un contragolpe, haciéndolo caer de un empujón.
El hombre al que había empujado ahora se echaba hacia atrás, con las manos levantadas.
—Por favor, Piedra Irrien. Fue un error. No pensamos.
Irrien se acercó y lo apuñaló sin decir ni una palabra, golpeándolo una y otra vez. Sostuvo a aquel debilucho para que no cayera demasiado pronto, ignorando cómo le dolía su herida por el esfuerzo. No era solo una matanza, era una demostración.
Cuando finalmente dejó que el hombre se desplomara, Irrien se dirigió a los demás, extendió las manos y esperó a que el reto fuera evidente.
—¿Alguno de los que estáis aquí pensáis que soy lo suficientemente débil como para exigirme cosas?
Por supuesto, estaban en silencio. Irrien dejó que siguieran su estela mientras se dirigía sigilosamente hacia la sala del trono.
La sala de su trono.
Donde, ahora mismo, su premio le esperaba.
*
Estefanía se encogió cuando Irrien entró en la sala del trono y se odió a sí misma por ello. Estaba arrodillada junto al mismo trono hacía poco había ocupado, unas cadenas doradas la inmovilizaban. Había tirado de ellas cuando la sala se quedó vacía, pero no habían cedido.
Irrien se dirigió sigilosamente hacia ella y Estefanía se forzó a reprimir su miedo. Él la había golpeado, la había encadenado, pero tenía una opción. Podía dejar que la destrozara o podía aprovecharse de ello. Habría un modo de hacerlo, incluso así.
Al fin y al cabo, estar encadenada al lado del trono de Irrien tenía sus ventajas. Significaba que tenía pensado quedarse con ella. Significaba que sus hombres la habían dejado en paz, aun cuando habían sacado a rastras a las doncellas y sirvientas de Estefanía para su placer. Significaba que todavía estaba en el centro de las cosas, aunque no tuviera el control sobre ellas.
Todavía.
Estefanía observaba a Irrien mientras estaba sentado, fijándose en todas sus arrugas, evaluándolo del modo en que un cazador podría evaluar el terreno en el que vive su presa. Era evidente que la quería o ¿por qué iba a retenerla aquí en lugar de mandarla a una cantera de esclavos? Estefanía podía hacer algo con eso. Puede que él pensara que era suya, pero pronto estaría haciendo todo lo que ella le sugiriera.
Haría el papel de juguete y recuperaría lo que se había estado trabajando.
Esperaba, escuchando cómo Irrien empezaba a gestionar los asuntos de la ciudad. La mayor parte eran cosas rutinarias. Cuánto habían tomado. Cuánto quedaba aún por tomar. Cuántos guardias necesitaban para proteger las murallas y cómo se controlaría la circulación de comida.
—Tenemos una oferta de un comerciante para abastecer a nuestras fuerzas —dijo uno de los cortesanos—. Un hombre llamado Grathir.
Estefanía resopló al escucharlo e Irrien bajó la mirada hacia ella.
—¿Tienes algo que decir, esclava?
Se tragó la necesidad de replicar a aquello.
—Solo que Grathir tiene la mala fama de suministrar bienes de calidad inferior. Pero su antiguo compañero de negocios está listo para hacerse cargo de ellos. Si lo financia a él, podría conseguir todas las provisiones que desee.
Irrien