Gobernante, Rival, Exiliado . Морган Райс
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—Quiero demostrarle que puedo serle útil.
No respondió, sino que dirigió su atención a los hombres que había allí.
—Lo pensaré. ¿Qué más hay?
Al parecer, lo que había eran más peticiones por parte de los representantes de los otros gobernantes de Felldust.
—La Segunda Piedra querría saber cuándo regresará a Felldust —dijo un representante—. Hay asuntos que requieren que las Cinco Piedras estén juntas.
—La Cuarta Piedra Vexa solicita más espacio para su contingente de barcos.
—La Tercera Piedra Kas manda sus felicitaciones por nuestra victoria compartida.
Estefanía repasaba los nombres de las otras Piedras de Felldust. El Astuto Ulren, Kas, Barba de Horca, Vexa, la única Piedra mujer, Borion el Vanidoso. Los nombres secundarios se comparaban a Irrien, aunque teóricamente todos menos sus iguales. Tan solo el hecho de que no estuvieran aquí le daba tanto poder a Irrien.
Junto con los nombres, la memoria de Estefanía almacenaba intereses, flaquezas, deseos. Ulren estaba envejeciendo a la sombra de Irrien, y hubiera tenido el asiento de Primera Piedra si el señor de la guerra no lo hubiera tomado. Kas era cauteloso, un señor de comerciantes que calculaba cada moneda antes de actuar. Vexa tenía una casa lejos de la ciudad, donde se rumoreaba que sus sirvientes no tenían lengua para que no pudieran contar lo que veían. Borion era el más débil, posiblemente perdería su asiento frente al próximo contrincante.
Mientras pensaba en la situación de Felldust, Estefanía posó delicadamente sus dedos sobre el brazo de Irrien. Se movía con delicadeza, sin apenas tocar. Había aprendido las habilidades de la seducción mucho tiempo atrás, y había pasado tiempo perfeccionándolas con una serie de útiles amantes. Había persuadido a Thanos, ¿verdad? ¿Cuánto más le costaría hacerlo con Irrien?
Notó el momento en el que él se puso tenso.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó él.
—Parece tenso con toda esta conversación —dijo Estefanía—. Pensé que podía ayudar. Tal vez podría ayudarle a relajar… ¿de otro modo?
La clave estaba en no presionar demasiado. Insinuar y ofrecer, pero nunca exigir abiertamente. Estefanía puso su mirada más inocente, miró fijamente a Irrien a los ojos… y lanzó un grito cuando este le dio una bofetada con indiferencia.
La furia estalló en su interior ante eso. El orgullo de Estefanía le dijo que encontraría el modo de hacer pagar a Irrien por ese golpe, que se vengaría de él.
—Ah, aquí tenemos a la verdadera Estefanía —dijo Irrien—. ¿Piensas que me engañas fingiendo ser una humilde esclava? ¿Piensas que soy tan estúpido como para creer que te puedo destrozar con un golpe?
El miedo estalló de nuevo en Estefanía. Todavía recordaba el silbido del látigo cuando Irrien la golpeó con él. Su espalda todavía ardía al recordar los golpes. Hubo un tiempo en el que disfrutaba castigando a los sirvientes que lo merecían. Ahora, pensar en ello solo le hacía revivir el dolor.
Aun así, usaría el dolor si tenía que hacerlo.
—No, pero estoy segura de que planeas más —dijo Estefanía. Esta vez ni siquiera intentó parecer inocente—. Vas a disfrutar tanto intentando destrozarme como yo voy a disfrutar jugando contigo mientras lo haces. ¿No es esa la mitad de la diversión?
Irrien la azotó de nuevo. Entonces Estefanía dejó que viera su desafío. Era evidente lo que él quería. Ella haría todo lo que tuviera que hacer para ligarlo a ella. Una vez lo hubiera hecho, no importaría lo que hubiera sufrido para llegar allí.
—Te crees especial, ¿verdad? —dijo Irrien—. Eres solo una esclava.
—Una esclava que tienes atada a tu trono —remarcó Estefanía con su voz más sensual—. Una esclava a la que evidentemente tienes pensado llevarte a la cama. Una esclava que podría ser mucho más. Una compañera. Conozco Delos como nadie más. ¿Por qué no admitirlo?
Entonces Irrien se puso de pie.
—Tienes razón. He cometido un error.
Extendió los brazos, cogió sus cadenas y la liberó del trono. Por un instante, Estefanía tuvo la sensación de triunfo cuando él la levantó. Incluso aunque ahora fuera cruel con ella, aunque la arrastrara hasta sus aposentos y la arrojara reivindicando que era suya, estaba avanzando.
Sin embargo, no fue allí donde la arrojó. La tiró contra el frío mármol y ella sintió su dureza bajo sus rodillas mientras patinaba hasta detenerse frente a uno de los tipos que había allí.
La conmoción le golpeó más que el dolor. ¿Cómo podía hacer eso Irrien? ¿Ella no había sido todo lo que él podía desear? Al alzar la vista, Estefanía vio al hombre de túnica oscura mirándola con evidente desprecio.
—Cometí el error de pensar que bien valías mi tiempo —dijo Irrien—. ¿Desea un sacrificio, padre? Llévesela. Sáquele la criatura y ofrézcala a los dioses en mi nombre. No mantendré vivo a un mocoso gimoteando mientras reclama este trono. Cuando acabes, arroja lo que quede de ella para que los carroñeros se la coman.
Estefanía miró fijamente al sacerdote, después echó un vistazo a Irrien, sin apenas poder formar las palabras. Esto no podía estar sucediendo. No. Ella no lo permitiría.
—Por favor —dijo—. Esto es ridículo. ¡Yo puedo hacer mucho más que esto por ti!
Pero a ellos parecía no importarles. El pánico se apoderó de ella, junto con la conmoción de pensar que esto estaba sucediendo realmente. Iban a hacerlo de verdad.
No. No, ¡no podían hacerlo!
Gritó cuando el sacerdote le agarró los brazos. Otro la cogió por las piernas y se la llevaron entre los dos, mientras ella todavía forcejeaba. Irrien y los demás les siguieron, pero ahora mismo a Estefanía no le importaban. Solo le importaba una cosa:
Iban a matar a su bebé.
CAPÍTULO DOS
Ceres todavía no podía creer que hubieran escapado. Estaba tumbada en la cubierta de la barca que habían robado y parecía imposible pensar que realmente estaban allí y no en una cantera de lucha debajo del castillo, esperando morir.
Pero todavía no estaban a salvo. Una flecha que pasó volando por encima de sus cabezas lo dejó mucho más claro.
Ceres miró por encima del barandal de la barca, intentando pensar en algo que pudiera hacer. Los arqueros disparaban desde la orilla, la mayoría de sus astas impactaban contra el agua alrededor de la barca, otras chocaban contra la madera y se quedaban vibrando hasta agotar la energía.
—Tenemos que movernos más rápido —dijo Thanos, que estaba a su lado. Fue corriendo hacia una de las velas—. Ayúdame a levantarla.
—No… todavía no —graznó una voz desde el otro lado de cubierta.
Akila