El Don de la Batalla . Морган Райс

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El Don de la Batalla  - Морган Райс El Anillo del Hechicero

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el espíritu guerrero residía o no en alguien. El espíritu no mentía.

      Continuaron caminando durante un buen rato, apoyándose en el silencio ininterrumpido mientras los soles seguían subiendo, hasta que finalmente Brandt se aclaró la garganta.

      “¿Y qué pasa con esos Caminadores de Arena?” preguntó Brandt a Koldo.

      Koldo se giró hacia él mientras caminaban.

      “Un sanguinario grupo de nómadas”, respondió. “Más bestias que hombres. Se les conoce porque vigilan la periferia del Muro de Arena”.

      “Carroñeros”, interrumpió Ludvig. “Se sabe que arrastran a sus víctimas hasta las profundidades del desierto”.

      “¿Hacia dónde?” preguntó Atme.

      Koldo y Ludvig intercambiaron una mirada ominosa.

      “A donde sea que se reúnan, donde llevan a cabo un ritual y los cortan a pedazos”.

      Kendrick se encogió al pensar en Kaden y en el destino que le aguardaba.

      “Entonces no hay mucho tiempo que perder”, dijo Kendrick. “Corramos, ¿no?”

      Todos se miraron entre ellos, conocedores de la inmensidad de aquel lugar y del largo camino que tenían por delante, especialmente con la temperatura, que iba en aumento, y con sus armaduras. Todos sabían lo peligroso que sería no llevar un buen ritmo en este cruel paisaje.

      Pero no lo dudaron y empezaron a correr juntos. Corrieron hacia la nada, mientras el sudor corría por sus rostros, sabiendo que si no encontraban pronto a Kaden, aquel desierto los mataría a todos.

      *

      Kendrick respiraba con dificultad mientras corría, el segundo sol estaba alto por encima de sus cabezas, su luz era cegadora, su calor sofocante y, aún así, él y los demás continuaban corriendo, a todos ellos les faltaba el aire y sus armaduras hacían un ruido metálico mientras corrían. El sudor corría por la cara de Kendrick y los ojos le escocían tanto que apenas podía ver. Sus pulmones estaban a punto de explotar y Kendrick nunca había sabido lo mucho que se puede ansiar el oxígeno. Kendrick nunca había experimentado algo parecido a la temperatura de aquellos soles, tan intensa que parecía que le iba a quemar la piel hasta hacerla caer de su cuerpo.

      Kendrick sabía que no llegarían mucho más lejos con este calor, a este paso; pronto todos morirían allí, se desplomarían, no serían más que comida para los insectos. De hecho, mientras corrían, Kendrick escuchó un lejano chillido y, al alzar la vista, vio que unos buitres que volaban en círculo iban descendiendo. Ellos siempre eran los más listos: sabían cuando una nueva muerte era inminente.

      Cuando Kendrick observó las huellas de los Caminantes de Arena, que todavía se desvanecían en el horizonte, no podía comprender cómo habían cubierto tanto terreno tan rápidamente. Solo rezaba para que Kaden todavía estuviera vivo, para que todo aquello no fuera en vano. Pero, a su pesar, no podía evitar preguntarse si alguna vez lo alcanzarían. Era como seguir unas huellas en un océano que se desvanece.

      Kendrick echó un vistazo a su alrededor y vio que los demás también iban perdiendo fuerzas, más que correr, se iban desplomando, apenas se mantenían de pie, pero todos estaban decididos, igual que él, a no detenerse. Kendirck sabía -todos lo sabían- que en el momento en que dejaran de moverse, todos estarían muertos.

      Kendrick quería romper la monotonía del silencio, sin embargo, ahora estaba demasiado cansado para hablar con los demás y obligaba a sus piernas a ir hacia delante, sintiéndolas como si pesaran medio millón de kilos. No se atrevía a usar su energía ni para alzar la vista hacia el horizonte, sabiendo que no vería nada, sabiendo que, después de todo, estaba condenado a morir allí. En cambio, bajaba la vista hacia el suelo, observando el rastro, conservando cualquier valiosa energía que le quedara.

      Kendrick escuchó un ruido y, al principio, estaba seguro de que se trataba de su imaginación; sin embargo, se repitió, un ruido lejano, como el zumbido de unas abejas, y esta vez se obligó a alzar la vista, sabiendo que era algo estúpido, que allí no podía haber nada, asustado de tener esperanzas.

      Pero esta vez, la visión que tenía delante de él hizo que su corazón palpitara por los nervios. Allí, delante de ellos, quizás a casi unos cien metros, había una reunión de Caminantes de Arena.

      Kendrick dio un golpe a los demás y todos alzaron la vista, recuperándose rápidamente de su ensimismamiento también y todos ellos lo vieron conmocionados. La batalla había llegado.

      Kendrick bajó el brazo y agarró su arma y los demás hicieron lo mismo, y sintieron el conocido disparo de adrenalina.

      Los Caminantes de Arena, docenas de ellos, se giraron y los divisaron y también se prepararon, encarándose a ellos. Chillaron y rompieron a correr.

      Kendrick alzó su espada en alto y soltó un grito de guerra, preparado al fin para matar a sus enemigos -o morir en el intento.

      CAPÍTULO CUATRO

      Gwendolyn caminaba solemnemente a través de la capital de la Cresta, con Krohn a su lado, Steffen detrás de ella y su mente vacilando mientras reflexionaba acerca de las palabras de Argon. Por un lado, estaba jubilosa porque se había recuperado, había vuelto en sí, pero su fatídica profecía sonaba dentro de su cabeza como una maldición, como una campana tocando a su muerte. Por sus fatídicas y enigmáticas declaraciones parecía que no iba a estar junto a Thor para siempre.

      Gwen se aguantaba las lágrimas mientras caminaba rápidamente, con decisión, dirigiéndose hacia la torre. Intentaba abstraerse de sus palabras, sin permitir que las profecías dirigieran su vida. Así había sido siempre ella y esto es lo que necesitaba para mantenerse fuerte. Puede que el futuro estuviera escrito y, sin embargo, sentía que podía cambiarse. Sentía que el destino era maleable. Solo hacía falta desearlo desesperadamente, tener la intención de sacrificar lo suficiente -costara lo que costara.

      Esta era una de esas veces. Gwen se negaba por completo a permitir que Thorgrin y Guwayne se le escaparan y notó una creciente sensación de decisión. Desafiaría su destino, sin importar lo que costara, sacrificando todo lo que el universo le exigiera. Bajo ninguna circunstancia, iría por la vida sin volver a ver a Thor y a Guwayne.

      Como si escuchara sus pensamientos, Krohn gimoteaba junto a su pierna, frotándose contra ella mientras esta marchaba a través de las calles. Sacudiéndose los pensamientos, Gwen alzó la vista y vio la amenazadora torre ante ella, roja, circular, alzándose justo en el centro de la capital y recordó: el culto. Había prometido al Rey que entraría en la torre e intentaría rescatar a su hijo y a su hija de las garras de ese culto, que se enfrentaría a su líder por los antiguos libros, por el secreto que estos escondían que podía salvar a la Cresta de la destrucción.

      El corazón de Gwen palpitaba mientras se acercaba a la torre, anticipando la confrontación que tenía ante ella. Deseaba ayudar al Rey y a la Cresta, pero por encima de todo, quería ir en busca de Thor y de Guwayne, antes de que fuera demasiado tarde para ellos. Deseaba tener un dragón a su lado, como siempre hacía antes; deseaba que Ralibar volviera a ella y la llevara al otro lado del mundo, lejos de aquí, lejos de los problemas del Imperio y de vuelta allí, de nuevo con Thorgrin y Guwayne. Deseaba que todos volvieran al Anillo y vivieran la vida como una vez hicieron.

      Pero sabía que aquellos eran sueños infantiles. El Anillo

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