El Don de la Batalla . Морган Райс

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу El Don de la Batalla - Морган Райс страница 7

El Don de la Batalla  - Морган Райс El Anillo del Hechicero

Скачать книгу

se giró hacia la voz, despertando de su ensimismamiento, y se sintió aliviada al ver a su viejo amigo Steffen a su lado, con una mano sobre su espada, caminando a su lado en actitud protectora, deseoso como siempre por cuidar de ella. Sabía que era el consejero más fiel que tenía, si recordaba todo el tiempo que había estado con ella y sintió una ráfaga de gratitud.

      Cuando Gwen se detuvo ante el puente levadizo, que había delante de ellos, y que llevaba a la torre, lo observó con recelo.

      “No me fío de este lugar”, dijo él.

      Ella le puso la mano sobre la muñeca para calmarlo.

      “Eres un amigo verdadero y leal, Steffen”, respondió ella. “Valoro tu amistad y tu lealtad, pero este es un paso que debo dar sola. Debo descubrir lo que pueda y tenerte allí los pondría en guardia. Además”, añadió mientras Krohn gemía, “tendré a Krohn”.

      Gwen bajó la vista, vio que Krohn la estaba mirando con expectación y ella hizo un gesto con la cabeza.

      Steffen asintió.

      “La esperaré aquí”, dijo, “y si hay algún problema allá dentro, vendré en su busca”.

      “Si no encuentro lo que necesito dentro de aquella torre”, respondió ella, “creo que a todos nosotros nos espera un problema mucho más grande”.

      *

      Gwen caminaba lentamente por el puente levadizo, con Krohn a su lado, sus pasos resonaban en la madera, atravesando las suaves y pequeñas olas de las aguas que habían bajo ella. A lo largo de todo el puente había docenas de monjes en fila, de pie y perfectamente atentos, silenciosos, que vestían sotanas color escarlata, escondiendo las manos en su interior y con los ojos cerrados. Eran un grupo extraño de guardias, desarmados, increíblemente obedientes, montando guardia aquí por Gwen no se sabe ni por cuánto tiempo. Gwen se sorprendió de su intensa lealtad y devoción hacia su líder y se dio cuenta de que era lo que el Rey había dicho: todos ellos lo veneraban como a un dios. Se preguntaba en qué se estaba metiendo.

      Mientras se acercaba, Gwen alzó la vista hacia las enormes puertas arqueadas que asomaban ante ella, hechas de roble antiguo, grabadas con símbolos que no comprendía y observó asombrada cómo varios monjes se adelantaban y tiraban de ellas hasta abrirlas. Chirriaron y dejaron al descubierto un interior lúgubre, iluminado solo por antorchas y se encontró con una fría corriente, que olía ligeramente a incienso. Krohn estaba tenso a su lado y gruñía y Gwen entró y escuchó cómo las puertas se cerraban de golpe tras ella.

      El ruido resonó en el interior y a Gwen le llevó un instante ubicarse. Allí dentro estaba oscuro, las paredes solo estaban iluminadas por antorchas y por la luz del sol que se filtraba a través de los vitrales de arriba. El aire aquí parecía sagrado, silencioso y le daba la sensación de que había entrado en una iglesia.

      Gwen alzó la vista y vio que la torre en espiral era aún más alta, con rampas graduales y circulares que llevaban a los pisos de arriba. No había ventanas y en las paredes resonaba el débil sonido de un cántico. Aquí el incienso era intenso en el aire y los monjes aparecían y desaparecían continuamente, entrando y saliendo de los aposentos como si estuvieran en trance. Algunos ondeaban incienso y otros canturreaban, mientras otros estaban en silencio, perdidos en la reflexión y Gwen se hacía más preguntas acerca de la naturaleza de aquel culto.

      “¿Te envía mi padre?” dijo una voz, que resonó.

      Gwen, sorprendida, dio la vuelta y vio a un hombre que estaba a pocos metros, que vestía una sotana larga y de color escarlata y que le sonreía de buena manera. Apenas podía creer lo mucho que se parecía a su padre, el Rey.

      “Sabía que enviaría a alguien tarde o temprano”, dijo Kristof. “Sus esfuerzos por hacer que cumpla su voluntad no tienen fin. Por favor, venga,” la llamó, girándose de lado y haciendo una señal con la mano.

      Gwen se puso a su lado y caminaron por un pasillo arqueado de piedra, que subía de forma gradual por la rampa en círculos hacia los pisos más altos de la torre. A Gwen la cogió desprevenida; ella imaginaba a un monje loco, un fanático religioso y se sorprendió al encontrar a alguien amable y bondadoso y que obviamente estaba cuerdo. Kristof no parecía la persona perdida y loca que su padre le había pintado.

      “Tu padre pregunta por ti”, dijo ella finalmente, rompiendo el silencio después de que se cruzaran a un monje que bajaba la rampa en dirección contraria, sin levantar nunca la vista del suelo. “Quiere que te lleve a casa”.

      Kristof negó con la cabeza.

      “Este es el problema de mi padre”, dijo. “Él cree que ha encontrado el único hogar verdadero en el mundo. Pero yo he aprendido algo”, añadió, mirándola a la cara. “Existen muchos hogares verdaderos en el mundo”.

      Él suspiró mientras continuaban caminando, Gwen quería darle su espacio, no quería presionarlo demasiado.

      “Mi padre nunca aceptaría quién soy yo”, añadió finalmente. “Nunca aprenderá. Él continúa atascado en sus creencias limitantes y me las quiere imponer. Pero yo no soy él y nunca lo aceptará”.

      “¿No echas de menos a tu familia?” preguntó Gwen, sorprendida de que entregara su vida a aquella torre.

      “Sí”, respondió él sinceramente, sorprendiéndola. “Mucho. Mi familia significa todo para mí, pero mi llamada espiritual significa más. Mi hogar está aquí ahora”, dijo girando en un pasillo mientras Gwen lo seguía. “Ahora sirvo a Eldof. Él es mi sol. Si lo conocieras,” dijo, girándose y mirando fijamente a Gwen con una intensidad que la asustó, “también sería el tuyo”.

      Gwen apartó la vista, pues no le gustaba la mirada de fanatismo que había en sus ojos.

      “Yo no sirvo a nadie salvo a mí misma”, respondió ella.

      Él le sonrió.

      “Quizás este sea el origen de todas tus preocupaciones terrenales”, respondió él. “Nadie puede vivir en un mundo donde no sirva a otro. Ahora mismo estás sirviendo a otro”.

      Gwen lo miró fijamente con recelo.

      “¿Qué quieres decir?” preguntó.

      “Aunque creas que te sirves a ti misma”, respondió, “estás engañada. La persona a la que estás sirviendo no eres tú, sino más bien la persona que tus padres moldearon. Es a tus padres a quien sirves y a todas sus viejas creencias, herencia de sus padres. ¿Cuándo serás lo suficientemente valiente para liberarte de sus creencias y servirte a ti misma?”

      Gwen frunció el ceño, pues no creía en su filosofía.

      “¿Y aceptar las creencias de quién en su lugar?” preguntó. “¿De Eldof?”

      Él negó con la cabeza.

      “Eldof es simplemente un conducto”, respondió él. “Te ayuda a liberarte de quien eres. Te ayuda a encontrar tu verdadero yo, todo lo que tenías que ser. A este es a quien debes servir. Este es el que nunca descubrirás hasta que tu falso yo se libere. Esto es lo que Eldof hace: nos libera a todos”.

      Gwendolyn miró de nuevo a sus ojos brillantes y vio lo devoto que era y aquella devoción la asustó. Ya podía decir ahora mismo que

Скачать книгу