Un Beso Para Las Reinas . Морган Райс

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Un Beso Para Las Reinas  - Морган Райс Un Trono para Las Hermanas

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      CAPÍTULO SIETE

      La asesina conocida como Rose esperó a que estuviera completamente oscuro antes de remar hacia los barcos que esperaban en el puerto, sus remos estaban envueltos por tela en los escálamos. Ayudaba que la luna estaba brillante/tenía mucha luz y que ella siempre había visto bien en la oscuridad cuando era necesario. Esto significaba que no podía arriesgarse ni tan solo con un la linterna de un ladrón. Aun así, el miedo corría en su interior a cada brazada y solo lo inmovilizaba con esfuerzo.

      —Irá bien —dijo—. Lo has hecho cientos de veces antes.

      Quizás cientos no. Incluso los mejores de todos los tiempos en su profesión habían matado jamás a tantos. Ella no era el cuchillo de un carnicero, al que mandaban a matar a tantos como pudiera en una guerra. Ella era el cuchillo de un jardinero, cortando de raíz solo lo que era necesario.

      —La mitad de los soldados que hay allí habrán matado más que yo —susurró, como si eso lo justificara.

      Siempre había miedo cuando lo hacía. Miedo a ser descubierta. Miedo de que algo saliera mal. Miedo de que pudiera adquirir la clase de conciencia que evitara que hiciera lo que mejor se le daba.

      —Por ahora no —susurró Rose.

      Poco a poco, guió su barca a través de las barcas que estaban esperando. Nos e sorprendió al oír una voz gritando en la noche.

      —¡Eh! ¿Quién anda ahí? ¿Qué estás haciendo?

      Rose vio un soldado inclinado sobre la proa de un barco que había por ahí cerca, con un arco en las manos. Quizás un estúpido hubiera intentado remar hacia un lugar seguro, y hubiera recibido una flecha en la espalda por causar problemas. En su lugar, se paró a pensar por un momento. Los acentos eran algo en lo que había pasado tiempo trabajando, así que ahora Rose seleccionó uno adecuado, no el mismo de Ishjemme, sino el de una de las islas entre allí y la costa del reino, que marcaba más las erres. Ese era mejor. Los soldados de Ishjemme se conocían entre ellos. No podían esperar conocer a todos los aliados.

      —Prepararme para una batalla, imbécil. Y tú, ¿qué estás haciendo? ¿Intentando despertar a todo Ashton?

      —Está bien, ¡podrías haber sido cualquiera! —exclamó el soldado—. Por lo que yo sé, podría haber sido una barca llena de enemigos.

      —¿De verdad te parezco un barco lleno de enemigos? —replicó Rose—. Ahora, ¿puedo continuar entregando los informes que se supone que debo entregar? Hace horas que busco una ciudad con esa excusa. Ni tan solo puedo encontrar el buque insignia.

      Vio que el hombre señalaba con el dedo.

      —Por allí —dijo.

      —Gracias.

      A Rose se le daba bien fingir ser quien no era. Algunos pensaban que los asesinos debían de ser que se abrían camino luchando en un ejército. o que disparaban una flecha desde más lejos de lo que un hombre podía ver. A ella le gustaban estas historias. Significaba que no buscaban a la persona inofensiva que estaba a su lado y que acababa de ponerles algo en el vino.

      —Pero esta vez no hay ocasión de hacerlo —se dijo a sí misma.

      No estaba segura de que Milady d’Angelica hubiera entendido lo que ella pedía cuando la mandó a hacer esto. Sinceramente, dudaba que a la noble le importara. Pero existía una gran diferencia entre envenenar a un rival en Ashton y colarse en un barco en medio de una flota de batalla.

      Especialmente en una donde se rumoreaba que los que mandaban tenían magia.

      Esa era la parte que la aterrorizaba de todo esto. ¿Cómo se suponía que iba a colarse en un barco donde la gente podía leer los pensamientos asesinos que había en su interior? ¿Dónde podían percibir que se acercaba y probablemente mandar espectros chillando tras su alma? Eso significaba que su estrategia habitual de disfrazarse y mentir se descartaba, para empezar.

      —Debería remar hasta llegar a tierra firme —murmuró Rose. ¿Qué clase de idiota se mete en medio de una batalla como esta por propia elección? Sin embargo, continuó en dirección al buque insignia por tres razones.

      Una era que le pagaban bien por ello. Demasiado bien para no tenerlo en cuenta. Otra era que, a pesar de sus habilidades con un cuchillo y un dardo envenenado, sospechaba que Milady d’Angelica sería una enemiga peligrosa. La tercera… bueno, la tercera era sencilla:

      Se le daba bien.

      Rose detuvo la pequeña barca muy cerca del buque insignia, allí donde tan solo era una sombra más en la oscuridad. Se sacó los colores de Ishjemme, dejó al descubierto la ropa negra que llevaba debajo y se metió en las aguas de la bahía.

      El frío hacía que saliera vapor de su cuerpo, mientras ella intentaba no pensar en toda la porquería que se vertía desde las alcantarillas de Ashton a su río y después al mar. Ignoró la idea de las otras cosas que también podría haber en el agua, los tiburones y otros depredadores que se estarían reuniendo para ir en busca de comida tras la batalla. Tal vez su presencia fuera algo bueno, para esconder su intención asesina con la suya propia ante cualquier mente curiosa.

      Rose avanzó con lentitud con suaves brazadas, agachando la cabeza cada vez que pensaba que alguien podría estar mirando en su dirección, ignorando el gusto repugnante del agua del mar. Parecía que no llegaba nunca al buque insignia, su movimiento dejaba ir un ligero oleaje que la sacudía a medida que se acercaba a él.

      Por fin, tocó la madera del casco con los dedos y buscó los asideros tal y como otra persona podría haber trepado por la pared de una roca. Rose se movía lentamente, decidida a no hacer ningún ruido, incluso intentando clamar sus pensamientos para que no delataran ante los que tenían magia.

      Levantó lo suficiente la cabeza como para ver a un centinela moviéndose por la cubierta. Ella se agachó, escuchando el ritmo de sus paso y dejó que pasara. Continuó sin moverse. En su lugar, esperó a que pasara dos veces más, hasta aprenderse el patrón. Alguien que fuera más estúpido podría haber subido corriendo a cubierta la primera vez, y lo hubieran pillado por ello. Rose había aprendido cuándo había que ser paciente.

      La tercera vez que el centinela pasó por delante, se coló tras él y se sacó un trozo de alambre de garrote de la manga. El hombre era más alto que ella, pero Rose estaba acostumbrada a eso. En un instante le puso el alambre alrededor del cuello, tiró de él con fuerza y le puso la rodilla contra su espalda para derribarlo. No tuvo tiempo de gritar mientras el alambre hacía un corte profundo, tan solo se le escapó un breve jadeo.

      Rose tiró el cuerpo del guardia al agua, intentándolo hacer lo más silenciosamente posible. Era una pena tener que matar a alguien que no era su blanco, pero la vigilancia del hombre dejaba muy pocos espacios, muy pocos huecos en los que podría colarse cuando llegara el momento de escapar. Guardó su garrote. No lo usaría a continuación.

      —Ahora sigilosamente —se susurró a sí misma mientras se dirigía a toda prisa bajo cubierta.

      Puede que no tuviera la magia que decían que tenían los de aquí para averiguar los pensamientos de los demás, pero tenía ojos para identificar las sombras de cuerdas enroscadas y armas amontonadas en la oscuridad por allí cerca, oídos para buscar la respiración de los hombres que dormían, diferenciando cuidadosamente entre los que estaban profundamente dormidos y los que podrían

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