Un Beso Para Las Reinas . Морган Райс

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Un Beso Para Las Reinas  - Морган Райс Un Trono para Las Hermanas

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de esa manera. A medida que se iban acercando, Sofía oyó cómo sonaban las trompetas, vio las hogueras que se encendían como señales.

      Miró detrás de todo esto hacia el palacio y el distrito noble. Sebastián estaba allí en algún lugar, retenido en una celda, a la espera de que ella lo rescatara.

      —Todavía podríamos atacar, tal y como quiere el Primo Ulf —dijo Lucas.

      Sofía miró al cielo. El sol ya se estaba escondiendo, mandando lenguas rojas por el horizonte. Tuvo que forzarse a negar con la cabeza. Era una de las cosas más difíciles que jamás había hecho.

      —No podemos arriesgarnos con un ataque nocturno —dijo—. Debemos ceñirnos al plan.

      —Entonces atacamos al amanecer —dijo Lucas.

      Sofía asintió. Al amanecer, todo estaría resuelto. Verían si ella recuperaba el reino de su familia, junto con el hombre que amaba, o si todos ellos estaban condenados a muerte.

      —Atacamos al amanecer —dijo.

      CAPÍTULO CUATRO

      La brisa marina corría por la cara de Catalina, que se sentía verdaderamente libre por primera vez desde que podía recordar. Ver cómo Ashton se acercaba en la distancia le traía recuerdos de la vida que había tenido allí mientras fue una de los Abandonados, pero esos recuerdos ya no la poseían, y la rabia que traían parecía más un leve dolor que algo reciente.

      Sintió que Lord Cranston se acercaba antes de que llegara a ella. Hasta ahí sus poderes habían vuelto. Esto sí que era suyo, no era nada que Siobhan o su fuente le hubieran dado.

      —Atacaremos al amanecer, mi señor —dijo, girándose.

      Lord Cranston sonrió al oírlo.

      —La hora de costumbre para esto, aunque no hace falta que me llames eso ahora, Catalina. Somos nosotros los que hemos jurado servirle, su alteza.

      Su alteza. Catalina sospechaba que nunca se acostumbraría a que le llamaran eso. Especialmente no por un hombre que había sido uno de los primeros en hacerle un lugar en el mundo en el que encajaba.

      —Y, en serio, no hace falta que me llame eso —replicó Catalina.

      Sorprendentemente, Lord Cranston consiguió hacer una elegante reverencia cortesana.

      —Es quien eres ahora, pero de acuerdo, Catalina. ¿Haremos como que estamos de nuevo en el campamento y yo te estoy enseñando táctica?

      —Sospecho que todavía tengo mucho que aprender —dijo Catalina. Dudaba que hubiera aprendido ni la mitad de lo que Lord Cranston podía enseñar durante el tiempo que formó parte de su compañía.

      —Oh, sin duda, —dijo Lord Cranston— ahí va una lección. Dime, en la historia de Ashton, ¿cómo ha sido tomada?

      Catalina pensó. Era algo que no había visto todavía en sus clases.

      —No lo sé —confesó.

      —Lo ha sido por traición —dijo Lord Cranston, contando las opciones con los dedos—. Lo ha sido ganando el resto del reino, de modo que no tiene sentido resistirse. En un pasado remoto se ha hecho con magia.

      —¿Y por la fuerza? —preguntó Catalina.

      Lord Cranston negó con la cabeza.

      —Aunque, evidentemente, los cañones pueden cambiarlo.

      —Mi hermana tiene un plan —dijo Catalina.

      —Y parece bien hecho —dijo Lord Cranston—, pero ¿qué sucede con los planes en las batallas?

      Eso, al menos, Catalina lo sabía.

      —Se van al traste. —Encogió los hombros—. Entonces hacemos bien en tener las mejores compañías libres trabajando para nosotros para llenar los agujeros.

      —Y hacemos bien en tener a la chica que puede reunir neblinas y moverse más rápido de lo que cualquier hombre puede ir —respondió Lord Cranston.

      Catalina debió dudar uno o dos instantes de más en responder.

      —¿Qué sucede? —preguntó Lord Cranston.

      —Rompí con la bruja que me daba ese poder —dijo—. Yo… no sé lo que queda. Todavía tengo una habilidad para leer mentes, pero la velocidad, la fuerza, se han ido. Supongo que esa clase de magia también.

      Todavía conocía la teoría, todavía tenía esa sensación en su interior, pero daba la sensación que los caminos hacia ella estaban totalmente quemados por la pérdida de conexión con la fuente de Siobhan. Al parecer, todas las cosas tenían su precio y este estaba dispuesta a pagarlo.

      Al menos, si esto no les costaba a todos la vida.

      Lord Cranston asintió con la cabeza.

      —Entiendo. ¿Todavía sabes usar una espada?

      —No estoy… segura —confesó Catalina. Eso había sido algo que había aprendido a cargo de Siobhan, al fin y al cabo, pero los recuerdos de su entrenamiento todavía estaban allí, todavía recientes. Se había ganado lo que sabía mediante días de “morir” a manos de los espíritus, una y otra vez.

      —Entonces, sinceramente, pienso que deberíamos averiguarlo antes de una batalla, ¿no crees? —sugirió Lord Cranston. Dio un paso atrás e hizo la reverencia formal de un duelista, mirando detenidamente a Catalina, y desenfundó su espada con un silbido de metal.

      —¿Con espadas de verdad? —dijo Catalina—. ¿Y si no tengo el control? ¿Y si…?

      —La vida está llena de y sis —dijo Lord Cranston—. La batalla aún más. No te pondré a prueba con una espada de entrenamiento para después ver que tu habilidad se desmorona cuando existe un peligro real.

      Aún así, esta parecía una manera peligrosa de probar sus habilidades. No quería hacer daño a Lord Cranston por accidente.

      —Desenfunda tu espada, Catalina —dijo.

      Lo hizo a regañadientes, encajando cuidadosamente el sable en su mano. Había restos de las runas grabadas en la espada donde Siobhan las había trabajado, pero ahora estaban apagadas, apenas estaban allí a no ser que les diera la luz. Catalina se puso en guardia.

      Lord Cranston dio una estocada enseguida, con toda la destreza y violencia de un hombre más joven. Catalina lo esquivó a tiempo por poco.

      —Te lo dije —dijo—. No tengo ni la fuerza ni la velocidad que tenía.

      —Entonces debes encontrar una manera de compensarlo —dijo Lord Cranston, e inmediatamente lanzó otra estocada hacia su cabeza—. La guerra no es justa. A la guerra no le importa si eres débil. Lo único que le importa es si ganas.

      Catalina se retiró, cortando un ángulo para evitar que la obligara a retroceder contra la borda del barco. Ella esquivaba una y otra vez, intentando protegerse del ataque.

      —¿Por

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