Un Beso Para Las Reinas . Морган Райс
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Читать онлайн книгу Un Beso Para Las Reinas - Морган Райс страница 6
Ruperto se quedó quieto durante unos segundos y, por un instante, Angelica pensó que podría haber calculado mal todo esto. Que, al fin y al cabo, él podría marcharse. Entonces asintió una única y concisa vez.
—Muy bien —dijo él—. Si es importante para ti, lo haremos hoy. Ahora, voy a tomar un poco de aire y empezaré a contactar con nuestros aliados.
Dio la vuelta y salió. Angelica sospechaba que era más probable que fuera en busca de vino que de sus aliados, pero eso no importaba. Probablemente, incluso les beneficiaba. Pronto, ella los tendría haciendo lo que debían, mandando mensajes de parte de su marido.
Llamó a una sirvienta con la campana.
—Asegúrate de que la ropa que llevaba el Príncipe Ruperto cuando entró se quema —le dijo a la chica que entró—. Después busca a una sacerdotisa de la Diosa Enmascarada, e invita a los miembros del consejo íntimo de la Viuda para que se reúnan en palacio. Ah, y manda a alguien a mi modista. Ya debe haber un vestido de boda esperándome.
—¿Mi señora? —dijo la chica.
—¿No estoy hablando con suficiente claridad? —preguntó Angelica—… Mi modista. Venga.
La chica se fue. Era extraño lo estúpida que podía ser la gente a veces. Era evidente que la sirvienta había dado por sentado que Angelica no había hecho ninguna preparación para su propia boda. En cambio, ella había empezado a mandar mensajes para las preparaciones casi tan pronto como tuvo la idea de hacer que Ruperto se casara con ella. Era importante que esta boda lo pareciera lo más posible dada la poca antelación.
Era una pena que no hubiera la oportunidad de tener una ceremonia más grande más tarde, pero había un impedimento más grande para ello: para entonces Ruperto estaría muerto.
El día de hoy había demostrado que eso era necesario de forma más clara de lo que Angelica podía creer. Ella pensaba que Ruperto era un hombre que tenía tanto control sobre sí mismo como ella, pero continuaba tan variable como el viento. No, el plan que ella había establecido era el camino a seguir. Se casaría con Ruperto esa misma noche, lo mataría por la mañana y sería coronada reina antes de que el cuerpo de él estuviera en el suelo.
Ashton tendría la reina que necesitaba. Angelica gobernaría, y el reino sería mejor por ello. Todo iba a salir bien. Podía sentirlo.
CAPÍTULO TRES
Sofía solo podía esperar mientras la flota avanzaba hacia Ashton. Mientras su flota avanzaba. Incluso aquí y ahora, después de todo lo que había sucedido, era difícil recordar que todo esto era suyo. Todas las vidas que había en los barcos que la rodeaban, cada señor que mandaba a sus hombres, cada terreno del que venían, era responsabilidad suya.
—Hay mucho de lo que hacerse responsable —susurró Sofía a Sienne, el gato del bosque ronroneaba mientras se frotaba contra las piernas de Sofía, enroscándose a su alrededor con su impaciencia.
Cuando se marcharon de Ishjemme, ya había toda una flota de barcos, pero desde entonces más y más embarcaciones se les habían unido, procedentes de las costas de Ishjemme o de las pequeñas islas que hay a lo largo del camino, incluso salidos del reino de la Viuda pues los que le eran leales venían para unirse al ataque.
Ahora había muchos soldados con ella allí. Tal vez los soldados suficientes como para ganar esta guerra. Los soldados suficientes como para borrar del mapa Ashton, si así lo elegía ella.
—«Todo irá bien» —le mandó Lucas, evidentemente notando su intranquilidad.
—«Morirá gente» —le mandó de vuelta Sofía.
—«Pero están aquí porque así lo eligieron» —respondió Lucas. Se acercó para ponerle una mano sobre el hombro—. «Hónralos no desperdiciando sus vidas, pero no restes importancia a lo que ofrecen conteniéndote».
—Creo que es una de esas cosas que es más fácil decir que hacer —dijo Sofía en voz alta. Automáticamente, alargó el brazo hacia abajo para tocarle las orejas a Sienne.
—Posiblemente —confesó Lucas. Parecía preparado para la guerra de una manera en la que Sofía no lo parecía, con una espada en un costado y unas pistolas preparadas en el cinturón. Sofía imaginaba que, allí de pie, ella se veía increíblemente redonda con el peso de su hijo aún por nacer, desarmada y sin protección.
—«Pero sí preparada» —le mandó Lucas. Hizo un gesto hacia la parte de atrás del barco—. Nuestros comandantes están a la espera.
Más que nada, eso significaba sus primos y su tío. Ellos sostenían esto tanto como Sofía, pero también había otros hombres: jefes de clanes y señores menores, hombres duros que todavía hacían reverencias cuando Sofía se acercaba, su hermano y el gato del bosque a su lado.
—¿Estamos preparados? —preguntó, mirando hacia su tío e intentando parecer la reina que todos ellos necesitaban que fuera.
—Todavía hay que tomar algunas decisiones —dijo Lars Skyddar—. Sabemos lo que intentamos conseguir, pero ahora debemos decidir los detalles.
—¿Qué es lo que hay que decidir? —preguntó su primo Ulf, en su habitual tono brusco—. Juntamos a los hombres, machacamos los muros con cañonazos y después vamos a la carga.
—Esto explica muchas cosas del modo en el que cazas —dijo Frig, la hermana de Ulf, con una sonrisa de lobo—. Deberíamos rodear la ciudad como una horca, asediándola.
—Debemos estar preparados para un asedio —dijo Hans, cauteloso como siempre.
Parecía que cada uno tenía su propia idea acerca de cómo debía ir, y una parte de Sofía deseaba poder mantenerse alejada de esto, dejar todo esto a mentes más sabias, con más conocimiento sobre la guerra. Pero sabía que no podía, y que los primos no dejarían de discutir si les dejaba. Eso significaba que la única manera de hacerlo era elegir.
—¿Cuándo llegaremos a la ciudad? —preguntó, intentando pensar.
—Probablemente al anochecer —dijo su tío.
—Entonces es demasiado tarde para un simple ataque —dijo, pensando en el tiempo que había pasado por la noche en la ciudad—. Conozco las calles de Ashton. Creedme, si intentamos cargar a través de ellas en la oscuridad, no acabará bien.
—Un asedio, entonces —dijo Hans, que parecía satisfecho ante la expectativa, o quizás solo porque su plan era el elegido.
Sofía negó con la cabeza.
—Un asedio hace daño a la gente equivocada y no ayuda a los adecuados. Las viejas murallas de la ciudad solo protegen la parte central de la ciudad, y no te quepa la menor duda de que la Viuda dejaría morir de hambre a los más pobres para comer ella. Mientras tanto, cada momento que esperemos, Sebastián está en peligro.
—Entonces ¿qué? —preguntó su tío—. ¿Tienes un plan, Sofía?
—Echaremos el ancla delante de Ashton cuando lleguemos allí —dijo ella—. Les mandaremos mensajes