Un Beso Para Las Reinas . Морган Райс

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Un Beso Para Las Reinas  - Морган Райс Un Trono para Las Hermanas

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      Merodeaba por la Colina Enredada y las Vueltas, haciendo su camino lentamente hacia los muelles. Era cauteloso, y no solo por las razones habituales por las que alguien que andaba por Ashton debía ser cauteloso. En algún momento, Ruperto descubriría que había escapado y mandaría hombres en su búsqueda.

      —Debo estar lejos antes de eso —se dijo a sí mismo Sebastián. Esa parte parecía evidente.

      Si todavía tuviera el favor de su madre, sería otra cosa, pero después de haber salido corriendo en su boda, dudaba que ella estuviera de humor para ayudarlo. Además, lo cierto era que quería marcharse rápidamente de Ashton por otra razón: cuanto antes marchara, antes llegaría a Ishjemme y a Sofía.

      —Llegaré hasta ella —se prometió. Llegaría hasta ella y estarían juntos. Eso era lo que ahora mismo importaba.

      De camino a los muelles, encontró una taberna y colocó en un rincón, con la capucha de su capa subida mientras estaba alerta por los hombres que podrían estar trabajando para Ruperto. Al fin y al cabo, una vez lo habían atrapado escapando de la ciudad.

      —¿Qué le traigo? —le preguntó una camarera.

      Sebastián sacó una moneda del monedero que alguien le había dejado junto con la capa y un puñal de doble filo y la puso sobre la mesa.

      —Comida —dijo— e información. ¿Hay algún barco que parta hacia Ishjemme?

      La camarera cogió la moneda.

      —De la comida me puedo encargar. De lo otro, siéntase libre de sentarse aquí y escuchar. Por aquí vienen capitanes bastante a menudo con los muelles.

      Sebastián había pensado que esto acabaría así. Había tenido la esperanza de salir rápidamente de Ashton, pero no podía arriesgarse a ir de nuevo hasta los muelles buscando un barco. Así fue cómo Ruperto lo había atrapado la última vez. Tenía que tomarse su tiempo. Tenía que escuchar.

      Hizo ambas cosas, se sentó allí e intentó pillar lo que podía de las conversaciones de la taberna mientras comía un plato de pan, queso y jamón curado. Los hombres del rincón estaban hablando de las guerras al otro lado del Puñal-Agua, que ya no parecían tan lejanas ahora que el Nuevo Ejército había intentado invadir. Un hombre y una mujer estaban hablando en susurros, pero a Sebastián le bastó verlos juntos para imaginar que se estaban haciendo promesas el uno al otro y planeando una vida juntos. Eso le hizo pensar en Sofía. Otros estaban hablando de las últimas obras de los actores, o de peleas que habían visto en los muelles. Sin embargo, en medio de todo esto, un susurró llamó la atención de Sebastián.

      —La Viuda…

      Sebastián se levantó y fue hasta el mozo de muelle que lo había dicho.

      —¿Qué pasó? —preguntó—. ¿Qué decías de la Viuda?

      Tenía la cabeza agachada, con la esperanza de que nadie se diera cuenta de quién era.

      —¿Y a ti qué te importa? —preguntó el mozo de muelle.

      Sebastián pensó rápidamente y adoptó la mismo voz áspera.

      —Llevo todo el día oyendo este nombre. Al final pensé que averiguaría qué estaba pasando.

      El mozo de muelle encogió los hombros.

      —Bueno, de mí no sacarás mucho. Lo único que he oído es lo que ha oído todo el mundo: algo está pasando en palacio. Hay rumores sobre la Viuda y ahora todo el palacio está cerrado. Mi hermano tenía que hacer una entrega en esa dirección, y estuvo más de una hora parado en Arco Alto.

      —Gracias —dijo Sebastián, mientras se apartaba del hombre y se dirigía hacia la puerta.

      Por derecho, los indicios de problemas en palacio no deberían significar nada para él. Debería seguir con su plan original de encontrar un barco y llegar hasta Sofía tan rápido como pudiera. Fuera lo que fuera lo que le estaba pasando a su madre no era problema suyo.

      Sebastián intentaba decirse todo esto a sí mismo. Aun así, sus pies giraron inexorablemente en dirección a palacio, llevándolo por las calles adoquinadas a través de la ciudad.

      —Sofía estará esperando —se dijo a sí mismo, pero lo cierto era que ni tan solo sabía si Sofía había tenido algo que ver en su fuga. Si hubiera sido así, ¿no se hubieran anunciado los rescatadores? Puede que ella no supiera que estaba de camino y, en cualquier caso, ¿realmente podía marcharse Sebastián sin saber por lo menos qué estaba sucediendo?

      Tomó una decisión. Iría a palacio, cogería provisiones y averiguaría lo qué estaba pasando. Si lo hacía discretamente, Sebastián imaginaba que podría estar fuera de allí incluso antes de que alguien se diera cuenta, y en una posición mucho mejor para conseguir el barco que necesitaba para llegar hasta Ishjemme y Sofía. Asintió para sí mismo, se puso a andar en dirección a palacio y se detuvo para llamar a un palanquín que pasaba por allí para contratarlo. Los portadores lo miraron con escepticismo, pero una vez les hubo lanzado un par de monedas, no expresaron ninguna duda.

      —Está bastante cerca —dijo Sebastián, una vez hubieron llegado a una calle que no estaba lejos de los terrenos de palacio. No podía arriesgarse a intentar entrar por las puertas delanteras, por si los amigotes de Ruperto estaban allí. En su lugar, Sebastián se coló hasta una de las puertas del jardín. Allí había un guardia, que parecía sorprendentemente alerta teniendo en cuenta que estaba vigilando una puerta tan pequeña. Sebastián lo observó durante un tiempo y, a continuación, hizo señales a un niño de la calle que había por allí cerca para que se acercara y le mostró una moneda.

      —¿Para qué es eso? —preguntó el chico, con un tono de sospecha. Sebastián no estaba seguro de querer saber lo que había pasado como para hacer que el niño sospechara tanto de los desconocidos.

      —Quiero que vayas y causes problemas con ese guardia. Haz que te persiga pero que no te atrape. ¿Crees que puedes hacerlo?

      El chico asintió con la cabeza.

      —Hazlo bien y habrá otra moneda para ti —prometió Sebastián y, a continuación, se apartó en un portal a esperar.

      No tuvo que esperar mucho. En menos de un minuto, allí estaba el niño, lanzando barro en dirección al guardia. Una vez le salpicó el casco y estalló por todo su uniforme en un gran rocío de tierra.

      —¡Eh! —exclamó el guardia y fue corriendo hacia el niño de la calle.

      Sebastián fue a toda prisa hacia el hueco que quedó y atravesó la puerta hasta los campos de palacio. Esperaba que el niño estuviera bien. Imaginaba que lo estaría, pues ningún niño de la calle vive mucho tiempo en Ashton si no sabe correr.

      Sebastián se dirigió hacia los jardines y se puso a pensar en los paseos que había dado por ellos con Sofía. Pronto se reuniría con ella. Tal vez en Ishjemme habría jardines que hicieran la competencia a la belleza de las rosas trepadoras de aquí. En cualquier caso, tenía la intención de averiguarlo.

      Los campos estaban más tranquilos de lo que normalmente estaban. Cualquier día normal, habría habido sirvientes ajetreados, plantando o recogiendo hierbas y verduras para las cocinas. Habría habido nobles dando vueltas formales por los campos, para hacer ejercicio, para tener la ocasión de hablar de política

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