El Juego Más Peligroso. Barbara Cartland

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El Juego Más Peligroso - Barbara Cartland La Coleccion Eterna de Barbara Cartland

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      −Todavía no me ha dicho usted su nombre.

      −No veo por qué he de hacerlo, señor, sobre todo cuando, como usted mismo ha indicado, no hay dama de compañía para que nos presente.

      El volvió a reír.

      −¡Muy bien!, si desea permanecer en el misterio...Pero permítame decirle , que no me parece usted idónea para ser una bailarina de ballet.

      −¿Por qué no?

      −Porque a menos que me equivoque, es usted una Dama.

      −¿Y eso qué tiene que ver, si puedo bailar bien?

      El caballero pensó que podría mencionarle muchas razones, pero escogió sus palabras con cuidado.

      −Tal como usted dice, las bailarinas de ballet son buscadas por los caballeros de St. James, pero ellas deben corresponder a las atenciones que reciben.

      Lolita se volvió a mirarle sorprendida.

      −¿Quiere decir que ellas... deben darles las gracias?

      −Se espera que hagan bastante más.

      −¿Sí? No... No entiendo.

      − Más vale así. Pero créame, si le digo que la vida de bailarina no es para usted.

      Lolita suspiró.

      −En ese caso tendré que hacer que el Duque cumpla con su obligación, tal como debía haberlo hecho desde un principio.

      −Ah..., yo siempre había creído que él era muy consciente de sus obligaciones− dijo el caballero−.¿Qué ha hecho para ofenderla tanto, señorita?

      Hablaba de una manera que habría persuadido a la mayoría de las mujeres; sin embargo, Lolita irguió aún más la cabeza y repuso:

      −Si se lo dijera, como usted es amigo suyo, trataría de encontrarle toda clase de excusas.

      El caballero sonrió.

      −Creo que él es muy capaz de encontrar sus propias razones.

      −¡OH, sí, estoy segura de que es muy convincente!− ahora era Lolita quien hablaba con sarcasmo.

      −¿Por qué se niega el Duque a ayudarla como usted cree que debe hacerlo?

      Ante el silencio de Lolita, el hombre añadió:

      −Quizá esté usted pensando que puede recurrir a mí.

      La sorpresa de Lolita evidenció que no había pensado nada parecido.

      −¡Por supuesto que no! Jamás se me ocurriría imponerme a un desconocido...

      Tal vez haya sido incorrecto el pedirle que me lleve al Castillo; pero, ¿cómo iba a suponer que no habría ni un coche de alquiler en la estación?

      Parecía tan preocupada por lo que consideraba un comportamiento inadecuado, que el caballero quiso tranquilizarla:

      −Era la cosa más sensata que podía hacer; hubiera sido una tontería que me dejara partir.

      −En ese caso habría tenido que ir andando...

      −¿A qué distancia se encuentra el Castillo?

      −A un poco más de cuatro kilómetros. Y no hubiera sabido qué dirección tomar...

      −Así qué, como ve, ha hecho lo mejor y, a mi vez, debo darle las gracias por hacer que mi recorrido haya resultado mucho más interesante.

      Lolita rió levemente.

      −Ahora es usted amable conmigo y logra que me sienta menos culpable.

      −Pero eso no hace que sea menos curioso. Permítame añadir que si se encuentra usted en problemas, me gustaría poder ayudarla.

      −Eso quien tiene que hacerlo es el Duque.

      La determinación con que hablaba , llamó la atención del caballero, pues era sorprendente en alguien tan joven.

      −Ha dicho usted que vivía fuera de Inglaterra...¿Se alegra de hallarse de nuevo en el suelo natal?

      −En cierta manera, aunque resulta extraño y un poco atemorizador, sobre todo...

      Se detuvo, como si una vez más pensara que estaba siendo indiscreta.

      −Sobre todo, no teniendo dinero− adivinó él.

      −La verdad es que tengo algo..., pero no me durará mucho tiempo.

      −Eso es algo que todos hemos descubierto en una o otra ocasión.

      −Entonces, comprenderá que debo velar por mí misma.

      Lolita miró implorante al hombre y añadió;

      −De veras, bailo muy bien. Mi maestro me dijo en cierta ocasión, que yo era tan buena como cualquier profesional. Eso fue lo que me hizo pensar en la posibilidad de buscar trabajo en el Covent Garden. Es el mejor Teatro de Londres, ¿no?

      −Eso dicen. Pero insisto en que olvide esa idea.

      −¿Porque soy una Dama? No creo que me rechacen sólo por eso.

      −No la rechazarían si en realidad baila usted tan bien como dice, pero ésa no es vida para una joven de buena cuna y bien educada, como sin duda lo es usted.

      Lolita suspiró.

      −Entonces, ¿cómo se ganan la vida las Damas, cuando lo necesitan?

      −Las Damas se casan cuando tienen su edad... ¿No hay nadie que pueda introducirla en Sociedad?

      −Yo no deseo entrar en Sociedad, sino reunir suficiente dinero para poder ir a la India.

      −¡A la India! ¿Por qué demonios quiere usted ir a la India?

      −Por una razón muy particular.

      El caballero estaba a punto de preguntarle cuál era esa razón, cuando ella exclamó:

      −¡Sin duda, ése es el Castillo! ¡Dios mío..., es exactamente como me lo imaginaba!

      Enfrente de ellos, sobre una colina, se erguía el Castillo de Calver. Rodeado de árboles protectores y brillantes bajo la luz del sol, parecía una joya en su estuche de terciopelo.

      Construido en tiempos de normandos, luego cada propietario había ido haciéndole añadidos a su antojo, hasta que por fin, en el siglo XVIII, toda aquella confusión fue eliminada y en su lugar se elevó un magnífico ejemplo de Arquitectura estilo Palatino.

      Ahora constaba de un cuerpo central con alas a uno y otro lado. Sólo la Torre de piedra gris era diferente del resto de la nueva mansión, revestida de piedras blancas.

      El

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