Sin ti no sé vivir. Angy Skay
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Читать онлайн книгу Sin ti no sé vivir - Angy Skay страница 12
—¿Estás llamándome mojigata?
Suelta una carcajada, y el resto de las personas que se encuentran en la tienda nos miran.
—No exactamente.
—¿Qué quieres, Kylian? —Directa al grano.
Resopla y se pasa las manos por el pelo un par de veces.
—Me gustaría que quedáramos para...
—¡No! —Lo agarro del brazo y tiro de él para apartarnos un poco de los probadores—. Ni se te ocurra. Joan no puede enterarse nunca de nada de esto, o lo hundirás, ¿me has entendido? Y, por supuesto, jamás volverá a pasar —le digo con prisa y desesperada.
—No me refiero a nada de eso. —Arruga el entrecejo.
—¿Entonces? —No entiendo nada.
—Solo quiero que nos tomemos un café, simplemente.
Suspiro. Cuando voy a replicarle, Enma y Ross salen del probador y nos observan a ambos. No saben quién es, así que me miran interrogándome al mismo tiempo que se acercan a paso ligero hasta donde estamos.
—Chicas, este es el hermanastro de Joan, Kylian —me apresuro a decir.
Ambas abren los ojos como platos. La primera que se adelanta es Enma, como de costumbre.
—Hola, yo soy Enma. —Extiende su mano.
Le imita el gesto y asiente. Ross lo saluda tímidamente con un movimiento de cabeza, pero no hace ningún movimiento más.
—¿Y qué haces aquí? —le pregunta Enma.
Le reprocho con la mirada lo que acaba de preguntarle, pero ella parece no verme. A veces es tan dispuesta para todo que después no entiendo algunas reacciones suyas.
—Es una tienda de lencería, ¿no? —contrataca Kylian.
—Efectivamente, pero es una tienda de mujeres. ¿Estás buscando algo especial? ¿Para alguien especial? —le dice con picardía.
—Puede ser.
Me sonrojo de nuevo, y doy gracias a Dios por haber dejado el picardías en su sitio antes de que llegaran mis amigas. Enma parece quedarse conforme y se dirige al mostrador con una leve sonrisa para pagar las prendas que ha decidido llevarse. Aprovecho para salir de la tienda con Kylian mientras ellas terminan.
—Entonces, ¿cuándo nos vemos?
—No sé si es buena idea... —le respondo.
—¿Por qué? Que yo sepa, un café no ha matado a nadie todavía.
—Si Joan se entera...
—No tiene por qué enterarse —me dice con rapidez.
Tomo una gran bocanada de aire y asiento. No sé qué querrá decirme o de qué hablar, pero en cierto modo está empezando a picarme la curiosidad.
—Está bien, pasado mañana puedo.
—Bien. —Sonríe—. ¿A las cinco?
—Mismamente.
—¿Paso a buscarte?
—¡No! Mejor dime hora y sitio y nos vemos allí.
—Está bien, dame tu teléfono.
—¡Ja! ¡Ni lo sueñes!
Me mira asombrado. Sin embargo, por la cara de pícaro que muestra, sé que oculta algo.
—Entonces guárdate tú mi número.
En ese momento, mi teléfono móvil vibra en mi bolso. Cuando lo saco, veo que tengo un wasap de un número desconocido.
—¿Cómo has...?
No me da tiempo a terminar la frase:
—Tengo mis fuentes —me contesta, guiñándome un ojo.
Se da la vuelta y desaparece, no sin antes girarse una vez más para volver a guiñarme y sonreír de esa manera que me hace perder la cabeza y que un maldito cosquilleo martirice mi bajo vientre.
5
Después de llevar todo el día con las chicas de tienda en tienda, me desplomo en el sofá de cuero negro en cuanto entro por la puerta del apartamento. Pongo los pies encima de la mesa de cristal que tengo delante y me desabrocho los tres primeros botones de la camiseta. Cierro los ojos durante unos segundos, hasta que noto una presencia delante de mí. Los abro ligeramente y me encuentro a Joan con el ceño fruncido, sin camiseta.
—Ya era hora, ¿no? —refunfuña.
Sonrío provocativamente; no tengo ganas de discutir.
—Ha sido una tarde de chicas —comento como si nada.
—Ya veo.
Se cruza de brazos, y sus enormes músculos sobresalen de tal manera que me hacen respirar entrecortadamente. Lleva puestos unos minúsculos pantalones de hacer deporte, y sé que ha estado haciendo ejercicio por el sudor de su torneado pecho. Repaso su cuerpo de arriba abajo y no puedo evitar sonreír. Es imposible tener queja de semejante hombre.
—¿Qué te hace tanta gracia?
No me molesto ni en sentarme bien. Cojo la gomilla de su pantalón elástico y tiro de él, lo que lo obliga a poner los brazos en el cabezal del sofá para no caer encima de mí. Su rostro queda a centímetros del mío.
—Estoy sudado —añade roncamente.
—¿Y?
Rodeo con mis piernas su cintura y lo empujo hacia delante. Al pasar mi lengua por su cuello, veo cómo se le eriza el vello. Sonríe y se aparta un poco de mí. No separo mis piernas, y gruño un poco para que se dé cuenta de lo que quiero.
—Ahora no, Katrina —dice sin más.
Abro los ojos desmesuradamente.
—¿Ahora no?
—No, ahora no —me contesta tajante.
Se incorpora, va hacia la cocina y se pone un vaso de agua sin mirarme siquiera. Pienso en lo que he podido hacer mal, pero no encuentro la excusa por la que me haya rechazado de esa manera. Me siento y lo observo. Pasa de nuevo por el amplio salón y se dirige hasta el dormitorio. Voy detrás de él para pedirle explicaciones. Cuando entro, me cruzo de brazos y lo contemplo enfadada. A los pocos minutos, parece que se da cuenta.
—¿Se puede saber qué pasa? —le pregunto molesta.
—Nada, simplemente que no me apetece. Es fácil de entender, ¿no? —Comienza a sacar ropa de vestir del armario.
—No, no es fácil de entender. Por cierto,