Sin ti no sé vivir. Angy Skay

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Sin ti no sé vivir - Angy Skay

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pone los ojos en blanco y, lentamente, asiente.

      —Está bien, ¿vamos a tomarnos un café?

      —Odio el café. Mejor un chocolate calentito —sugiero.

      —Bien, pues que sean tres chocolates —añade risueña, algo raro en ella.

      Entramos en la primera cafetería que vemos y nos sentamos. Enma deja el montículo de bolsas que lleva en una de las sillas y entrelaza sus manos. Después de mirarnos a ambas, se aparta la melena rubia de la cara y nos observa con sus profundos e hipnotizadores ojos azules. Abre un poco sus finos labios rosados y se decide a hablar:

      —Sé que no os lo he contado, pero... tengo un «amigo».

      —¿Un amigo? —le preguntamos las dos a la vez.

      —Sí, lo veo de vez en cuando y… Bueno, es complicado. —Se mira las uñas.

      No sé por qué, pero me da la sensación de que para ella no es tan complicado; la manera, quizá, o el tono en el que lo cuenta.

      —¿Y por qué lo es? —le pregunto sin entenderla.

      Me mira con mala cara, resopla y se tumba un poco más en la silla. El camarero llega e interrumpe la conversación, por desgracia:

      —¿Qué desean?

      —¡Tres chocolates! —decimos Ross y yo demasiado alto.

      El pobre sale disparado, ya que se ha dado cuenta de que acaba de interrumpir una conversación de mujeres. La instamos con la mirada a que nos lo cuente. Nos mira con cierto miedo, aunque en el fondo sé que es con cariño. Lo más seguro es que la situación por la que está pasando sea un tanto agobiante. Enma tiene un carácter algo extraño que solo unos pocos sabemos controlar.

      —Está casado.

      —¡Hala! —exclamamos a la vez. Parece que hoy nos hemos puesto de acuerdo en todas nuestras expresiones.

      —Sí, eso decía yo. Al principio…, no sé, me daba la sensación de que estaba mal lo que hacía. Pero me he dado cuenta de que le merezco y de que tengo futuro con él.

      —¿Está dispuesto a dejar a su mujer por ti? —le pregunto—. Eso es algo muy importante.

      —No lo sé. Está enamorado de ella, y no sé hasta qué punto querrá o no separarse. —Resopla de nuevo mientras se pasa las manos por la cara.

      —No tenía ni idea de que era algo así. ¿Por qué no nos lo has contado?

      —Ross, no quería que pensarais mal de mí. No suelo ir saliendo con hombres que están casados, pero él es diferente.

      —¿Cómo se llama el individuo? —me intereso.

      —Eso qué más da —evita responder a mi pregunta—. Es alguien muy reconocido, y tiene pasta. —Ríe como una bruja—. Pero no quiero que os involucréis en esto. Si su familia se entera…

      —¿Tiene hijos? —le pregunta Ross.

      —Sí —musita.

      Me levanto y le doy un abrazo que ella acepta con gusto. Ross hace lo mismo y nos quedamos un rato en silencio, asimilando lo que acaba de decirnos.

      —Tómatelo con calma. Y, sobre todo, habla con él. Si de verdad te gusta, déjale las cosas claras y no sufras. Y no olvides llamar a Dexter para contárselo. Mañana se marcha, y cuando regrese, no quedará ciudad para que puedas correr de él.

      Asiente, pero sé que hay algo que no nos ha contado. Lo peor de todo esto es que no quiero que sufra, no quiero que le hagan más daño. Enma no ha tenido suerte con sus anteriores parejas. Las dos más «duraderas» le fueron infieles, y es algo que no soporta ni haría jamás, a pesar de que ahora esté siendo el segundo plato de otra persona.

      —Hablaré con él, ya os contaré —añade un poco triste.

      —Ya verás como todo sale bien. —Aprieto su mano—. Vamos a bebernos este chocolate y a buscar un picardías que haga que se le desencaje la mandíbula.

      Todas soltamos una ruidosa carcajada y hacemos que media cafetería nos mire. Nada más salir a la calle tras terminar, recuerdo una cosa.

      —A la vuelta de esa calle —digo, señalándola—, hay una tienda donde yo compro la lencería. A Joan le encanta todo lo que hay allí. —Sonrío al recordar varios conjuntos que tengo en mi cajón.

      —¡Perfecto! —anuncia eufórica—. Vamos, vamos. —Tira de mi mano.

      Me alegra saber que con ese detalle he conseguido sacarle una sonrisa.

      Al entrar en la tienda, la dependienta viene hacia nosotras a toda prisa.

      —Buenos días, ¿puedo ayudarlas?

      —Hola, Jess —saludo a la chica que tengo habitualmente.

      —Hola, Katrina, no te había visto. —Me da un abrazo—. ¿Qué tal va todo?

      —Bien. Venimos buscando algo sumamente llamativo para mi amiga. ¿Qué puedes enseñarnos?

      Jess se pone manos a la obra y comienza a sacarle miles de picardías que quitan el hipo. Mientras Ross está en el probador con Enma, me dedico a mirar la lencería de la tienda y buscar de paso algún conjunto más. Encuentro uno muy llamativo. Es negro y transparente, con un escote de pico bordado por líneas negras de raso y dos finas líneas con perlas a la altura del pecho. La parte de atrás está descubierta, y únicamente va atado por tres lazos: uno en el cuello, otro a la mitad de la espalda y otro por debajo del trasero. No deja lugar a la imaginación, pero me encanta.

      —Vas a matar a mi hermano.

      Me sobresalto al escuchar la profunda y sensual voz de Kylian detrás de mí. Me giro un poco y lo veo con las manos en los bolsillos. Está condenadamente guapo con esos pantalones vaqueros desgastados, ajustados a sus fuertes piernas. Lleva un polo de manga larga de lo más informal de color azul y de cuello redondo. Me mira expectante unos segundos y después desciende su mirada hasta mi mano izquierda, donde llevo el picardías. Mi respuesta no es otra que soltarlo rápidamente.

      —¿Qué haces aquí?

      —Buena pregunta, ¿y tú?

      —Mirar lencería, obvio. Pero no creo que encuentres nada en una tienda que es solo de mujeres.

      —A no ser que quiera hacer un regalo, ¿no?

      —Eso también. —Me siento un poco estúpida.

      —¿Tú qué me aconsejarías? ¿Eso que acabas de dejar?

      Me sonrojo de pies a cabeza.

      —Puede. Depende de cómo sea la chica a la que quieres regalárselo.

      —Mmm... —Se pone un dedo en el mentón, pensativo—. ¿Tú te pondrías eso? —Arqueo una ceja y me sonríe. No le contesto—. La verdad es que cuando te conocí..., ya

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