Sin ti no sé vivir. Angy Skay
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Sin ti no sé vivir - Angy Skay страница 6
—Pero ¿por qué?
—Ya está bien de preguntas. Vamos a la cama, que estoy cansado —me corta, zanjando así la conversación, y tira de mi mano hacia la habitación.
¡Ag! Mañana conoceré al hermano desaparecido de Joan, del que nadie quiere hablar y al que nadie soporta. Algo un tanto extraño que intentaré averiguar cuando por fin lo conozca.
2
—¿Que te ha dicho qué?
—Pues eso, Enma, que no quiere que salga sin él. —Miro hacia el techo.
—¿En serio? —me pregunta sin poder creérselo.
—Y tan en serio.
Coloco delante de mí un vestido negro de raso con escote de pico que está colgado en una percha. No tiene ningún adorno, y a simple vista se ve un poco soso. Lo aparto y pongo otro de color crema con purpurina en la parte derecha que hace una especie de estrella hasta la cintura. Tiene una sola manga y el otro hombro va completamente al descubierto.
—¿Y vas a hacerle caso?
—Ya le he dicho que sí —le contesto como si nada. Encuadro ambos vestidos frente al espejo y la miro—. ¿Cuál me pongo?
—El crema es más bonito. Además, es mediodía. Y con este recogido que quieres hacerte —dice, señalándome la revista de moda—, estoy segura de que irás espectacular.
Me pongo el vestido y termino de arreglarme mientras Enma me hace el recogido que hemos visto. Saco un pequeño adorno de la caja plateada que Joan me trajo el otro día. Casualmente, tiene toques de color crema, por lo tanto, ya no tengo nada más que pensar.
—Entonces, ¿cada vez que salgamos lo tendremos pegado a nuestro trasero?
—Más o menos.
—¡Pues vaya! —Se la nota fastidiada.
Nos quedamos en silencio durante unos segundos. Parece concentrada en su tarea, pero sé que en el fondo está pensando algo y no sabe cómo decírmelo. Por fin, me observa de reojo y habla:
—Katrina, te lo pregunté cuando volviste con él, pero… ¿estás segura de querer seguir con esta relación?
—Me casé con él en cuanto arreglamos lo nuestro. ¿Cómo me haces esa pregunta? —le digo enfadada.
—No lo sé, simplemente veo que estás dejándote guiar por él. Haces todo lo que dice.
—Eso no es cierto —niego.
Pone mala cara y fija su vista en otro punto que no sea yo. No volvemos a sacar el tema en la hora siguiente.
A la media hora, Joan entra en el apartamento, arreglado.
—¿Dónde te has cambiado? —le pregunto sorprendida.
—En el trabajo, ¿dónde si no?
Enma me mira, pero enseguida quita sus ojos de mí para mirar hacia otro lado. No le gusta Joan, y sé que intenta evitarlo a toda costa. Creo que el amor es mutuo, porque cuando mi marido se fija en ella, no puede hacer otra cosa que mirarla con sumo desprecio.
—Ah.
—¿Ese es el vestido que vas a llevar? —Arquea una ceja.
Avanza hasta el tocador y coge la otra caja, ahora de color negra; imagino que cualquier detalle para regalarles a sus hermanas.
—Sí. ¿No te gusta?
—¿Tienes más opciones? —ironiza.
—Sí, este. —Levanto el vestido negro que he dejado colgado en la puerta del dormitorio.
Asiente y me mira de arriba abajo.
—Cámbiatelo. Te espero abajo. Cinco minutos —me advierte tajante.
—Pero si este es muy bonito. Además, siempre voy de negro y…
—Cámbiatelo —repite.
Dejándome con la palabra en la boca, sale del apartamento. Tomo una gran bocanada de aire con la que consigo llenar mis pulmones. ¿Por qué demonios no le gusta mi vestido?
—Yo creo que me voy. Ya sabes que no soy plato de buen gusto para tu marido.
—Lo sé, y lo siento —me disculpo.
—No te preocupes, no es culpa tuya. —Le sonrío. Antes de salir por la puerta, se gira y me mira—. Katrina, a esto me refería.
Me señala mientras me cambio el vestido, tal y como me ha dicho. Observo mi cuerpo durante un segundo. Lleva razón. ¿Por qué demonios estoy cambiándome? Me quito el vestido negro y vuelvo a ponerme el de color crema. Enma sonríe y asiente satisfecha.
—Gracias.
—Eres mi mejor amiga, Katrina, no me las des. Sé tú y yo seré feliz. —Sale del apartamento sin decir ni una sola palabra más.
Recojo mi bolso y guardo en él mi móvil, el tabaco y las llaves. A toda prisa, bajo las escaleras hasta llegar a la calle, donde Joan me espera apoyado en el capó de su bonito coche. En cuanto aparezco, arruga el entrecejo.
—¿Qué haces con ese vestido?
—No quiero ir de negro a una comida de mediodía. Además, me pega con el adorno que me regalaste.
—Pero yo te he dicho…
—¿Quieres llegar tarde? —lo interrumpo mientras arqueo una ceja.
—No.
—Pues entonces deja de discutir y vamos —concluyo severa, y me siento en mi asiento.
Arranca el coche y salimos a gran velocidad sin añadir nada más. Si llegamos tarde, la señora Johnson se enfadará —véase la ironía—.
Veinte minutos después nos encontramos a las afueras de la ciudad, frente a la hermosa verja blanca de una casa rodeada de jardines y flores silvestres. La vivienda consta de dos plantas: en la primera se encuentra el salón, la cocina, dos baños y dos dormitorios; y en la parte de arriba, seis habitaciones, otros tantos baños y dos despachos. Es una casa muy amplia, dado el caché y la posición económica que tienen los padres de Joan.
Bajamos del vehículo y nos dirigimos hacia el interior. Está todo abarrotado de gente. Se nota que los padres de Joan, Paul y Silvana Johnson son personas muy afamadas en esta y muchas más ciudades, ya que amigos o «conocidos» no les faltan. El padre de mi marido es el dueño de una de las entidades bancarias más renombradas en todo el mundo, y Joan trabaja para él. Tiene su propia sucursal en nuestra ciudad.
Cuando nos ve, se dirige hacia nosotros.
—Buenas tardes, chicos.
—Padre