Sin ti no sé vivir. Angy Skay

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Sin ti no sé vivir - Angy Skay

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sé si he sido demasiado…

      —Ha estado bien.

      Me atreví a mirarlo a los ojos; unos profundos prados en los que me perdía. Era increíblemente guapo. No podía dejar de fijarme en ese mentón fuerte e insinuante, en esa barba incipiente que raspaba levemente cuando sus labios me rozaban. El vello se me ponía de punta en cuanto respiraba cerca de mí.

      Nos mantuvimos la mirada durante lo que pareció una eternidad. Noté cómo su mano se posaba en mi cadera y la otra me arrastraba junto a su cuerpo. Suspiró con fuerza, sin apartarme la vista. Después, bajó el rostro hasta mi cuello y se entretuvo ahí un rato. Con ambas manos, me elevó hasta quedar a su altura y me dejó deslizarme por la pared mientras me mantenía atrapada.

      —Vamos a comprobar ese «Ha estado bien» —comentó con cierto tonito.

      Sin más, se introdujo en mí y comenzó un fuerte y potente baile que me dejó incapaz de moverme, sin poder seguir su ritmo. Mi respiración se agitó a grandes escalas. Sentía cómo resbalaba dentro de mí sin piedad alguna, y eso me desarmó de tal manera que creí morir de placer en aquel instante. ¿Cómo había podido estar con Joan durante un año sin saber qué era realmente el sexo? Quizá fuese el simple hecho de no haberlo experimentado nunca. Y esa vez me dejé llevar, y de qué manera.

      Al día siguiente cuando desperté, moví la mano repetidas veces. Las sábanas estaban frías, y un helor se apoderó de mi cuerpo al no notar a nadie a mi lado. No había ni rastro del hombre con el que había estado toda la noche. Busqué con la mirada y entré en el baño. Nada. Se había ido.

      Me vestí lo más rápido que pude, sin importarme las pintas que pudiera llevar, y bajé a la recepción. Me daba un poco de vergüenza preguntar si se había marchado, pero no me quedaba otro remedio, así que me dirigí a la muchacha que estaba en el mostrador:

      —Buenos días. ¿El chico que estaba en la habitación diez…?

      No me dejó terminar:

      —Se fue hace una hora aproximadamente. Ha dejado la habitación pagada. Cuando se marche, deme la tarjeta y listo. —Sonrió.

      —Ah…

      Me decepcionó, aunque a la vez me alegró. No quería ataduras, y menos después de haberme peleado con Joan. Necesitaba mi espacio, y no estaba dispuesta a que otro hombre lo ocupara.

      Salí de la habitación cuando terminé de recoger mis pertenencias. Antes de cerrar la puerta, miré por última vez el sitio donde había recibido orgasmos como para estar servida durante un tiempo. La única duda que me quedó fue si… volvería a verlo.

      Katrina

      Malditos tacones, maldito vestido y maldita la hora en la que me decidí a salir.

      Llegando a la discoteca, me llama Joan, mi marido.

      —¿Diga?

      —¿Por qué me dices «diga» si sabes perfectamente quién soy? —me pregunta con su particular tonito.

      —Es la costumbre, Joan.

      Joan y yo llevamos tres años juntos. En realidad, llevaríamos cuatro de no ser porque hace tres años dejamos la relación durante seis meses. Tenemos un pequeño apartamento en la ciudad; nada de niños, ni perros, ni cariño. Sí, puede que estemos en crisis o pasando un «pequeño» bache. Solo rezo para que lo superemos. Él no era de esta manera. Antes se comportaba de forma diferente, pero hace cosa de unos meses se torció. Y, encima, la rutina ha hecho que sea imprescindible en mi vida.

      —Bueno, a lo que iba —continúa, ignorándome—. Mi hermano llega mañana. Le hemos preparado la fiesta que te comenté, así que no hagas planes.

      —¿Para eso me llamas? —le pregunto extrañada—. Podrías habérmelo dicho en casa.

      —No, para eso y para saber a qué hora vendrás.

      —No lo sé. Enma, Ross y Dexter estarán esperándome. Aún no he hablado con ellos. Ya sabes que Dexter se va dentro de dos días a Australia, por lo que quiero aprovechar el tiempo que me queda con él.

      Me excuso sin saber por qué, ya que uno de mis mejores amigos se marcha por trabajo durante una larga temporada y será bastante difícil vernos.

      —Ah, sí…, el amiguito… Qué poco me gusta ese maricón.

      —Joan, no empieces. Y no le faltes al respeto, que es mi amigo —le recrimino enfadada.

      —Como si quiere ser tu primo. No me gusta. Seguro que lo hace porque quiere conseguir que las tías se acerquen a él.

      —Eso no le hace falta. No inventes cosas, Joan —le advierto.

      Y es cierto. Dexter es un hombre que emana erotismo por todos los poros de su piel. En demasiadas ocasiones he visto cómo las mujeres se deshacen por sus huesos. Es moreno, de pelo negro, mide un metro ochenta, y esos ojos verdes como prados solo lo hacen más atractivo. Por no hablar de su perfecto y duro cuerpo, machacado por dos horas diarias de gimnasio.

      Dejo de desvariar cuando Joan habla de nuevo:

      —No me invento nada. Y tú no lo defiendas. —Noto por su voz que se enfada. Suspiro fuertemente. Hace un ruido al teléfono que me da a entender que no le ha sentado bien—. Antes de las tres quiero que estés de vuelta, o te dejaré en la calle —me avisa, prosiguiendo con la conversación cuando no le contesto.

      Me río ante ese comentario. ¿Qué está diciendo? ¡Es absurdo!

      —¿No serás capaz? —le pregunto con gracia, pensando que es una de sus bromas.

      —¿Tengo que recordarte que el apartamento es mío? —me dice seriamente.

      —No —le contesto tímida.

      Me doy cuenta de que va en serio. No entiendo el motivo ni a qué ha venido eso, pero no me apetece discutir en mi noche de «chicas».

      —Pues ya sabes. Venga, adiós.

      —Te quiero…

      Pero el «Te quiero» se va junto con el pitido del teléfono al colgar.

      Raramente me dedica algún apelativo cariñoso, solo cuando le interesa algo; cosa que antes no tenía ni que pedir, ya que desde siempre había sido un chico cariñoso, detallista y atento.

      Decido dejar mis pensamientos a un lado y pasármelo bien, como así me propongo en cuanto salgo de mi casa. Llego a la puerta y me encuentro a los tres mirándome a la vez. Me señalan el reloj y levanto las manos a modo de disculpa.

      —Lo siento —me excuso cuando estoy frente a ellos.

      —¿Por qué llegas tarde siempre? —me pregunta Enma mientras resopla.

      —Es que…, por los pelos, no vengo… —Miro hacia el suelo.

      —Vaya, ¿y eso? —se interesa Ross.

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