Sin ti no sé vivir. Angy Skay
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—No sé si es mejor que te quedes en mi casa esta noche. Está muy alterado… —comenta Enma.
La corto antes de que continúe:
—No me pondrá una mano encima. Pese a su carácter, nunca lo ha hecho.
Todos me miran sin creérselo, pero es cierto. Joan tiene un temperamento de mil demonios. Aun así, jamás me ha pegado.
Dirijo mis pasos hasta el Porsche Carrera plateado y me subo. Dexter me mira sin poder aceptar que no le haga caso, que no escuche sus palabras; por más que lo intento, el corazón me pide que haga otra cosa.
El camino hasta casa lo hacemos en silencio. Sin embargo, nada más entrar y como de costumbre, paga su cabreo conmigo de una manera que me gusta, aunque a veces me asusta. Lo veo venir a distancia.
—Ahora que estamos en casa, ¿vas a explicarme qué hacías? —Se pone detrás de mí y, de un tirón, me baja uno de los tirantes del vestido.
—Bailando.
—¿Y tienes que provocar de esa manera? —me pregunta serio.
—Yo no estaba provocando —me defiendo.
Me mantengo quieta en la entrada de casa, sin pestañear. Me baja el otro tirante del vestido de la misma forma: sensual, atrevido y de manera perturbadora.
—Joan, no tengo ganas de discutir.
Me aparto de él y me voy hacia el dormitorio. Noto cómo me sigue. Una vez dentro, cierra la puerta de la habitación de un portazo y me mira fríamente.
—No quiero que vuelvas a salir —sentencia.
—No digas tonterías —le digo mientras me quito los pendientes y los deposito sobre un pequeño tocador de madera antigua que viste la estancia.
—No son tonterías, estoy diciéndotelo en serio.
—Te he dicho que no quiero discutir.
—Me parece muy bien —me contesta con desgana—, no estoy discutiendo.
Voy hacia el armario, ignorándolo por completo, y cojo mi pijama, pero de forma inmediata desaparece de mis manos.
—¿Qué haces?
Me gira y lo miro fijamente. No me contesta, solo se limita a empotrarme en la puerta del armario y a morder mi cuello con una fuerza desesperada, con una brutalidad que me abrasa.
—Joan…, estamos hablando.
—Yo no quiero hablar —reniega junto a mi cuello.
Coloca mis manos a ambos lados de la cómoda que tengo cerca de mí y separa mis piernas con su pie. Justo después de oír la hebilla de su cinturón abrirse, sus manos elevan mi vestido hasta hacerlo un gurruño en mi cintura. Separa mi tanga y, sin decir nada más, se introduce en mí bruscamente.
—Te dije que no te pusieras vestidos tan cortos —gruñe.
Comienza su ataque, y solo puedo apoyar mis manos en la madera y observar cómo poco a poco mis nudillos van poniéndose blanquecinos. Jadeos ahogados salen de mi garganta una y otra vez. Sin quererlo, recuerdo lo mucho que me ha costado llegar a este punto con Joan. Siempre buscaba su placer y no el mío. Ese fue uno de los motivos por los que hace tres años dejamos la relación. Pero después todo cambió de manera radical: ya no era el mismo hombre que conocí con veinticuatro años.
—No quiero que nadie te mire, que nadie te toque… —susurra en mi oído de forma posesiva mientras continúa con sus embistes.
—Na…, nadie lo ha… hecho —tartamudeo.
Nuestros sexos chocan con locura, lo que provoca que me pierda en un abismo de placer, igual que él. Con dos sacudidas más, culmina y se apoya sobre mí. Oigo cómo respira entrecortadamente. Con un leve movimiento, roza su cara con mi espalda. Me gira y besa dulcemente mis labios.
—Lo siento. No quiero ser tan brusco, pero…
—Es tu forma de desahogarte, lo sé —termino la frase por él.
—Sí.
Sonrío de forma tímida y me abrazo a su cuerpo. Me corresponde durante un segundo y se separa de mí para coger mi cara con ambas manos.
—Sabes que te adoro, que no puedo vivir sin ti, pero los celos me matan —se sincera—. Quiero que esto funcione, y no deseo perderte de nuevo, Katrina. Lo único que necesitamos es poner de nuestra parte los dos.
—Siempre he estado dispuesta a hacerlo.
—Pues entonces continuemos de esa manera —me comenta con dulzura. Pero sé de sobra que sus palabras encierran otro significado, algo que no tarda mucho en llegar—: Katrina… —Mira hacia la derecha, agazapando un poco su rostro en mi cuello—, no quiero que salgas por las noches si no es conmigo. No lo soporto.
—Llevaba meses sin salir, ¡no exageres! —exclamo molesta.
Suspira fuertemente. Cuando digo «meses», no me refiero a dos ni a tres, sino a ocho.
—Piénsalo de la siguiente manera. —Me contempla con fijeza—. Imagina que yo saliera. ¿Cómo te sentirías?
—Eso ya lo haces.
—No. Yo salgo con gente de mi trabajo. Y por negocios, no por gusto.
—Tus amigos son las personas que trabajan contigo, así que no me vengas con cuentos, Joan. —Me separo un poco de él.
Sonríe de medio lado, se acerca y besa mis labios. Está intentado que lo acepte sin más. Sé que, por mucho que me resista, no servirá de nada, porque al final terminaré sucumbiendo a lo que me diga.
—Mira, cuando salgas, yo saldré contigo. De esa manera, no tendremos por qué discutir ni tendré que ir como un marido capullo a buscarte porque me consumen los celos. ¿Qué te parece?
—Tú nunca quieres salir conmigo. ¡Si no soportas a mis amigos! —reniego.
—Por ti lo haré, de verdad. —Pone ojitos.
Bajo esa mirada negra e hipnotizadora, no puedo hacer otra cosa que asentir como una tonta.
—Venga, ven —extiende su mano—, vamos a la cama. Mañana tenemos una fiesta a mediodía.
Ese detalle, que antes he pasado por alto, me viene a la mente.
—Joan —lo llamo.
—Dime.
—El hermano que viene, es tu hermanastro realmente, ¿no? Creo recordar que eso me dijiste hace tiempo.
—Sí —me contesta tajante.
—¿Por qué nunca