Sin ti no sé vivir. Angy Skay

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Sin ti no sé vivir - Angy Skay

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       Joan

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       Katrina

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       27

       28

       Joan

       29

       Katrina

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       Epílogo

       Fin

       Biografía de la autora

      No puedo explicar cómo ni por qué llegué aquí. En mi mente solo aparecen pequeñas lagunas de esa noche. Lo único que sé es que, cuando reaccioné, tenía a un hombre impresionante encima de mí, moviéndose a una velocidad de vértigo en mi interior. Me escuchaba jadear y clavaba mis uñas en sus fuertes hombros tatuados, e incluso le hice algún que otro arañazo por el que llegó a brotar sangre. No cesaba en sus embistes. Cada vez eran más fuertes, más rudos, más… intensos. Notaba su aliento en mi oído y cómo me agarraba la cadera con su mano derecha para mantenerme firme. Su respiración era descompasada, pero no aminoraba el ritmo. Estaba volviéndome loca.

      —¡Dios! —exclamé en un gemido.

      De mi boca no salía ni una sola palabra; no necesitaba hablar. Quería tenerlo completamente dentro de mí, así que agarré su trasero con ambas manos y lo obligué a que se introdujera más, si es que aquello era posible.

      —¿Quieres más? —me preguntó con chulería.

      —¡Sí! —exclamé entrecortadamente.

      Separó su cuerpo del mío durante dos segundos exactos, levantó mi pierna y la colocó sobre su hombro izquierdo. Con la rodilla, apartó mi otra pierna, que le obstaculizaba el paso, y sin decir nada más me penetró bestialmente. Mi cabeza chocó con el cabezal de la cama, pero no me importó; lo necesitaba, me urgía. Empecé a notar un cierto cosquilleo en mi cuerpo que me pedía que no parase, que siguiera. Me apretujé junto a él, deseando por fin saber qué era el ansiado orgasmo.

      Sí…, nunca lo había sentido.

      —No pares… —casi le supliqué.

      —No lo haré —me aseguró.

      Dos embestidas más y mi cuerpo se rompió en mil pedazos que dieron paso a un increíble placer que me desbordó en aquel momento. Mis pulmones no se llenaban de aire, no podía respirar. El individuo que tenía a mi lado se desplomó en la cama, apartó las gotas de sudor que caían por su frente y colocó su brazo derecho encima. Estaba segura de que se encontraba tan agotado como yo.

      A los pocos minutos, me levanté, agarré una sábana de la cama y tiré de ella para cubrir mi figura.

      —¿Te da vergüenza? —me preguntó de repente.

      No le contesté.

      Arrastré mis pies hacia el cuarto de baño de la pequeña habitación del hostal y cerré la puerta. No era un sitio con lujos, pero para un revolcón era más que suficiente. Observé mi rostro en el espejo unos segundos. ¿Desde cuándo me acostaba con el primer hombre que encontraba a mi paso?

      Semanas atrás había discutido con Joan. Un año de relación para nada. Él y sus tonterías me mataban. Teníamos pendiente una conversación «para arreglar las cosas», según él. Me quería, y en cierto modo yo también, pero la vida que estaba descubriendo ahora me encantaba. No tenía que darle explicaciones a nadie. Podía salir e ir con mis amigas sin tener que estar vigilada por alguien: por tu novio.

      Abrí la mampara de la ducha, que a decir verdad era bastante pequeña, elevé el grifo y el agua helada cayó sobre mí como una cascada. Pegué un respingo al notar el frío, pero inmediatamente me repuse. Apoyé la cabeza en el mármol blanquecino de la pared y suspiré agotada.

      —¿Qué estás haciendo? —murmuré tan bajo que ni yo misma me escuché.

      Estaba en la habitación de un hostal, con un tío que acababa de conocer en un bar de copas, un hombre que saltaba a la vista por su atractivo, y encima borracha como una cuba. No podía pensar en nada más; simplemente, estaba loca.

      Oí que la mampara se abría y entraba… ¿él? ¡Por el amor de Dios! ¡No sabía ni cómo se llamaba! Se pegó a mi espalda y noté su duro y erecto miembro golpeándomela. Era alto, sí, demasiado alto comparado con mi metro sesenta. Más bien me sacaba dos cabezas, pero era increíblemente atractivo, atlético y musculado. No sé dónde estaría este hombre el día que decidí mantener una relación con alguien.

      —¿Te encuentras bien? —susurró en mi oído.

      —Sí… —le contesté sin convicción.

      —¿He hecho algo mal? —Notaba cierta preocupación en su voz.

      —¿Acaso te importa? —le pregunté con retintín.

      —Claro —me respondió de manera cariñosa; contestación que me sorprendió, pues no me conocía de nada.

      Mi mirada seguía perdida en la nada. No me dio tiempo a reaccionar cuando me giró por completo y cogió

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