Maestría. Robert Greene

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ORTEGA Y GASSET

      Muchos de los principales maestros de la historia han confesado haber experimentado una especie de fuerza, voz o destino que los guiaba. En el caso de Napoleón Bonaparte, fue su “estrella”, que siempre sentía en ascenso cuando tomaba la decisión correcta. Para Sócrates era su daemon, una voz que oía, tal vez de los dioses, y que le hablaba inevitablemente en términos negativos, diciéndole lo que debía evitar. Goethe también llamaba daemon a esa fuerza suya, una suerte de espíritu que habitaba en él y lo obligaba a cumplir su destino. En tiempos más modernos, Albert Einstein se refirió a una voz interior que determinaba la dirección de sus especulaciones. Todas éstas son variaciones de lo que Leonardo da Vinci experimentó mediante su sensación de destino.

      Esta sensación puede ser puramente mística, más allá de toda exégesis, o adoptar la forma de alucinaciones e ilusiones. Pero hay otro modo de verla: como eminentemente real, práctica y explicable. Se le puede analizar de la siguiente manera.

      Todos nacemos únicos. Esta singularidad está marcada genéticamente en nuestro ADN. Somos un fenómeno que ocurrirá una sola vez en el universo; nuestra composición genética exacta no ha tenido lugar nunca antes, ni se repetirá jamás. En todos los casos, esta singularidad se manifiesta inicialmente en la infancia mediante ciertas inclinaciones primarias. La inclinación de Da Vinci era explorar el mundo natural en torno a su pueblo y darle vida en el papel a su manera. En otros casos puede tratarse de una atracción temprana por patrones visuales, a menudo indicio de un futuro interés en las matemáticas. O podría ser una atracción por movimientos físicos o disposiciones espaciales particulares. ¿Cómo explicar esas inclinaciones? Son fuerzas dentro de nosotros que proceden de tan grandes profundidades que es imposible expresarlas con palabras. Estas fuerzas atraen hacia nosotros ciertas experiencias y nos alejan de otras. Al desplazarnos para acá y para allá, influyen en el desarrollo de nuestra mente en formas muy particulares.

      Esta singularidad primaria tiene el deseo natural de afirmarse y expresarse, pero algunos la experimentan con más fuerza que otros. En el caso de los maestros, la singularidad es tan fuerte que parece poseer realidad externa propia: una fuerza, una voz, el destino. Cuando llevamos a cabo una actividad que responde a nuestras inclinaciones más hondas, quizá experimentemos un dejo de esto: la sensación de que las palabras que escribimos o los movimientos que hacemos ocurren con tal rapidez y facilidad que nos llegan de fuera. Nos sentimos literalmente “inspirados”, palabra latina que significa que algo externo alienta en nuestro interior.

      Formulémoslo de este modo: cuando naces, en ti se siembra una semilla. Esta semilla es tu singularidad. Necesita crecer, transformarse y florecer en todo su potencial. Posee una energía afirmativa natural. Tu tarea en la vida es hacer florecer esa semilla, expresar tu singularidad mediante tu trabajo. Tienes un destino que cumplir. Cuanto más fuertemente lo sientas y sostengas –como fuerza, voz o en cualquier forma–, más posibilidades tendrás de cumplir tu tarea en la vida y alcanzar la maestría.

      Lo que debilita esa fuerza, lo que hace que no la sientas o incluso dudes de que exista es el grado en que sucumbes a otra fuerza en la vida: las presiones sociales a adaptarte. Esta contrafuerza puede ser muy poderosa. Quieres encajar en un grupo. Inconscientemente podrías sentir que lo que te vuelve distinto es vergonzoso o desagradable. También tus padres suelen actuar como contrafuerza. Tal vez quieran orientarte a una profesión lucrativa y confortable. Si estas contrafuerzas adquieren demasiado impulso podrías perder todo contacto con tu singularidad, con lo que en verdad eres. Tus inclinaciones y deseos adoptarán como modelo los de los demás.

      Esto puede ponerte en un camino muy peligroso. Terminarás eligiendo una carrera que en realidad no te sienta bien. Tu deseo e interés menguarán poco a poco y tu trabajo pagará las consecuencias. Acabarás por ver el placer y la realización como algo ajeno a tu trabajo. Tu creciente indiferencia por tu carrera hará que no prestes atención a los cambios en tu campo, con lo que te rezagarás y pagarás un precio por ello. Cuando tengas que tomar decisiones importantes, titubearás o seguirás a los demás, porque no tendrás una dirección o radar interno que te guíe. Habrás perdido contacto con tu destino perfilado al nacer.

      Evita esa suerte a toda costa. El procedimiento para cumplir tu tarea en la vida y alcanzar la maestría puede comenzar, en esencia, en cualquier momento. La fuerza oculta en ti está presente siempre, lista para ser utilizada.

      El procedimiento para satisfacer tu tarea en la vida consta de tres etapas: primero debes recuperar tus inclinaciones, tu sensación de singularidad. Así, el primer paso siempre es interior. Busca en el pasado señales de tu voz o fuerza interna. Elimina otras voces que podrían confundirte, de tus padres y amigos. Busca un patrón de fondo, una esencia en tu carácter que debas comprender lo mejor posible.

      En segundo lugar, una vez hecha esa recuperación, examina la profesión que ya tienes o que estás a punto de iniciar. La elección de tu profesión –o reconsideración de la que ya elegiste– es crucial. Para contribuir a esta etapa tendrás que ampliar tu concepto del trabajo. En nuestra vida distinguimos a menudo entre el trabajo y la vida fuera de él, donde encontramos verdadero placer y realización. El trabajo suele ser visto como un medio para ganar dinero con el cual podamos disfrutar de la segunda vida que llevamos. Y aun si derivamos alguna satisfacción de nuestra carrera tendemos a separar nuestra vida de ese modo. Pero esta actitud es deprimente porque, a fin de cuentas, pasamos en el trabajo una parte sustancial de nuestra vida. Si experimentamos este periodo como algo por lo que tenemos que pasar de camino al verdadero placer, nuestras horas de trabajo representan una manera trágica de perder el poco tiempo de que disponemos para vivir.

      En cambio, ve tu trabajo como algo inspirador, como parte de tu vocación. La palabra “vocación” viene del latín y significa llamar o ser llamado. Su uso en asociación con el trabajo comenzó a principios del cristianismo: ciertas personas eran llamadas a una vida en la Iglesia; ésa era su vocación. Sabían eso oyendo literalmente la voz de Dios, quien las había elegido para tal profesión. Al paso del tiempo, esa palabra se secularizó para aludir a cualquier labor o estudio que una persona juzga acorde a sus intereses, en particular un oficio manual. Sin embargo, ya es hora de que recuperemos el significado original de ese término, porque es mucho más cercano a la idea de una tarea en la vida y la maestría.

      En este caso, la voz que te llama no necesariamente proviene de Dios, sino de lo más profundo de tu ser. Emana de tu individualidad. Te dice qué actividades se ajustan a tu carácter. Y en determinado momento, te llama a una forma particular de trabajo o carrera. Tu trabajo es entonces algo profundamente enlazado con lo que eres, no un compartimiento separado en tu vida. Desarrollas así una sensación de vocación.

      Por último, ve tu carrera o vocación como un viaje con muchas curvas, más que en línea recta. Comienza eligiendo un campo o puesto que responda más o menos a tus inclinaciones. Este puesto inicial te brindará margen de maniobra, así como importantes habilidades por aprender. No comiences con algo demasiado elevado y ambicioso; debes ganarte la vida y establecer un poco de seguridad en ti. Una vez en este sendero, descubrirás ciertas rutas laterales que te atraerán, mientras que otros aspectos de tu campo te dejarán frío. Tendrás que hacer entonces las adecuaciones necesarias y pasar quizá a un campo afín para seguir conociéndote mejor, aunque ampliando siempre tu base de habilidades. Como Da Vinci, convertirás lo que haces para otros en algo tuyo.

      Pasado cierto tiempo, darás con un campo, nicho u oportunidad particular que te ajustará a la perfección. Lo reconocerás cuando lo encuentres porque despertará en ti una grata sensación infantil de asombro y emoción. Una vez que halles tu campo todo se aclarará. Aprenderás más rápido y mejor. Tu nivel de habilidad llegará a un punto en que podrás independizarte del grupo en el que operas y trabajar solo. En un mundo en el que es mucho lo que no podemos controlar, esto te conducirá a la forma suprema de poder. Determinarás tus circunstancias. Como tu propio maestro, dejarás de estar sujeto a los caprichos de jefes tiránicos

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