Entrenamiento para siempre. Jurij Alschitz

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Entrenamiento para siempre - Jurij Alschitz

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al inicio. El entrenamiento es el regreso al inicio, la educación de la niñez en un cuerpo envejecido; el despertar del alma: hay que relajar los meñiques de las manos, si no, uno no podrá interpretar a Otelo en la vejez, ¡y lo que realmente se conseguirá será asfixiar a Desdémona con una cobija de madera!

      El entrenamiento no es para tres años, sino para toda la vida.

      Tienen ustedes frente a sí el libro Entrenamiento para siempre, que contiene la experiencia de mi alumno, el director de escena y pedagogo teatral, Jurij Alschitz. Hace casi 20 años lo invité a mi curso de pedagogía teatral y me alegro de haberlo hecho. Hemos recorrido juntos el camino desde Moscú a Oriente y Occidente. Ahora estamos separados: él se encuentra en Berlín, yo en París, pero las clases de entrenamiento, de donde salimos juntos con la obra Seis personajes en busca de autor, nos siguen vinculando hasta el presente.

      Que se involucre en nuestra compañía todo aquel que tenga curiosidad por adquirir conocimientos teatrales, un arte vivo que no se detiene por narcisista ante ningún aparador, sino que, al seguir cambiando, sigue siendo él mismo: un teatro artístico.

      Anatoli Vasiliev

      Buenos días

      Toda mi vida la he dedicado al arte teatral: de joven trabajé como director de escena; algún tiempo actué y todavía realizo puestas en escena, aunque no con tanta frecuencia. Tengo un cuarto de siglo dando conferencias, llevando a cabo entrenamientos actorales, dedicándome a investigaciones escénicas, escribiendo libros, impartiendo clases. Soy un pedagogo teatral. Desde hace casi 25 años me apasiona la pedagogía teatral. Es un tema que me entusiasma, lo encuentro interesante y nunca me aburre, ya que durante las clases y los entrenamientos continuamente descubro nuevos conocimientos sobre el teatro, sobre mi profesión, a la que considero la más importante y la más necesaria. Así vivo desde hace tiempo. Con cada año que pasa tengo la seguridad de que la pedagogía es el mejor y, tal vez, el único islote del teatro donde uno todavía puede conservar su yo artístico, y no perder la imagen de su teatro.

      Éste es el libro del pedagogo, se le podría llamar "la clase del pedagogo", la clase de entrenamiento actoral. Contiene muchas tareas prácticas y algunos de mis puntos de vista sobre el teatro, la pedagogía teatral y, especialmente, el entrenamiento teatral. Soy un maximalista. Considero que el entrenamiento para el pedagogo no es solamente el instrumento más importante de su profesión, sino el fundamento básico de su metodología, de su estética, ética y filosofía. Sin una orientación propia hacia el entrenamiento, ninguna institución educativa puede pretender el título de escuela, ningún pedagogo puede aspirar a serlo. Incluso puedo decir que en la práctica teatral cuando yo, como director, dirijo un espectáculo, el entrenamiento para mí no es menos importante que los ensayos y el espectáculo. La escuela-el teatro-la escuela-el teatro-la escuela… No es un hacia arribahacia abajo, sino el camino creador de cualquier artista; son los peldaños de una escalera infinita y yo hago todo lo posible para que los actores, sin notar los bordes entre los peldaños, suban por ellos. En esto consiste el secreto de la longevidad artística: en este movimiento, en la continua alternancia entre el entrenamiento en la escuela y el entrenamiento en el teatro, en la búsqueda de nuevas ideas y su realización práctica, en el arte de transformar escenas, personajes y espectáculos en ejercicios del entrenamiento, y en llevar todo esto hasta el nivel de arte. ¿Quién no aspira a esto? Por eso la primera parte de mi libro para pedagogos está dedicada al entrenamiento y tiene el título Entrenamiento para siempre.

      El papel del pedagogo en el entrenamiento no es el menos importante y por eso, antes que nada, me presento. Soy un profesional del teatro. No sé hacer otra cosa. Y no quiero. Es la verdad. Desde la infancia me persigue el sentimiento de vergüenza cuando me dedico a un asunto que no sea el mío. Siento que se me va a acercar alguien, me tocará el hombro y me preguntará con severidad: "¿A qué te dedicas?" Justamente son las preguntas del tipo ¿qué sabes?, ¿quién eres?, ¿cuáles son tus habilidades?, las que durante la mayor parte de mi vida me forzaron a estudiar mi profesión y a cambiar constantemente mis ideas sobre ella y sobre mí. He comprendido que jamás me libraré de estas preguntas, que me persiguen no sólo a mí, sino a cualquiera que haya decidido unir su destino al teatro y a la pedagogía. La pedagogía teatral es la profesión de los artistas, de los profesionales del teatro. Al trabajar en el teatro siempre sentía que no hay momento más trágico en la vida del artista que cuando vas creando a ciegas, cuando las chispas de la inspiración son cada vez menos frecuentes, cuando las dudas se convierten en permanentes compañeras de viaje. Y lo sentí con mayor agudeza cuando comencé a ocuparme de la pedagogía. Sólo cuando comienzas a enseñar, realmente empiezas a percibir la falta de conocimientos. Comprendí que en la escuela las preguntas sobre el arte teatral surgen diariamente y exigen respuestas; que temerlas o aparentar que todo está claro significa ir directamente al diletantismo, es decir, a la muerte artística. Fue entonces cuando se me reveló el único camino para permanecer vivo en la profesión: aprender yo y enseñar a otros. No conozco otro camino.

      Hay que conservar los conocimientos de cada profesión; eso me enseñaron mis maravillosos maestros Yuri Malkóvskii (alumno directo de K. Stanislavski), Oleg Kudryashov, Mijaíl Butkevich y Anatoli Vasiliev, todos ellos alumnos de María Knebel, quien, a su vez, fue la excelsa alumna de Stanislavski. Tengo miles de alumnos y un equipo de maestros; son alumnos de toda mi confianza. Todos nosotros somos ramas de un mismo árbol pedagógico. Una misma escuela. "Todo lo que aprendieron de mí, lo que lograron por ustedes mismos, todo hay que reunirlo por migajas y entregarlo a otros", es lo que dejo por testamento a mis alumnos. ¡Es imposible que sea de otra manera! Tengo cientos de hojas con anotaciones. ¿Debo tirarlas? ¿Dejar que desaparezcan junto conmigo? Es estúpido. Son mis ejercicios, los ejercicios de mis maestros y de los maestros de mis maestros. No puedo hacerlo. Son cientos. ¿Cómo se fueron creando? ¿A qué llevaron? Están reunidos y escritos sobre cajetillas de cigarros y programas teatrales. Ahora pueden ser útiles a mis alumnos, a otros pedagogos, a todos aquellos que quieren dedicarse profesionalmente al teatro, a aquellos que no saben, pero que quieren aprender "cómo se hace". Así, si Dios quiere y sin temor a equivocarnos, cada día será un nuevo comienzo.

      Empecé a anotar estos ejercicios hace 25 años, cuando todavía estaba en Rusia. Luego continué en Suecia, Alemania, Suiza, Islandia, Eslovaquia, Italia, Bali, Rumania, Noruega, Dinamarca, España, Hungría, Austria, Montenegro, Bangladesh, Chipre, Francia, Ucrania, Inglaterra, Polonia, Canadá, Croacia, República Checa, Irlanda, Estonia, México, Brasil, Estados Unidos, Filipinas, Kazajistán, Cuba, Colombia, India, Letonia, China, Grecia, Corea, Indonesia, en todas partes donde trabajaba. De esta manera se armó este libro de ejercicios, el cual aún no está terminado y seguiré escribiendo hasta el último de mis días. Éste es el legado de mis maestros. Éste es mi legado. Por eso este libro se convirtió en mi libro fundamental. Es importante que cada uno tenga su libro. El libro siempre ayudará en el momento de dudas. Quiero que ustedes también tengan su libro. No importa si está publicado o son simples anotaciones en un cuaderno. Todos los ejercicios los he anotado sobre una mitad de la página, la otra mitad la dejo para que trabajen con el contenido, hagan sus anotaciones, completen y desarrollen los ejercicios. Éste es mi libro. Éste es su libro. Transmitan lo que consideren provechoso a aquellos que llegarán después, y éstos a los que les seguirán. Hoy los conocimientos son particularmente necesarios para el teatro. Es tiempo de reunirlos. Luego veremos quién tuvo la razón y quién se equivocó. Todavía queda tiempo para eso.

      De repente cumplí 65 años. Amo la cultura de Japón. Mi hijo menor tiene 27 años. Imparto muchas clases, realizo pocas puestas en escena, organizo festivales de pedagogía teatral y escribo libros. Trabajo en los trenes, en los aviones, en los hoteles, en casas ajenas, en mi cocina y, en general, donde se pueda. Escribo estas líneas en Cerdeña, pero vivo en Berlín. Mi medio de transporte preferido es la bicicleta. Mi hijo mayor vive en Nueva York, raras veces llama. En ocasiones vienen amigos y tomamos vodka. Hace poco nació mi nieto. Comencé a descubrir la belleza de México. No deseo reducir

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