El plan de tu alma. Robert Schwartz
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Cuando leas los relatos, es aconsejable que tengas en mente las limitaciones que el lenguaje tiene a la hora de explicar algunos conceptos. Por ejemplo, a veces diré que la gente “viene del” reino espiritual cuando se encarna, y que “vuelve a” ese reino después de la muerte del cuerpo. Estas palabras y otras parecidas indican un cambio en la percepción, no en el lugar. No intentan plantear una separación entre las dimensiones. La encarnación no nos aparta literalmente de nuestro Hogar eterno; en lugar de ello, sencillamente limita nuestra capacidad para ver la parte intangible del mismo. La muerte, es la disolución del velo que nos oculta el reino espiritual.
Los conceptos de unidad y separación son importantes para poder comprender completamente por qué elegimos experimentar dificultades en nuestra vida. Cuando estamos en espíritu, tenemos una conciencia continua de nuestro enlace inseparable con todos los demás seres. Sabemos que somos uno con los demás y, por supuesto, con la totalidad de la creación. La compasión incondicional y la empatía forman parte de nuestra naturaleza. Aunque tenemos identidades individuales, no nos percibimos separados del resto de individuos. Este concepto fundamental resulta paradójico para el cerebro humano que, por su propia estructura, percibe la ilusión de separación. Cuando, como almas, proyectamos una parte de nuestra energía en los cuerpos físicos, intencionadamente centramos nuestra atención en el cuerpo, bloqueando de ese modo la percepción de la unidad. Ser capaces de estrechar nuestra percepción nos permite planear vidas en las que interpretamos papeles predefinidos, y por lo tanto proporcionando vivencias y retos a otros. Esperamos poder responder a esos retos con amor. Si somos capaces de hacerlo, después de la vida física volveremos al espíritu con una comprensión más profunda de la compasión, de la empatía, y de la unidad que temporalmente habíamos ocultado a nuestra propia consciencia.
Como indican los relatos, planeamos las dificultades de nuestra vida para alcanzar objetivos concretos. El objetivo común es la sanación; concretamente la sanación de las energías “negativas” que han quedado sin resolver en vidas pasadas. Digamos, por ejemplo, que una persona estuvo consumida por el miedo durante una encarnación. Al final de esa vida, el individuo puede conservar restos de la energía del miedo, especialmente si la persona murió mientras experimentaba un gran miedo. La energía de baja frecuencia del miedo no se puede transportar totalmente a la frecuencia superior del reino espiritual donde reside el alma, aunque un residuo energético sí podría cruzar. El individuo siente esta energía y planea una nueva vida en la que se sanará a través de la expresión del amor.
También planeamos actitudes para equilibrar el karma. El karma a veces se conceptualiza como una deuda cósmica, pero también puede ser descrito como una energía desequilibrada con otro individuo. Generalmente tenemos karma con miembros de nuestro grupo de almas: otros en la misma fase evolutiva con quienes hemos compartido muchas vidas. En esas vidas pasadas, hemos interpretado los papeles de marido, esposa, hija, hijo, hermano, hermana, madre, padre, amigo íntimo, y enemigo mortal con las mismas almas. Recuerdo el relato real de un padre que estaba leyendo un cuento antes de dormir a su hija pequeña. Cuando terminó, ella sonrió y dijo, “Papá, ¿te acuerdas de cuando eras mi hijo, y yo era tu mamá, y te leía cuentos antes de dormir?”.
Un alma del grupo podría, por ejemplo, haber tenido una encarnación en la que hubiera pasado muchos años cuidando de alguien físicamente enfermo. Si el alma que interpretó el papel de cuidador planea después una vida en la que tenga el desafío de la enfermedad, el alma que recibió los cuidados podría buscar equilibrar aquel intercambio energético ofreciéndose a cuidarlo. En cuerpo, sin embargo, ninguna de las almas recordará el plan. La que eligió ser el cuidador podría sentirse abrumada por la necesidad de hacerse cargo de otra persona, quizá incluso podría verlo como un castigo por sus malos actos en una vida pasada. En realidad, sin embargo, no es un castigo; sólo es un deseo de equilibrar el karma. Del mismo modo que hemos ideado nosotros los papeles que interpretamos, tampoco somos víctimas. No hay nadie a quien culpar; de hecho, no hay culpa. El universo no nos castiga haciendo que nos ocurran cosas “malas”. Como la gravedad, el karma es una ley neutral e impersonal. Si tropezamos y caemos, no culpamos a la gravedad ni nos sentimos victimas o castigados por ella. Cuando nos damos cuenta de que el karma opera del mismo modo, los sentimientos de culpa, victimización y castigo respecto a los desafíos vitales se disipan, y entonces comprendemos lo que habíamos esperado aprender, y valoramos de un nuevo modo los desafíos que expanden nuestras almas.
Comprender el karma nos ayuda a ir más allá de nuestros prejuicios, concretamente en lo que se refiere a aquellos que han experimentado grandes traumas o percances como la adicción a las drogas, o la indigencia. Generalmente, estos individuos están viviendo sus encarnaciones y equilibrando las energías de sus vidas pasadas tal y como lo habían planeado. Sus vidas, que muchas veces son etiquetadas como “fracasos” desde el punto de vista de la personalidad, a menudo son éxitos rotundos desde la perspectiva del alma.
La mayor parte de las almas planean estas dificultades vitales para que sean de utilidad a otros. Este deseo es un aspecto fundamental de nuestra verdadera naturaleza como almas eternas. Cuando estamos en espíritu y somos conscientes de nuestra unidad con los demás, vemos el servicio como un propósito básico de la vida, y las oportunidades para servir como enormes bendiciones. Ya que son almas que están equilibrando su karma, muchos de aquellos que parecen llevar vidas difíciles están, realmente, realizando actos de servicio. Un alma podría planear, por ejemplo, experimentar el alcoholismo para que otros puedan expresar compasión, y así conocerse mejor a sí mismos. Los alcohólicos y otros que nos facilitan las experiencias que buscamos, tienen que soportar algunas de las críticas más duras de la sociedad. ¡Ojalá más gente supiera esto!
Un trabajador de la luz es alguien cuyo plan de vida está especialmente orientado al servicio. En general, el término se aplica a cualquiera que esté decidido a ayudar a los demás. Aunque no es necesario haber planeado grandes retos para ser un trabajador de la luz, muchos lo han hecho precisamente con la intención de superar esas dificultades para el beneficio de toda la sociedad. Este tipo de trazado vital no es mejor (ni peor) que cualquier otro. De hecho, dado el enorme número de reencarnaciones que cada uno de nosotros planeamos, muchos interpretarán este papel en algún momento.
Naturalmente, planeamos las dificultades de la vida, en parte, para nuestro propio crecimiento personal. Como almas, aprendemos mucho entre las encarnaciones, pero asimilamos las lecciones más profundamente en el plano físico. Aprender mientras estamos en espíritu es similar a un trabajo de clase; la vida en la Tierra es el campo de estudio en el que aplicamos, probamos, y perfeccionamos ese conocimiento. Es una poderosa experiencia para el alma.
Finalmente, a pesar de las vivencias concretas que contengan, todos los programas vitales que he examinado estaban basados en el amor. Cada alma estaba motivada por un deseo de dar y recibir amor, libre e incondicionalmente, incluso en aquellos casos en los que el alma había acordado interpretar un papel “negativo” para estimular el crecimiento de otro individuo. Muchas almas estaban motivadas también por un deseo de recordar el propio amor. Literalmente, somos amor. Baso esta afirmación no sólo en mi investigación, sino también en mi experiencia personal directa: la revelación de mi alma que describí en el prefacio. Las dificultades vitales nos dan la oportunidad de expresar amor, y de este modo conocernos más profundamente a nosotros mismos como amor, en todas sus muchas facetas: empatía, perdón, paciencia, aceptación, valor, equilibrio, y confianza. Nuestra experiencia terrenal como amor también toma la forma de comprensión, serenidad,