Sotileza. Jose Maria de Pereda
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Читать онлайн книгу Sotileza - Jose Maria de Pereda страница 19
—¡Uva!—volvió á exclamar la voz de Mechelín.
—Y ese que me prevoca—gruñó Mocejón,—¿isa vela, ú no la isa? ¿Sopla aquí el norueste pa toos por igual, ú sopla de otro modo?... ¡Ñules!... Y miá tú, chaquetín de la bodega, si quies decir algo, lo dices claro y á la cara, y no escondío entre el porreto como los pulpes... ¡ojo!
Hubo un poco de movimiento, como hervor de resaca, en el concurso, al oir á Mocejón; cuyo descomedimiento animó al Sobano, curado de escrúpulos ociosos, á contar en pocas palabras lo acontecido á Silda en casa de la Sargüeta, hasta que fué recogida en la de Mechelín.
Se preguntó al Cabildo si consideraba bastante aquella casa para refugio y amparo de la huérfana; y el Cabildo respondió que sí, entre los gruñidos, bandazos y manoteos del salvaje Mocejón, que no cerraba boca ni paraba un punto, mientras el mozo del pelo crespo, de labio corto y de los dientes largos, iba con los ojos airados de Mocejón á los de adentro, y de los de adentro á Mocejón, sin saber á quién arrimarse con su parecer.
Tío Mechelín tomó entonces la palabra, y dijo:
—Se hace saber que por el amparo de la desvalida no se quiere sustipendio ni cosa anguna de naide; pero se pide al Cabildo mano y autoridá para que se deje hacer por ella, á quien quiere hacerlo de buena voluntá, lo que otros no han querido ó no han podido hacer. ¿Vale, ú no vale esto que se dice? ¿Se me entiende, ú no se me entiende? ¿Hay seguranza, ú no hay seguranza de que la cosa se haga como se pide?
—¡La hay!—respondieron muchas voces.
Y el Sobano añadió en seguida, con la proa puesta á Mocejón:
—El Cabildo ampara á esa muchacha... ¿Se oye bien lo que se dice?... Pues no se dice más, porque no es de menester más para que angunos entiendan lo que se quiere decir.
Mocejón, que no cesaba de rutar, protestando de todo y contra todo, al ver que el concurso se deshacía, fué soltando voz según iban creciendo los rumores de los que se dispersaban; y todavía cuando, arrollado por ellos y estorbando á la mayor parte, estaba cerca de la taberna del tío Sevilla, se le oía decir:
—¡Pos míate el otro... piojucos... chumpaoleas! ¡Ñules!... Se ha de ver si sirve ser un cuentero, lambe-caras, como tú, pa disfamar á naide que vale más que tú y la perra sarnosa que ha de volver á parirte á tí y toa esa gatuperia que saca la cara por tí... ¡reñules!...
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