Un paseo por Paris, retratos al natural. Roque Barcia

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Un paseo por Paris, retratos al natural - Roque  Barcia

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contesto que no sucede lo mismo en la mayor parte del mundo; yo contesto que esa disposicion del sentimiento y de los hábitos, es una especialidad francesa, al menos una especialidad parisiense. Aquí, la alucinacion de la fantasía se ejerce sobre todo, hasta sobre el tul de unos manguitos, hasta sobre los pliegues que se dan á una tela cualquiera: ¿cómo no ha de ejercerse sobre las deliberaciones y las costumbres?

      Lo que aquí se llama moralidad, se llama en otras partes astucia, destreza, comprar y vender entendiendo el oficio.

      Yo no condeno tanto el hecho, como su falsa manifestacion y su falso alarde. Llámenlo negocio, empresa, mercado: llámenlo como quieran, moral, no. Eso no es la moral; la cara de carton no es la cara de carne. La moral no se escribe sino sobre el código eterno de una verdad que no se suma, que no se palpa: una verdad lúcida, inocente, afectuosa y bella como el recuerdo de una madre; alta, noble, expansiva y universal como la idea de Dios.

       Índice

      =Moralidad de Paris con relacion á las costumbres=.

      En una de las tiendas contiguas al pasaje de la calle Montmartre, cerca del Mercado Nuevo, han llevado á mi mujer diez sueldos por unas trencillas que cuestan dos en la plaza de las Victorias, siendo estas últimas tal vez de mejor calidad.

      Notaron que era extranjera, y la llevaron cinco veces más de lo justo.

      En el pasaje de los Panoramas compramos un frasco de vinagre de olor, un pomo de aceite y algunas pastillas. Yo creí equivocadamente que el frasco valia dos francos y medio, y pagué á razon de esta suma. Pero no valia más que uno y medio; la señora que despachaba se apercibió sin duda del exceso de un franco, (la mujer francesa se apercibe de todo) y se contentó con añadir una pastilla, como si se tratara de un regalo con que nos obsequiaba.

      La pastilla valia seis sueldos, de modo, que fué moral regalando una pastilla que me costaba dos veces más de lo que valia.

      En la calle de Montmorency hay una casa particular donde se come (cuisine bourgeoise); hemos asistido á la mesa redonda varios dias, y constantemente nos han llevado mucho más que á los comensales franceses.

      El garçon del hotel de los Extranjeros me pidió un franco diario por el arreglo de la habitacion, al cabo de dos meses de nuestra estada allí. Ni la señora me habló de ello jamás, ni el garçon me dijo una palabra, sin embargo de que á él pagaba la habitacion cada quince dias, y de que no me daba una carta, ni me traia recado alguno sin que le gratificase en el acto.

      ¿Qué cosa más natural que advertirme de ello cuando entré en el hotel? ¿Qué cosa más justa y más sencilla que decirme: «paga usted siete francos por la habitacion y uno por el servicio?» ¿Y si yo no hubiera tenido más que los siete francos, único compromiso que contraje?

      Y cuando gratificaba todos los dias al criado, ¿qué cosa más natural que haberme dicho: «advierta usted que estas gratificaciones no le desquitan de un franco diario que ha de darme por el arreglo de la habitacion?»

      Pues nada; calló durante sesenta y siete dias, y hubiera callado más tiempo á no haber notado que queriamos mudar de hotel. Entonces me lo dijo con una sangre fria, con un aplomo, con una conciencia de su buen derecho, que yo le escuchaba y no comprendia qué queria decirme. ¡Cuitado de mi! Me mudaba por ahorrarme 50 francos mensuales, y aquel hombre me pedia 67. ¿Qué es esto?

      Yo tengo el defecto de que doy demasiada importancia al no quejarme, al sufrir en silencio; pero esta vez no quise callar. Se trataba de 67 francos que me hacian falta, se trataba además de que era extranjero, de que era español; casi todas las cuestiones son para nosotros en Francia cuestiones de decoro, y me di á bajar la escalera con el fin de hacer saber á la señora lo que ocurria.

      La señora no estaba, pero estaba el señor, el cual me recibió de una manera amabilísima, porque creyó tal vez que iba á pagar; pero luego que se hubo enterado del asunto, de l'affaire, como dicen aquí, frunció el entrecejo, agrió la voz, y se ladeó un poco, cual si quisiera significarme que mi reclamacion era cosa que él se echaba á la espalda.

      Yo me hice francés en aquel momento y no dejé de mano mi negocio.

      —Por siete francos me ajusté, le dije; los he pagado, nada debo.

      —En mi hotel hay costumbre de pagar aparte el servicio de la habitacion.

      —Usted es muy dueño de establecer en su hotel todas las costumbres que le parezcan convenientes, pero no de establecer costumbres con la condicion de que yo las he de pagar, cuando las ignoro.

      —Todos las pagan, caballero, y nadie murmura.

      —Pues contra lo que hacen todos, digo á usted, que ni usted ni nadie puede perjudicarme por una ignorancia de que no tengo culpa.

      —Yo no tenia necesidad de advertir á usted acerca de nada …

      —Ni yo de pagar.

      Diciendo esto, salí del gabinete de recepcion, donde nos encontrábamos, y subí á mi Cuarto, dispuesto á dejar el hotel en el momento mismo.

      Apenas habiamos empezado á poner en órden nuestro equipaje, cuando llamaron á la puerta. Era la señora. ¡Triste de mí!

      —Siento-mucho, me dijo, que usted se haya incomodado …

      —Perdone usted, señora: yo no me incomodo por mí: hacen que me incomode.

      —¿No pensaba usted dar nada al criado?

      —Le he dado más de seis duros, durante nuestra estancia en este hotel.

      —¿Pero no pensaba usted gratificarle cuando se marchara?

      —Sí, señora; pensaba darle cinco ó diez francos; tal vez cincuenta, acaso ciento, si hubiera creido que los merecia; pero no pensaba tener obligacion de dar 67, cuando nada se me ha advertido, cuando nada sé, cuando por el contrario tengo necesidad de saber lo que he de pagar, porque mi bolsillo no es infinito….

      —Pues bien; hágalo usted por mí, dé usted al criado la mitad de lo que ha pedido…. ¿Qué menos ha de dar usted que medio franco por arreglar la habitacion?

      En fin, entró la parte mágica, y la funcion me costó seis napoleones cumplidos.

      ¿Con qué objeto exponerse á escalar puertas ó balcones, cuando hay el arte necesario para hacerlo mágicamente?

      En el bulevar de la Buena Nueva me compré una levita de verano por 35 francos. El amo del establecimiento quitó la enseña donde estaba escrito el precio, y nos dió la levita perfectamente envuelta en un gran papel. Yo le di dos piezas de 20 francos, y esperaba que me diera la vuelta; pero el amo no pensaba en tal cosa.

      Tuve que preguntarle cuál era el precio de la levita para arrancarle los 5 francos que sobraban. Tal vez aquel hombre obraba distraidamente; esto podia suceder; no quiero hacerle reo sin tener entera conviccion; pero los varios lances análogos que me han sucedido, me dan el derecho de consignar aquí este escrúpulo, para que valga lo que la sensatez del lector juzgue regular.

      Muy pocas

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