Un paseo por Paris, retratos al natural. Roque Barcia

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Un paseo por Paris, retratos al natural - Roque  Barcia

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saben que la prostitucion se considera aquí como una industria, industria que tiene su matrícula, que está bajo la vigilancia del gobierno, pagando en trueque una contribucion.

      La policía da á las mujeres públicas dos horas de reclamo; desde las nueve hasta las once de la noche. Es un espectáculo sumamente curioso, aparte lo que tiene de aflictivo, el sentarse en un balcon de una de las travesías que conducen á los grandes centros, y ver pasar y repasar á estas mujeres, desempedrando las aceras. Andan de una manera prodigiosa. Cualquiera diria que caminan sobre resortes ó por influencia magnética. Son un torrente á que abren el dique, y anda en dos horas lo que estuvo parado en las veinte y dos de cautiverio.

      No se contentan con insinuarse por su manera especial de moverse, ni con cecear á los transeuntes, sino que los llaman, los detienen, los exhortan, como un candidato catequiza á los electores. Esto no deja de tener su ventaja, porque la mujer pierde el prestigio que la da el recato, aunque sea un recato hipócrita, y la prostitucion ofrece así menos peligros.

      La mujer no es temible sino en cuanto nos hace sentir, y no nos hace sentir sino en cuanto nos ofrece una belleza recatada; la prostituta vulgar en Paris es feísima en este sentido. ¡Cuánto más temible es la de Italia, especialmente la de Roma!

      Una noche saliamos mi mujer y yo del pasaje de los Panoramas. Mi mujer se habia quedado algo detrás, mientras que una ramera que estaba de acecho en la calle de Montmorency se dirigió hácia mí como una exhalacion, volcánicamente, y me dijo con la mayor dulzura: voulez-vous venir avec moi? ¿Quiere usted venirse conmigo?

      Mi mujer asomaba en este instante. Yo contesté á mi invasora: parlez avec madame s'il vous plaît. Hable usted con mi señora, si le parece bien.

      La prostituta echó hácia atrás con la velocidad de una carretilla.

      Yo conté á mi mujer lo sucedido, y mi compañera se sonrió de la manera como una mujer suele sonreirse en tales casos.

      Hay una casa en Paris (no quiero ser cómplice de ella ni aún revelando el nombre), en la que no se puede entrar sino prévia la entrega de 60 francos, ó sean doce napoleones, que ingresan en los fondos del establecimiento.

      Paris es la ciudad del coquetismo y de los efectos dramáticos. Pues bien, estoy seguro de que no hay magnate ni extranjero en Paris que tenga una casa montada con más lujo, con más alarde, con más profusion; sobre todo, con un gusto más refinado, más incitante, más deslumbrador.

      Estilo árabe, estilo persa, estilo griego; doraduras, bordados, reflejos, prismas; todo está allí mezclado y confundido formando una region de hadas ó de huríes.

      Una prostituta es hija de un banquero que se arruinó, la otra es hija de un alto empleado que ya no vive; otra de un coronel ó de un general que vino á menos. Esta sabe el inglés; aquella el aleman; la otra el español, el italiano ó el ruso.

      Allí es de ver cómo una prostituta, estudiado el temperamento de su víctima, le devuelve un billete de cien francos que de ella recibió, con el objeto de ganar su ánimo y apoderarse de toda su cartera.

      Allí es de ver la suma habilidad con que la elegantísima mademoiselle, convence á un hombre, de que jamás ha experimentado la pasion que su talento y su profunda simpatía la han hecho concebir.

      Allí es de ver como la reina de aquel sarao frota dulcemente la mano de un hombre, cual si quisiera persuadirle empleando por razon el calórico de la electricidad: allí es de ver la ingenuidad maravillosa, la admirable inocencia, con que exclama, dando á su acento la expresion tardía y entrecortada del patético: ¡Que je suis malheureuse! ¡Qué desgraciada soy!

      Esto quiere significar: ¡qué desgraciada me ha hecho tu amor!

      O bien esto otro, que está más en relacion con las intenciones de aquellas eminentes actrices: ¿cómo podrás pagarme el mal que me has hecho?

      Hay prostitutas que salen de allí para ser personajes en el gran mundo. Yo he visto una, á quien un ruso dió, durante muchos años, veinticinco mil francos mensuales.

      La prostitucion de la casa de que hablo, está elevada á ciencia, á bella arte, á gran tono: ¿lo querrán creer mis lectores? Está elevada á una especie de adivinacion, á una especie de agorería. Hablar allí de la piedra filosofal, de la cuadratura del círculo ó del movimiento contínuo, es una cosa casi natural.

      La prostituta de aquella casa, adivina el corazon de sus clientes, como conocía Gall los órganos cerebrales del hombre.

      ¡Cuántos misterios curiosísimos y dolorosos encierra aquel Eden de la corrupcion! ¡En cuántos presupuestos de familias ricas de Paris, tiene un guarismo aquel Eden infame!

      Sí, muchos hombres casados del mismo Paris, están ajustados anualmente con la dueña del establecimiento: esto es, tienen un palco allí, como lo tienen en el teatro de la grande Opera, en los Italianos ó en el Circo.

      Por último, yo no tengo noticia de una casa igual, y no extraño que el jóven, profano á la vida de las grandes ciudades, pierda allí el sentido y se dé en cuerpo y alma al diablo de aquella tentacion. Es el talento que la víbora tiene en saber picar; pero indudablemente hay allí un talento asombroso. Yo no hallo palabras que expresen la memoria que deja aquel encantamiento maldito, sino diciendo que es una CIVILIZACION QUE ESPANTA.

      ¿A quién podria ocurrirse (y termino con esta especie) que la dueña del establecimiento en cuestion, es una gran señora? Pues nada más cierto.

      He oído decir á muchas personas que la corrupcion de Paris, en el sentido indicado, es un hecho muy natural, atendida la circunstancia de que á este pueblo afluyen todas las naciones del mundo.

      Algo concedo á esta consideracion; creo tambien que hay vicios orgánicos en la existencia de los grandes centros, de los grandes focos, de las grandes acumulaciones. Creo tambien que la centralizacion causa daños hasta en el censo de poblacion; pero esta creencia no me explica todo lo que aquí veo.

      ¿Qué virtud atribuirémos á una pastora que vive aislada en el fondo de un bosque? ¿Ha de ser impura con la soledad, con los árboles, con las flores, con el ambiente? ¿Ha de ser impura con las tórtolas ó con los faisanes? Sin vicio no hay virtud; como sin Ocaso no hay Oriente, como no hay martirio sin lucha.

      ¿Es Paris corrompido porque hay lucha? No; la lucha es necesaria; pero es necesario que sea una lucha moral, una lucha virtuosa, una lucha como no lo es en este gran centro. No está el mal en que una piedra ruede; esto es natural, providente, moralísimo: el mal está en que ruede hácia el abismo; en que ruede hácia donde no debe rodar; en que ruede para precipitarse.

      La corrupcion de Paris consiste en que es el pueblo más ingenioso de la tierra, y en que emplea su ingenio, al menos durante el tiempo que atravesamos, en falsear artísticamente las leyes morales.

      No, no es vicioso porque se mueve, sino porque se mueve mal.

      En todas partes sucede lo mismo, con la diferencia de que hay peor sentimiento, porque hay más hipocresía. Esto dicen los hijos de Paris.

      Yo contesto á los hijos de Paris que se engañan. No me maravilla que busquen esta solucion á sus pecados; pero se engañan.

      En ninguna parte del mundo tiene la prostituta la instruccion y la fascinacion teatral que en Paris: en ninguna parte del mundo tiene la fantasía tantas imágenes y tantas formas para

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