Un paseo por Paris, retratos al natural. Roque Barcia
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Hay menos talento en hacer de un vicio una aristocracia. Digo otra vez, y lo diré mil veces, que profeso por máxima de vida social el respeto al hombre, sea quien fuere, aunque sea un mendigo, aunque sea un reo, aunque sea un ajusticiado, y que respetando al individuo, con mayor razon respetaré á los pueblos, en quienes hallo individuos más respetables, á fuera de mayores. No me propongo lastimar á Paris; sino manifestar lo que entiendo justo.
En los demás países se sabe menos en materia de convertir el vicio en una hechicería, y ¡bendito el mármol que no rueda, cuando el rodar sólo ha de servir para llevarlo al precipicio! ¡Bendito el arrullo de la tórtola, que no sabe atraernos con la mirada venenosa de la serpiente!
IV.
=Moralidad con relacion al trato civil=.
Voy á dar algunos detalles sobre dos caractéres singularísimos de la sociedad francesa, caractéres reflejados en dos palabras; pardon y merci; perdon y gracias.
Un parisiense viene corriendo por una acera y magulla el pié á un transeunte, vuelve la cara sin detenerse y le dice con la expresion más fervorosa: pardon, monsieur, (perdone usted, caballero).
Sigue de la misma manera, y se da de cara con una señora, ó la da un codazo que la tulle el brazo ó el pecho: pardon, madame (perdone usted, señora) y sigue su camino con aire triunfante, como un hombre que está convencido de que merced á una palabra de etiqueta, tiene el derecho de ir aporreando á todo el prójimo.
Esto nos ha acontecido varias veces, y mi mujer, al oir pardon, monsieur ó madame, me preguntaba: ¿qué dice?
—Nos pide perdon, respondia yo á mi mujer.—¿Qué diantre de tantos perdones? Mejor seria que hiciera de modo que no tuviera precision de ser perdonado, y se dejaran de alharacas que no me quitan la molestia del empujon, del aplastamiento de narices, ó del magullamiento del pecho. Realmente, si me magulla un pié, si me disloca un brazo ó si me aplasta la nariz ¿me curará aquel cumplido estéril? No. ¿Qué significa aquel perdon, elevado á virtud social?
¡Ay! significa un hecho, como pudiéramos decir una dolencia, el cual se deja ver en todos los círculos de esta especialísima sociedad. Significa que la imaginacion crea una fórmula exterior, graciosa, dramática, para apoderarse impunemente del espacio y hacer su negocio.
Es cultura, se dice.
¡Cómo! Respondo yo, ¡cultura! ¿Concebís la cultura sin el amor al hombre, sin el respeto al hombre siquiera? ¿Concebís la cultura sin humanidad? ¿Concebís la cultura sin la mútua conciencia de nuestro sér, sin la moral humana? ¡Cultura! Esta idea peregrina me ha herido de una manera particular.
El hombre francés se cree en el caso de estrujar á toda alma viviente, añadiendo el correctivo del ¡perdon! ¿Y qué? ¿Me importará á mí más que me extraigan del bolsillo un franco ó ciento, que el recibir un choque de un semejante mio que corre á sus negocios, y para quien valen más sus negocios que mi pié, mi brazo, mi nariz, mi cabeza? ¡Y qué! vuelvo á decir: porque aquel franco me lo extrajeran con habilidad, con gracejo, con ademan afable y ceremonioso, ¿podria decirse que el ladron era un hombre culto?
Nadie puede decir que no matará á un semejante suyo, á su padre, á su hijo, por un descuido inevitable; pero el hacer una política, una etiqueta, de la facultad de magullar al primer nacido, equivale á usurparme una seguridad que la moral debe garantirme, y juzgadas las cosas en su verdadera significacion, este hecho no es más disculpable que la accion del que extrae de mi bolsillo uno ó cien francos con sutileza y maestría.
Aquí una maestría; allí una ceremonia; en medio una víctima. Que sea robado, que sea tullido, siempre es víctima.
¡Y qué! repito aún: ¿concebís aquí la cultura? ¿Consiste la cultura en la manera de hacer mal irresponsablemente?
Si semejante abuso fuera cultura, ¡bien nos iba á lucir el pelo con ella! Afortunadamente no lo es, como no es salud la muerte que se nos da en un veneno, por más que se nos brinde con el veneno en copa de oro, coronada de flores. No, no es cultura. Los que así profanan este nombre, cometen un crímen que ignoran, y por este lado deben recibir el perdon.
Las flores que circuyen la copa homicida, la copa en que se da un veneno, no son buenas sino para añadir la traicion á la crueldad, para añadir un crímen á otro crímen.
Yo preferiria, lo digo con el corazon en la mano, que me magullaran en silencio, á tener que sufrir aquel revés con la obligacion de callarme, por respetos á una exterioridad que no evita ni cura; una exterioridad que da el poder impune de hacerme daño. Y no solamente me hace daño, sino que me impone el deber de contestar con una cortesía, so pena de pasar por un hombre avieso y mal educado. ¡Pardon, monsieur! Pas de quoi, pas du tout. Usted perdone, caballero.—No hay de qué.
Esto de tener que decirle: no hay de qué, cuando uno tendria más gana de darle un cachete, ó de soltarle una tremenda, será indudablemente muy francés; pero no tiene pizca de español.
Confieso que no lo puedo remediar, por mas que procuro contenerme y acomodarme á la necesidad de respetar lo que aquí se respeta. Detesto, me estomaga el perdon agresivo y atolondrado de los franceses, y mi mujer lo aborrece aún más, porque mi mujer es más española que yo. Gracias á que, como habla en español, no la entienden. Si supiera francés, es casi seguro que nos veriamos en más de un compromiso. Tales son las rudas claridades con que agasaja á los franceses y á las francesas con especialidad.
Sin embargo, no debo hacerme el hombre de mundo. Cuando siento un codazo, ó un aplastamiento de pecho ó de nariz, acompañado de un afectuoso pardon, monsieur, la sangre se me sube á la cabeza, y en mi cara de hiel y vinagre, deben conocer evidentemente que no soy hijo de Paris.
En fin, el elástico perdon que aquí se estila, es la receta universal, la carta blanca, el salvo-conducto que tienen los franceses para hacer cuanto se les antoja, cuanto se les pone en el magín, sin peligro ni responsabilidad de ningun género, y hasta sin el inconveniente de faltar á las reglas urbanas. Es el privilegio de cometer toda clase de descortesías, sin que caiga sobre el que las comete el apodo de descortés. Si no supiera que aquí se acata como una fórmula social, lo tomaria á insulto.
Pero aún es más original y curioso el otro carácter de que hablé: ¡merci! (¡gracias!)
Entro á comprar un bollo que vale un sueldo.
Saludo á la persona que despacha, y oigo merci.
Echo mano al bolsillo, y oigo merci.
Dejo el sueldo sobre el mostrador, y oigo merci.
Me despido, y oigo merci.
Los lectores que no me conozcan, creerán que exagero. No diré que esto suceda en todas las tiendas de Paris, pero refiero hechos que me han sucedido, y acerca de los cuales tengo la evidencia de lo que sucede á uno propio. Dios no me dé