Crimen, locura y subjetividad. Héctor Gallo

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Crimen, locura y subjetividad - Héctor Gallo

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conciencia, ni en todos sus aspectos está gobernado por un yo de razón, como lo supone quien interroga.

      J. A. y el francés Dubois sí cometieron errores que permitieron su captura para ser interrogados, evaluados, clasificados y condenados. Dubois era atractivo, organizado, se insertaba fácilmente en el plano social, gracias al buen uso de su condición de extranjero; J. A., en cambio, no tenía nada particular que lo hiciera atractivo, no daba la impresión de que hubiera en él algún objeto escondido que lo hiciera interesante. Digamos que era un ser insignificante que vivía aislado, no tenía amigos, ni dinero. Pero, sobre todo, no tenía la menor idea de cómo conducirse en el plano social y libidinal para acercarse a una mujer humilde con un objetivo distinto a asesinarla.

      Contrario a Jack, que nunca fue descubierto, Peter sí tuvo cara para la Policía y los medios hablados y escritos. No se dice de él, como usualmente sucede con los criminales en serie, que haya tenido una infancia particularmente difícil:

      Después se dedicó a matarlas de manera poco “delicada”, pues les propinaba martillazos y luego había cruel ensañamiento con el cadáver.

      En el caso de J. A., su modo delirante de razonar con respecto a sus víctimas era más o menos el siguiente: si ellas no me aceptan y hacen como si yo no existiera, es porque no me quieren; luego, entonces, no es que yo las odie por ser mujeres, sino que al no quererme son ellas las que me odian; por lo tanto, son mis enemigas y debo aniquilarlas antes de que ellas lo hagan conmigo. O sea, que si bien estas mujeres no eran cercanas a él en ningún sentido, en el plano de su delirio sí, pues como no lo querían eran sus enemigas íntimas más peligrosas. J. A. tenía problemas imaginarios y reales con las mujeres porque no lograba simbolizar un deseo con respecto a ellas, y de este modo no tenía cómo formularles una demanda que pusiera freno a la satisfacción destructiva a la que era empujado. A este empuje, a eso íntimo desconocido y fuera de sentido (o real íntimo) que insiste, se refería de distintos modos; por ejemplo:

      En lugar de formular su deseo a una mujer por vía amorosa, se imponía en él una insistente e incontrolable voluntad de hacerles daño, la misma que se expresaba en la violencia letal con la cual las abordaba, hasta el punto en que las trataba como si no fueran seres humanos sino solo instrumentos de su satisfacción.

      Pese a que en Dubois el móvil era el robo, de sus excesos de violencia con las víctimas los peritos dedujeron que había una satisfacción en juego, y al parecer fue esto lo que los animó a considerarlo más un criminal serial que un simple delincuente. En el caso de J. A. no se encontró intención de apropiarse de ninguna pertenencia de las víctimas, salvo partes del cuerpo que quería conservar, a la manera de un fetiche; por lo tanto, su satisfacción no se agotaba en el crimen, sino que había algo más allá que entraba en el juego de su voluntad pulsional.

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