El infinito naufragio. Laura Emilia Pacheco
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—Qué triste es todo—se oyó decirse—. Ya estoy hablando sola. Es por no desayunarme—fue a la cocina. Se preparó en la licuadora un batido de plátanos y leche condensada. Mientras lo saboreaba hojeó Huracán de amor. No había visto ese número de “La Novela Semanal”, olvidado por su madre junto a la estufa.
—Hortensia es tan envidiosa… ¿Por qué me seguirá escondiendo sus historietas y sus revistas como si yo fuera todavía una niñita?
“No hay más ley que nuestro deseo”, afirmaba un personaje en Huracán de amor. Adelina se inquietó ante el torso desnudo del hombre que aparecía en el dibujo. Pero nada comparable a cuando halló en el portafolios de su padre Corrupción en el internado para señoritas y Las tres noches de Lisette. Si Hortensia —o peor: Guillermo— la hubieran sorprendido…
Regresó al baño. En vez de cepillarse los dientes se enjuagó con Listerine y se frotó los incisivos con la toalla. Cuando iba hacia su cuarto sonó el teléfono.
—Gorda…
—¿Qué quieres, pinche enano maldito?
—Cálmate, gorda, es un recado de our father. ¿Por qué amaneciste tan furiosa, Adelina? Debes de haber subido otros cien kilos.
—Qué te importa, idiota, imbécil. Ya dime lo que vas a decirme. Tengo prisa.
—¿Prisa? Sí, claro: vas a desfilar como reina del carnaval en vez de Leticia ¿no?
—Mira, estúpido, esa negra débil mental no es reina ni es nada: su familia compró todos los votos y ella se acostó hasta con el barrendero de la comisión organizadora. Así quién no.
—La verdad, gorda, es que te mueres de envidia. Qué darías por estar ahora arreglándote para el desfile en vez de Leticia.
—¿El desfile? Ja ja, no me importa el desfile. Tú, Leticia y todo el carnaval me valen una pura chingada.
—Qué bonito trompabulario. Dime dónde lo aprendiste. No te lo conocía. Ojalá te oigan mis papás.
—Vete al carajo.
—Ya cálmate, gorda. ¿Qué te pasa? ¿De cuál fumaste? Ni me dejas hablar… Mira, dice mi papá que vamos a comer aquí en Boca del Río con el vicealmirante; que de una vez va a ir a buscarte la camioneta porque luego, con el desfile, no va a haber paso.
—No, gracias. Dile que tengo mucho que estudiar. Además ese viejo idiota del vicealmirante me choca. Siempre con sus bromitas y chistecitos imbéciles. Y el pobre de mi papá tiene que celebrarlos.
—Haz lo que te dé la gana, pero no tragues tanto ahora que nadie te lo impide.
—Cierra el hocico y ya no estés jodiendo.
—¿A que no le contestas así a mi mamá? ¿A que no, verdad? Voy a desquitarme, gorda maldita. Te vas a acordar de mí, bola de manteca.
Adelina colgó furiosa el teléfono. Sintió ganas de llorar. El calor la rodeaba por todas partes. Abrió el ropero infantil adornado con calcomanías de Walt Disney. Sacó un bolígrafo y un cuaderno rayado. Fue a la mesa del comedor y escribió:
Queridísimo Alberto:
Por milésima vez hago en este cuaderno una carta que no te mandaré nunca y siempre te dirá las mismas cosas. Mi hermano acaba de insultarme por teléfono y mis papás no me quisieron llevar a Boca del Río. Bueno, Guillermo seguramente quiso; pero Hortensia lo domina. Ella me odia, por celos, porque ve cómo me adora mi papá y cuánto se preocupa por mí.
Aunque si me quisiera tanto como supongo ya me hubiese mandado a España, a Canadá, a Inglaterra, a no sé dónde, lejos de este infierno que mi alma, sin ti, ya no soporta.
Se detuvo. Tachó “que mi alma, sin ti, ya no soporta”.
Alberto mío, dentro de un rato voy a salir. Te veré de nuevo, por más que no me mires, cuando pases en el carro alegórico de Leticia. Te lo digo de verdad: ella no te merece. Te ves tan… tan, no sé cómo decirlo, con tu uniforme de cadete. No ha habido en toda la historia un cadete como tú. Y Leticia no es tan guapa como supones. Sí, de acuerdo, tal vez sea atractiva, no lo niego: por algo llegó a ser reina del carnaval. Pero su tipo resulta, ¿cómo te diré? muy vulgar, muy corriente. ¿No te parece?
Y es tan coqueta. Se cree muchísimo. La conozco desde que estábamos en kínder. Ahora es íntima de las Osorio y antes hablaba muy mal de ellas. Se juntan para burlarse de mí porque soy mas inteligente y saco mejores calificaciones. Claro, es natural: no ando en fiestas ni cosas de ésas, los domingos no voy a dar vueltas al zócalo, ni salgo todo el tiempo con muchachos. Yo sólo pienso en ti, amor mío, en el instante en que tus ojos se volverán al fin para mirarme.
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