El infinito naufragio. Laura Emilia Pacheco
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—Espérame. Vámonos juntos. Te invito a comer.
—No, déjalo. Muchas gracias. Tengo que entrenar. El martes peleo en Durango.
—Espérate un momento. Me gustaría seguir hablando contigo. Quiero que entiendas bien lo que te he dicho.
—Mira, Enrique, te agradezco que te preocupes por mí. Tienes razón: el viejo me explota pero no puedo dejar el boxeo. Es lo único que sé hacer. Además cada vez que me trepo a un ring siento que me desquito de todo lo que me ha pasado. Ya sabes. No olvides que el viejo me consiguió el acta de nacimiento y el certificado de primaria.
—Entonces ¿para qué vienes a marchar? También hubiera podido sacarte chueca la cartilla.
—Sí, claro, pero se empeñó en que hiciera el Servicio Militar. Dice que es bueno para mi disciplina. Cuando tenga la cartilla podré conseguir el pasaporte e irme a California… Si no, me discriminan dos veces: por negro y por mexicano. ¡Imagínate!
—Te repito que es una tontería sentirse mal por lo que uno es. No hay nadie que tenga derecho a despreciar a otra persona.
—Para ti es fácil decirlo porque te ha ido bien. Tu familia te apoyó y pronto te recibirás de profesor. En cambio yo sólo tengo el box.
—No, José: tienes la vida por delante. Estudia, lee. Lee sobre todo los libros y las revistas que te di. Debes estar orgulloso de llamarte como él. Stalin es el hombre más bueno y más inteligente que existe. Sufre por los que sufren. No te conoce pero te comprende y lucha para que todo el mundo sea feliz.
—¿En serio?
—Claro que sí. Analiza su biografía. Aprende a usar el diccionario que te regalé y haz listas de todas las palabras que no sepas.
—Me aburre.
—Entonces permíteme que te lea y te vaya explicando.
—Bueno, cuando regrese de Durango.
7
En la semifinal El Negro Morales, que había llamado la atención en los rings del norte, tuvo su debut, beneficio y despedida en la Arena Coliseo al caer por nocaut técnico bajo los puños del extraordinario novato Pepe Ponce. En el primer round Ponce envió dos veces a la lona a Morales, que se vio lento y falto de reflejos. Al minuto y veinte segundos del tercer asalto, el árbitro detuvo la pelea cuando los ganchos de izquierda que hizo llover su implacable adversario ya habían transformado en zombi al indefenso Morales.
8
Editorial. Quousque tandem…? La Libertad de Prensa es garantía de la vida democrática y se ejerce sin restricciones en todo el país. Sin embargo, su ejercicio no debe confundirse, en aras de un falso y mal entendido liberalismo, con las incitaciones a la disolución social y la calumnia irrestricta contra autoridades legítimamente elegidas por el voto popular y contra empresarios que mantienen abiertas fuentes de trabajo para beneficio de muchas familias en nuestra región, y así contribuyen al notable desenvolvimiento económico, que ha sido el asombro de propios y extraños.
Motiva estas reflexiones la persistencia inexplicable de un pasquín disolvente, lleno de ideas exóticas e injurias al brillante régimen que preside el Señor Licenciado Don Miguel Alemán y ha puesto a México en un sitio de privilegio entre las naciones del orbe. El hediondo panfleto, mal impreso y peor redactado, se distribuye en escuelas y fábricas, a ciencia y paciencia de los responsables de vigilar el orden e impedir todo conato de subversión en una tierra como la nuestra que apenas se repone de largos años de violencia fratricida.
Perpetra ese crimen de lesa Patria un sedicente “profesor” que venenosamente infunde en la conciencia maleable de sus infortunados educandos ideas enemigas del bienestar social de que disfrutamos. Este agitador pretende ignorar que hace mucho el Pueblo de México, unido como un solo hombre, acabó con la nefanda y torpe “educación socialista”, error de pasados gobiernos, lacra de la que no quisiéramos ni acordarnos, disparate que autorizaba cualquier desenfreno de los cuerpos y de las conciencias.
La Sociedad exige ponerle un hasta aquí al rojillo de marras que tanto daño está sembrando no sólo entre la juventud estudiosa, porvenir radiante de México, sino entre obreros y campesinos, tan beneficiados por el dinámico régimen alemanista. ¡Basta ya! Preguntemos con el inmortal Cicerón: Quousque tandem abutere Altamirano patientia nostra?
9
Ya hay claridad de día cuando subes los siete pisos del edificio sin elevador en la colonia Escandón. Abres la puerta de tu departamento. Te desvistes y te arrojas a la cama. No puedes dormir. Te persigue la imagen de Enrique Altamirano. Altamirano bajo los golpes, en la pileta, sometido a los toques eléctricos en el cuerpo mojado. Altamirano sangrante, escupiendo los dientes, tumefacto, asfixiándose. Por último Altamirano inerte con los ojos abiertos. En tus treinta años de vida sólo dos personas se han portado bien contigo: Enrique Altamirano y Ernesto Domínguez Puga.
Don Ernesto, el gran policía, el hombre que se ufana de haber asesinado a Álvaro Obregón, te levantó del arroyo cuando eras una piltrafa después de tu fracaso en el box, te recomendó para el trabajo que desempeñas y te hace sentirte otra vez fuerte e importante, como en los primeros tiempos sobre el ring… Don Ernesto… ¿Qué hubiera hecho don Ernesto en tu lugar? Lo mismo que tú. Uno acepta responsabilidades y tiene deberes. Lo demás no cuenta.
Tomas una revista de la mesa de noche y a la luz que se filtra por las persianas observas las imágenes de los torturadores que acaban de linchar en otro país al caer el régimen que sostenían. Penden de un poste, son muertos a golpes, o bien se arrodillan, suplican, piden perdón, invocan a sus esposas y a sus hijos, dicen que ellos no tienen la culpa: se limitaron a cumplir órdenes. Apartas la revista. Te levantas y entras en el cuarto de baño en busca de una pastilla para dormir.
10
A las tres de la tarde el estruendo que subía de la calle despertó a José Morales. Reconoció el golpe inconfundible del tambor y el sonido de los clarines. Se puso violentamente de pie. Amartilló su escuadra y quedó inmóvil. El estruendo se aproximaba.
José Morales se miró al espejo y observó en su cara una expresión que sólo había visto en los torturados. Me matarán, me colgarán de un poste, me rociarán de gasolina para quemarme vivo. Ya se hizo lo que buscaba Altamirano. Pero no me arrodillaré a pedir perdón. Seguramente vienen por mí. No, no me agarran vivo. Se introdujo en la boca el cañón de la pistola. Sintió su frialdad en los dientes y en el paladar, pensó en el estallido del cráneo y la dispersión sangrienta de la masa encefálica. No se atrevió a oprimir el gatillo. Los tambores y los clarines sonaban cada vez más cerca del edificio. Entonces arrojó la escuadra y saltó por la ventana.
Su cuerpo quedó entre la acera y el pavimento, hundido en su propia sangre. Las alumnas de la Escuela Comercial Leona Vicario suspendieron sus ejercicios de escoleta. Casi todas volvieron la vista para no contemplar el espectáculo de la muerte. Su profesora se acercó al cadáver de José Morales y le cubrió el rostro con su chal. Docenas de curiosos parecían llegar de todas partes.
—¿Lo mataron?
—No: se suicidó; lo vi cuando se tiraba por la ventana. Lo que pasa es que casi no se oyó el azotón por el ruido que estaban haciendo las muchachas con sus tambores y sus cornetas. No sé para qué diablos en las escuelas comerciales las