El infinito naufragio. Laura Emilia Pacheco
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Lluvia de arena como el mar del tiempo.
Lluvia de tiempo como el mar de arena.
Cristal de sal la tierra entera inasible.
Viento que se filtraba entre los dedos.
Horas en fuga, vida sin retorno.
Médanos nómadas.
Al fin plantaron
las casuarinas para anclar la arena.
Ahora dicen: “Es un mal árbol.
Destruye todo.”
Talan las casuarinas.
Borran los médanos.
Y a la orilla del mar que es mi memoria
sigue creciendo el insaciable desierto.
EL JUICIO
Ante el juez todos estamos indefensos. Él, en su silla alta, su escritorio de roble, su peluca, su mazo, su vestuario de sumo sacerdote. Nosotros, con la bata ridícula del enfermo al que hacen toda clase de exámenes para diagnosticar que ya no tiene remedio.
Animales de laboratorio ante el supremo experimentador, nos sabemos condenados de antemano. El fiscal termina su diatriba. Nos arroja una última mirada de cólera y desprecio. Nuestro defensor calla, anonadado por las fulminaciones de la parte enemiga. Sorprenden la acumulación de cargos y la ferocidad con que nos acusan de crímenes no cometidos.
Qué superioridad la del señor juez, con qué ojos de asesino desdén nos mira, cómo disfruta de nuestra humillación irremediable. Al fin nos sentencia primero a la picota y después al cadalso. Intentamos decir unas palabras. Los guardias nos cierran la boca con tizones. No tenemos derecho a nada. Entonces comprendemos que nuestro delito fue haber nacido.
TRES NOCTURNOS DE LA SELVA EN LA CIUDAD
1
Hace un momento estaba y ya se fue el sol,
doliente por la historia que hoy acabó.
Se van los pobladores de la luz. Los reemplazan
quienes prefieren no ser vistos por nadie.
Ahora la noche abre las alas. Parece un lago
la inundación, la incontenible mancha de tinta.
Mundo al revés cuando todo está de cabeza,
la sombra vuela como pez en el agua.
2
El día de hoy se me ha vuelto ayer.
Se fue entre los muchos
días de la eternidad —si existiera.
El día irrepetible ha muerto
como arena errante en la noche
que no se atreve a mirarnos.
Fuimos despojo
de su naufragio en la hora violenta,
cuando el sol no se quiere ir
y la luna se niega a entrar
para no vernos como somos.
3
Volvió de entre los muertos el halcón.
En los desfiladeros de la ciudad,
entre los montes del terror y las cuevas
de donde brotan las tinieblas,
se escuchan
un aleteo feroz, otro aleteo voraz
y algo como un grito pero muy breve.
Mañana en la cornisa no habrá palomas.
El trabajoso nido abandonado,
el amor conyugal deshecho,
la obra inconclusa para siempre.
En la acera unas cuantas plumas,
ahora llenas de sangre.
COSAS
A la memoria de José Donoso
Ternura
de los objetos mudos que se irán.
Me acompañaron
cuatro meses o cincuenta años
y no volveré a verlos.
Se encaminan
al basurero en que se anularán como sombras.
Nadie nunca podrá rehacer
los momentos que han zozobrado.
El tacto de los días sobre las cosas,
la corriente feroz en la superficie
en donde el polvo dice:
“Nada más yo
estoy aquí para siempre.”
GOTERA
Se hace presente.
Desafía al mundo entero la voraz humedad
y destila una gota más que arrojarla.
La deja libre por fin.
En un susurro le ordena:
“Invade ese lugar
en donde nadie te espera.
Rompe la cárcel metálica
en que te confinaron para servirlos.
”Los ofende tu avara lluvia,
tu leve ruido seco los enloquece.
Harán lo imposible
por cerrarte el camino,
como si fueras
la tempestad y no una simple gota de agua.
”La casa estalla por lo más delgado: los tubos.
Déjate caer a menudas pausas.
Sal a afrentarlos.
”Eres