El infinito naufragio. Laura Emilia Pacheco

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El infinito naufragio - Laura Emilia Pacheco Varia

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      continuará su incendio.

      El silencio de la luna

      PREHISTORIA

      1

      En las paredes de esta cueva

      pinto el venado

      para adueñarme de su carne,

      para ser él,

      para que su fuerza y su ligereza sean mías

      y me vuelva el primero

      entre los cazadores de la tribu.

      En este santuario

      divinizo las fuerzas que no comprendo.

      Invento a Dios,

      a semejanza del Gran Padre que anhelo ser

      con poder absoluto sobre la tribu.

      En este ladrillo

      trazo las letras iniciales,

      el alfabeto con que me apropio del mundo al simbolizarlo.

      La T es la torre y desde allí gobierno y vigilo.

      La M es el mar desconocido y temible.

      Gracias a ti, alfabeto hecho por mi mano,

      habrá un solo Dios: el mío.

      Y no tolerará otras deidades.

      Una sola verdad: la mía.

      Y quien se oponga a ella recibirá su castigo.

      Habrá jerarquías, memoria, ley:

      mi ley: la ley del más fuerte

      para que dure siempre mi poder sobre el mundo.

      2

      Al contemplar por vez primera la noche

      me pregunté: ¿será eterna?

      Quise indagar la razón del sol, la inconstante

      movilidad de la luna,

      la misteriosa armada de estrellas

      que navegan sin desplomarse.

      Enseguida pensé que Dios es dos:

      la luna y el sol, la tierra y el mar, el aire y el fuego.

      O es dos en uno:

      la lluvia / la planta, el relámpago / el trueno.

      ¿De dónde viene la lumbre del cielo?

      ¿La produce el estruendo? ¿O es la llama

      la que resuena al desgarrar el espacio?

      (como la grieta al muro antes de caer

      por los espasmos del planeta siempre en trance de hacerse).

      ¿Dios es el bien porque regala la lluvia?

      ¿Dios es el mal por ser la piedra que mata?

      ¿Dios es el agua que cuando falta aniquila

      y cuando crece nos arrastra y ahoga?

      ¶ A la parte de mí que me da miedo

      la llamaré Demonio.

      ¿O es el doble de Dios, su inmensa sombra?

      Porque sin el dolor y sin el mal

      no existirían el bien ni el placer,

      del mismo modo que para la luz

      son necesarias las tinieblas.

      Nunca jamás encontraré la respuesta.

      No tengo tiempo. Me perdí en el tiempo.

      Se acabó el que me dieron.

      3

      Ustedes, los que escudriñen nuestra basura

      y desentierren puntas

      de pedernal, collares de barro

      o lajas afiladas para crear muerte;

      figuras de mujeres en que intentamos

      celebrar el misterio del placer

      y la fertilidad que nos permite seguir aquí contra todo

      —enigma absoluto

      para nuestro cerebro si apenas está urdiendo el lenguaje—,

      lo llamarán mamut.

      Pero nosotros en cambio

      jamás decimos su nombre:

      tan venerado es por la horda que somos.

      El lobo nos enseñó a cazar en manada.

      Nos dividimos el trabajo, aprendimos:

      la carne se come, la sangre fresca se bebe,

      como fermento de uva.

      Con su piel nos cubrimos.

      Sus filosos colmillos se hacen lanzas

      para triunfar en la guerra.

      Con los huesos forjamos

      insignias que señalan nuestro alto rango.

      Así pues, hemos vencido al coloso.

      Escuchen cómo suena nuestro grito de triunfo.

      Qué lastima.

      Ya se acabaron los gigantes.

      Nunca habrá otro mamut sobre la tierra.

      4

      Mujer, no eres como yo

      pero me haces falta.

      Sin ti sería una cabeza sin tronco

      o un tronco sin cabeza. No un árbol

      sino una piedra rodante.

      Y como representas la mitad que no tengo

      y te envidio el poder de construir la vida en tu cuerpo,

      diré:

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