El infinito naufragio. Laura Emilia Pacheco

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El infinito naufragio - Laura Emilia Pacheco Varia

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      debe quedar atada por un cordón umbilical invisible.

      Tu fuerza me da miedo.

      Debo someterte

      como a las fieras tan temidas de ayer.

      Hoy, gracias a mi crueldad y a mi astucia,

      labran los campos, me transportan, me cuidan,

      me dan su leche y hasta su piel y su carne.

      ¶ Si no aceptas el yugo,

      si queda aún como rescoldo una chispa

      de aquellos tiempos en que eras reina de todo,

      voy a situarte entre los demonios que he creado

      para definir como El Mal cuanto se interponga

      en mi camino hacia el poder absoluto.

      Eva o Lilit:

      escoge pues entre la tarde y la noche.

      Eva es la tarde y el cuidado del fuego.

      Reposo en ella, multiplica mi especie

      y la defiende contra la gran tormenta del mundo.

      Lilit, en cambio, es el nocturno placer,

      el imán, el abismo, la hoguera en que ardo.

      Y por tanto la culpo de mi deseo.

      Le doy la piedra, la ignominia, el cadalso.

      Eva o Lilit: no lamentes mi triunfo.

      Al vencerte me he derrotado.

      ARMISTICIO

      Durante mucho tiempo combatimos sin vernos las caras. Ellos eran los otros, los enemigos. Los veíamos caer o volar en pedazos. Sus proyectiles nos daban muerte o nos mutilaban. Nuestras relaciones sólo tenían tres nombres: miedo, odio, desprecio.

      Hoy se ha firmado la paz. Arrojamos las armas, avanzamos por lo que fue la tierra de nadie. Vemos las líneas de trincheras, los escombros, las fortificaciones, los despojos. Los otros salen a nuestro encuentro con la mano extendida para mostrar que no ocultan armas.

      Alegría, asombro, reconocimiento. El enemigo no es un monstruo. Posee como nosotros una cara, un nombre, una historia que no existió antes ni se repetirá. Tiene padres, mujer, hijos, amigos, un pasado, un porvenir, un dolor, una vergüenza y cuando menos un recuerdo de dicha.

      Trágico error la guerra. Somos hermanos. Con ser tan distintos nos parecemos tanto. Brindamos con aguardientes miserables. Intercambiamos raciones agusanadas. La fraternidad les da sabor de ambrosía. Nunca más, nunca más volveremos a entrematarnos.

      De vuelta a casa, quienes nos esperaron y nos enviaban al frente regalos y cartas alentadoras, se nos muestran hostiles. Sentimos que nos reprochan haber sobrevivido y nos preferirían muertos y heroicos.

      Todo nos separa. Ya no tenemos de qué hablar. Donde hubo afecto hay resentimiento, rabia donde existió la gratitud. Los mismos a quienes creímos conocer de toda la vida se han vuelto extraños. Qué desprecio en sus ojos y cuánto odio en sus caras. Los nuestros son los otros ahora. Cambia de nombre el enemigo. El campo de batalla se traslada.

      ALBA

      Aún no rompe el día y el canto de los pájaros ya ha comenzado. Nunca sabremos lo que dicen pero es evidente el intercambio: preguntas y respuestas indescifrables para nuestros oídos, jeroglíficos de aire, enigma del que jamás encontraremos la clave.

      Sus picos desgarran las tinieblas. La luz llega en sus alas. Vuelo de claridad, señal de vida, anuncio de que tampoco será eterna esta noche.

      Al despertar el sol nace la tierra. Y de su lumbre se alza otro día nuestro.

      ANVERSIDAD

      Toda moneda tiene anverso y reverso: anversidad

      es la situación en que están respecto una de otra

      las figuras de sus dos caras,

      unidas para siempre en el mismo sitio, ligadas

      por la materia que les da existencia; dos planos

      del mismo objeto, en lazo indisoluble,

      en cercanía tan íntima, tan próximas

      que si alguna de las dos no existiera

      la moneda perdería razón de ser:

      las necesita a ambas, no puede

      partirse en dos sin aniquilarse:

      la moneda es moneda porque tiene anverso y reverso;

      y a pesar de esto, o por todo esto, las dos figuras,

      sentenciadas a coexistir mientras su espacio de metal no muera,

      no se verán jamás ni se unirán nunca.

      EL ERIZO

       A Vicente Quirarte

      El erizo tiene miedo de todo y quiere dar miedo

      en el fondo del agua o entre las piedras.

      Es una flor armada de indefensión,

      una estrella color de sangre,

      derruida en su fuego muerto.

      Zarza ardiente en el mar, perpetua llaga

      resiste la tormenta en su lecho de espinas.

      El erizo no huye: se presenta

      en guerra pero inerme ante nuestros ojos.

      Al fondo de su cuerpo la boca, herida abierta, discrepa

      de su alambre de púas, su carcaj

      de flechas dirigidas a ningún blanco.

      Testigo vano de su hiriente agonía,

      el erizo no cree en sí mismo ni en nada.

      Es una esfera

      cuya circunferencia está en el vacío.

      Es una isla

      asediada de lanzas por todas partes.

      Soledad del erizo, martirio eterno

      de este San Sebastián que nació acribillado.

      El erizo nunca se ha visto.

      No se conoce a sí mismo.

      Tan sólo puede

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