El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

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El libro de las mil noches y una noche - Anonimo

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y que está excesivamente castigado por sus culpas y traiciones!"

      Ahora bien; mi madre notaba lo profundo y verdadero de mi dolor, pero seguía callando. Por lo pronto, se apresuró a curarme las heridas y a traerme con qué recuperar las fuerzas. Después de estos cuidados, siguió prodigándome sus ternuras y velaba a mi lado, diciéndome: "¡Bendito sea Alah, ¡oh hijo mío! porque no te han sobrevenido peores calamidades, y has salvado la vida!" Y así hasta que estuve completamente restablecido, aunque seguía enfermo del alma y atormentado por los recuerdos.

      Un día, después de comer, mi madre vino a sentarse a mi lado, y me dijo: "¡Oh hijo mío! creo que ha llegado la ocasión de entregarte el recuerdo que me confió la pobre Aziza antes de morir, pues me encargó que no te lo diese hasta que te condolieses por ella y hubieras abandonado definitivamente los malos lazos que te sujetaban". En seguida abrió un cofrecillo y sacó de un paquete esa tela preciosa en que está bordada la segunda gacela que tienes delante de los ojos, ¡oh príncipe Diadema! Y mira los versos que se entrelazan en las orillas: ¡Llenaste mi corazón de tu deseo para sentarte encima y triturarlo; acostumbraste mis ojos a velar, y en cambio tú dormías! ¡Ante mi vista y ante los latidos de mi corazón, tuviste sueños extraños a mi amor, cuando mi corazón y mis ojos se derretían de deseo por ti! ¡Por Alah! hermanas mías, cuando me haya muerto, escribid en el mármol de mi tumba:

      "¡Oh tú que marchas por el camino de Alah! ¡he aquí la tierra en que descansa por fin una esclava de amor!"

      Al leer estas estrofas, lloré abundantes lágrimas, y me golpée las mejillas. Y al desenrollar la tela, cayó un papel, en el cual aparecían estas líneas, escritas por la propia mano de Aziza…

      En este momento de su narración,

      Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

      Y CUANDO LLEGÒ LA 128ª Noche Ella dijo:

      Y al desenrollar la tela, cayó un papel, en el cual aparecían estas líneas, escritas por la propia mano de Àziza:

      "¡Oh mi primo muy amado!, sabe que fuiste para mí más querido y más preciado que mi propia sangre y mi vida. Así es que después de mi muerte seguiré suplicando a Alah que te haga feliz y puedas vencer a todas las que elijas. ¡Conozco las muchas desgracias que ha de acarrearte la hija de Dalila la Taimada! Sírvante de lección, ¡y ojalá puedas alejar para siempre el amor nefasto de las mujeres infames! ¡Ojalá aprendas a librarte de ellas! ¡Bendito sea Alah, que se me lleva antes que a ti, para no obligarme al dolor de presenciar todos tus sufrimientos!

      "Te ruego, por Alah, que conserves como recuerdo de mi despedida esa tela en que aparece bordada una gacela.

      Me ha acompañado durante tus ausencias. Me la envió la hija de un rey, la princesa de las Islas del Alcanfor y el Cristal, llamada SettDonia.

      "Cuando te veas agobiado por las desgracias, acude en busca de la princesa Donia, en el reino de su padre, en las Islas del Alcanfor y el Cristal. Pero sabe, ¡oh Aziz! que no están destinados a ti la hermosura ni los encantos incomparables de esa princesa.

      No vayas a inflamarte de amor por ella, porque no ha de ser para ti más que la causa que te saque de tus aflicciones y ponga fin a las tribulaciones de tu alma.

      "¡Uassalam, ¡oh Aziz!"

      Al leer esta carta de Aziza, ¡oh príncipe Diadema! me conmovió más hondamente la ternura, y lloré todas las lágrimas de mis ojos. Mi madre lloró conmigo, y aquello duró hasta que cayó la noche. Permanecí un año entero sumido en esta tristeza, sin encontrar alivio.

      Entonces pensé en la partida, dispuesto a buscar a la princesa Donia en las Islas del Alcanfor y el Cristal. Y mi madre me alentó mucho, diciéndome: "Ese viaje te distraerá, y hará que se alivien tus pesares. Y he aquí que va a salir de nuestra ciudad una caravana de mercaderes que se está preparando para la marcha. Unete, pues, a ella, compra mercaderías, y vete. Pasados tres años, podrás regresar con esta misma caravana. ¡Y habrás olvidado toda la amargura que pesa sobre tu corazón! Y entonces, al ver desahogado tu corazón, me consideraré feliz".

      Hice, pues, lo que me había indicado mi madre, y después de comprar excelentes mercancías, me uní a la caravana, y viajé con ella por todas partes, pero sin tener ánimos para exhibir mis géneros. ¡Al contrario! Todos los días me sentaba aparte, y cogía la tela, recuerdo de Aziza, la extendía delante de mí, y la miraba durante mucho tiempo, llorando.

      Y así siguieron las cosas, hasta que después de un año llegamos a las fronteras en que reinaba el padre de la princesa Donia. Eran las Siete Islas del Alcanfor y el Cristal.

      Ahora bien, el rey de ese país, ¡oh príncipe Diadema! se llama el rey Schahramán.

      Y es, efectivamente, el padre de la princesa Donia, que sabe bordar con tanto arte esas gacelas que envía a sus amigas.

      Pero al llegar a este reino, pensé: "¡Oh Aziz! ¿de qué pueden servirte, ¡oh pobre lisiado! todas las princesas y todas las jóvenes del mundo! ¿De qué han de servirte cuando te han dejado el vientre tan liso como el de una mujer?"

      En este momento de su narración,

      Schehrazada vió aparecer la mañana, y discreta, según su costumbre, se calló hasta el otro día.

       Y CUANDO LLEGO LA 129ª NOCHE

      Ella dijo:

      "… ¿de qué pueden servirte, ¡oh pobre lisiado! todas las princesas y todas las jóvenes del mundo? ¿De qué han de servirte cuando te han dejado el vientre tan liso como el de una mujer?"

      Pero recordando las palabras de Aziza, me decidí a emprender las investigaciones necesarias, y a recoger los datos que me pudieran servir para ver a la princesa. Todos mis trabajos resultaron baldíos; nadie me supo indicar el medio que yo buscaba, y ya empezaba a sentirme completamente desesperado, cuando un día, paseándome por los jardines que rodean la ciudad, queriendo olvidar mis pesares con el espectáculo de aquel delicioso verdor, llegué a la puerta de un espléndido jardín de árboles magníficos, con cuya sola contemplación hallaba descanso el alma dolorida. Y en la tarima de entrada estaba sentado el guarda del jardín, un venerable jeique de simpático aspecto, en cuyo rostro se adivinaba la bendición.

      Entonces me adelanté hacia él, y después de las zalemas acostumbradas, le dije: "¡Oh jeique! ¿de quién es este jardín?"

      Y él contestó: "De Sett-Donia, la hija del rey. Puedes, ¡oh hermoso joven! entrar y pasearte un momento, y respirar el perfume de las flores y las plantas". Y yo dije:

      "¡Cuánto te lo agradezco! Pero ¿no podrías permitirme, ¡oh venerable jeique! que aguardase, oculto detrás de un macizo de flores, la llegada de la princesa, y así alegraría mi vista con una sola mirada que le dirigiesen mis párpados?"

      El dijo: "¡Por Alah! ¡Eso no!" Entonces lancé un gran suspiro. Y el jeique me miró con ternura, me cogió de la mano, y entró conmigo en el jardín.

      Así anduvimos juntos hasta un sitio encantador al que daban sombra unos hermosos árboles. Cogió frutas de las más maduras y de las más deliciosas, y me las ofreció de este modo: "¡Refréscate! Y te advierto que sólo la princesa Donia conoce su sabor!" Después dijo: "¡Siéntate, que ahora vuelvo!" Y me dejó un instante para volver cargado con un cordero asado, y me convidó a comerlo con él, y cortaba para mí los pedazos más sabrosos,

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