El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

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El libro de las mil noches y una noche - Anonimo

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estábamos comiendo y charlando amistosamente, oímos que se abría la puerta del jardín. Y el jeique se apresuró a decirme, muy alarmado:

      "¡Levántate enseguida y escóndete en ese macizo! ¡Y sobre todo, no te muevas!" Y yo me apresuré a obedecerle. Apenas estaba en mi escondrijo, vi que asomaba por la puerta la cabeza de un eunuco negro. Y preguntó en alta voz: "¡Oh jeique! ¿hay alguien por ahí? ¡Porque llega la princesa Donia!" El jeique contestó: "¡Oh mi buen eunuco! ¡No hay nadie en el jardín!" Y se apresuró a abrir las dos hojas de la puerta.

      Entonces vi llegar a la princesa Donia, y creí que era la misma luna que bajaba a la tierra. Tal era su hermosura, que me quedé clavado en el sitio, aturdido, sin movimiento, muerto. La seguía con la mirada, sin poder respirar, a pesar del afán que sentía por hablarle. Y permanecí inmóvil durante todo el paseo de la princesa, lo mismo que el sediento del desierto que cae sin fuerzas a orillas del lago y no puede arrastrarse hasta la onda líquida.

      Comprendí entonces, ¡oh mi señor! que ni la princesa Donia ni ninguna otra mujer correrían peligro junto a mí.

      Aguardé, pues, que se alejase la princesa, me despedí del jeique, y marché en busca de los mercaderes de la caravana, diciendo para mí: "¡Oh Aziz! ¿Qué han hecho de ti, Aziz? ¡Un vientre liso que ya no puede domar a las enamoradas! ¡Vuelve junto a tu pobre madre, y allí podrás morir en paz, en la casa vacía y sin dueño! ¡Porque la vida ya no tiene ningún objeto para ti!" Y a pesar de los trabajos que había pasado para llegar a aquel reino, fue tal mi desesperación que no quise poner en práctica las palabras de Aziza, aunque me había asegurado formalmente que la princesa Donia sería la causa de mi felicidad.

      Salí, pues, con la caravana, encaminándome a mi tierra. Y así he llegado a este país, que está bajo el poder de tu padre, ¡oh príncipe Diadema! ¡Y tal es mi historia!"

      En este momento de su narración,

      Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

       Y CUANDO LLEGO LA 130ª NOCHE

      Ella dijo:

      He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el gran visir Dandán, luego de contar esta historia al rey Daul'makán durante el sitio de Constantinia, comenzó a relatarle su continuación, en la que Aziz está íntimamente mezclado con todas las cosas maravillosas y sorprendentes que vamos a ver.

       HISTORIA DE LA PRINCESA DONIA CON EL PRINCIPE DIADEMA

      "Cuando el príncipe Diadema hubo oído esta admirable historia, y se enteró de cuán deseable y cuán interesante era la princesa Donia, y de cuán bellas cualidades poseía, así como su sapiencia en el arte del bordado, sintió dominado su corazón por un amor desbordante, y resolvió hacer todo lo posible para llegar junto a la princesa.

      Y llevó con él al joven Aziz, del cual ya no quería separarse. Montó otra vez a caballo, y emprendió nuevamente el camino de la ciudad de su padre el rey Soleimán-Schah, señor de la Ciudad Verde y de las montañas de Ispahán.

      Lo primero que hizo fué poner a disposición de su amigo Áziz una hermosa casa que de nada carecía. Y cuando se cercioró de que Aziz tenía cuanto pudiera convenirle, marchó al palacio, se encerró en su habitación, negándose a recibir a nadie, y lloró amargamente. Porque las cosas que se oyen impresionan tanto como las que se ven o sienten.

      Cuando su padre el rey Soleimán-Schah le vió tan pálido y tan acongojado, comprendió que Diadema tenía el alma llena de pesares y zozobras. Y le preguntó: "¿Qué tienes, ¡oh hijo mío! para cambiar así de color y estar tan afligido?"

      Y el príncipe Diadema le contó que estaba enamorado de la princesa Donia, profundamente enamorado, aunque no la había visto jamás, pues para su pasión bastaba el relato de Aziz al describirle su andar gracioso, sus perfecciones, sus ojos y su maravilloso arte de bordar animales y flores.

      Al recibir esta noticia, el rey SoleimánSchah llegó al límite de la inquietud, y dijo al príncipe: "¡Hijo mío! esas Islas del Alcanfor y el Cristal son un país muy lejano del nuestro, y aunque sea tan maravillosa esa princesa Donia, advierte que en nuestra ciudad y en el palacio de tu madre encontrarás jóvenes hermosísimas y esclavas atrayentes, originarias de todas las comarcas del mundo.

      Llégate, pues, al aposento de las mujeres, y entre las quinientas esclavas que allí verás, más hermosas que lunas, elige las que más te agraden. Y si a pesar de todo ninguna de esas mujeres llegase a gustarte, pediré para ti como esposa a una hija entre las hijas de los reyes de los países vecinos. ¡Y te prometo que será mucho más bella y mucho más instruída que la misma princesa Donia!"

      Pero el príncipe insistió: "¡Oh padre mío! sólo deseo por esposa a la princesa Donia, la que sabe dibujar y bordar gacelas tan admirablemente sobre el brocado. Mi amor no tiene remedio, y si no la consigo, huiré de mi país, de mis amigos y de mi casa, y me suicidaré por causa de ella".

      Entonces su padre, viendo que era muchísimo peor contrariarle, le dijo: "En ese caso, ¡oh hijo mío! ten un poco de paciencia, y dame tiempo para que pueda enviar al rey de las Islas del Alcanfor y el Cristal una diputación que vaya a pedirle la mano de su hija, según el ceremonial que desde antiguamente se acostumbra, y que se empleó para mí cuando me casé con tu madre. Y si se negase, abriré la tierra por debajo de él, y haré que caiga sobre su cabeza todo su reino en ruinas, invadiendo y devastando sus comarcas con un ejército tan numeroso, que al desplegarse llegaría su vanguardia a las Islas del Alcanfor, cuando la retaguardia estuviera todavía detrás de las montañas de Ispahán, frontera de mi imperio".

      Después de esto, el rey mandó llamar al joven mercader Aziz, amigo de Diadema. y le dijo: "¿Conoces el camino de las Islas del Alcanfor y el Cristal?" El otro contestó: "Lo conozco", y el rey dijo: "Me alegraría muchísimo que acompañases a mi gran visir, al cual envío de embajador cerca del rey de aquella comarca". Y Aziz contestó: "¡Oh rey del tiempo! ¡escucho y obedezco!"

      Entonces el rey Soleimán llamó al gran visir, y le dijo: "Arregla este asunto como te parezca mejor, pero es indispensable que vayas a las Islas del Alcanfor y el Cristal para pedir a la princesa Donia por esposa de Diadema". Y el visir respondió oyendo y obedeciendo. Y mientras tanto, el príncipe se retiró a su morada, recitando estos versos del poeta sobre los pesares de amor: ¡Interrogad a la noche! ¡Os dirá mi dolor y os cantará la elegía llena de lágrimas que modula en mi corazón la tristeza! ¡Interrogad a la noche! ¡Os dirá que soy el pastor cuyos ojos cuentan las estrellas, mientras que por sus mejillas cae el granizo del llanto! ¡Aunque mi corazón se desborde en deseos, me veo solo en el mundo, como la mujer de caderas fecundas que no halla la simiente de gloria!

      Y el príncipe pasó muy pensativo toda la noche, negándose a tomar alimento y no pudiendo dormir.

      En cuanto apareció el día, se apresuró el rey a ir en su busca, y al ver cuán desmejorado estaba, mandó apresurar los preparativos de la marcha, colmando a Aziz y al visir de ricos presentes para el rey de las Islas del Alcanfor y el Cristal, y para todos los de su séquito. Y en seguida se pusieron en camino.

      Y viajaron días y noches, hasta que llegaron a la vista de las Islas del Alcanfor y el Cristal.

      Entonces armaron las tiendas a orillas de un río, y el visir despachó un correo para anunciar al rey su llegada.

      Y aun no había acabado el día, cuando vieron venir a los chambelanes y emires del rey, que después de las zalemas

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