El Precio Del Infierno. Federico Betti

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El Precio Del Infierno - Federico Betti

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en los rangos más altos del sistema judicial. Pero debía actuar enseguida, sin esperar ni un segundo más, sino sería demasiado tarde, tanto para ella como para aquella pobre persona que se encontraba en las garras de Santopietro.

      Mantenía con fuerza la pistola en la mano, preparada para hacer fuego si fuese necesario.

      Mientras Santopietro estaba concentrado en su trabajo Alice Dane salió de su escondite.

      – ¡Quieto, policía! –gritó.

      Santopietro no le hizo ni caso.

      – ¡He dicho, quieto! –volvió a gritar con todas sus fuerzas.

      Él no movió ni un dedo.

      En todo el tiempo desde que estaba allí dentro no se había dado cuenta de que la persona que estaba al lado de Santopietro estaba viva. Se percató sólo en aquel instante.

      – ¡Arriba las manos!

      Santopietro continuó haciendo su trabajo sin preocuparse de la mujer que tenía en la mano una pistola reglamentaria.

      Cansada de gritar, Alice decidió disparar para detenerlo. Apuntó. Contó hasta cinco antes de apretar el gatillo. Uno, dos, tres, cuatro, cinco…  disparó. Bastó con un tiro.

      – ¡NOOOOO! –gritó Santopietro.

      Desafortunadamente para ella Alice había disparado al cerebro del conejillo de Indias de Santopietro. Culpa de la mala suerte. Un error de apreciación de unos pocos milímetros.

      El criminal comenzó a despotricar contra la agente de policía.

      – ¡Me las pagaréis! ¡Tú y ese policía cabrón! –dijo insultándolos por la perdida sufrida.

      Inmediatamente Alice comprendió lo que eran aquellos extraños líquidos de la mesa y le dio un escalofrío.

      Intentó calmarse pensando que debía ser imposible todo lo que se le había pasado por la cabeza. Luego, tuvo la oportunidad de cambiar de idea. Seguramente todo era verdad.

      Orina. Sangre. Bilis.

      – ¡Me las pagaréis por todo lo que habéis hecho! –gritó de nuevo Santopietro. – ¡Me lo habéis quitado! ¡Ocuparéis su puesto, tú y tu jodido amigo!

      Alice sintió un escalofrío, no tanto por lo que había dicho al principio sino por la última frase que había pronunciado.

      – ¡Lo has matado! –gritó, lleno de rabia.

      Alice decidió esconderse detrás de una columna para ver todo lo que estaba sucediendo en aquella infame estancia.

      Santopietro tenía los ojos rojos y ardientes, la lengua más negra que el carbón.

      Alice dirigió la mirada a la columna que había escogido como refugio: estaba toda decorada con líneas onduladas de distintos colores. Rojo, azul, negro.

      En un momento dado notó que la columna se estaba moviendo.

      No, no era la columna, eran las líneas que la decoraban. Se estaban hinchando.

      Se estaban convirtiendo en serpientes. Auténticas serpientes. Eran serpientes vivas.

      La habían visto. Se estaban moviendo hacia ella. Sintió un escalofrío. Tenía miedo. Realmente mucho para su gusto. Debía escapar de aquel infierno. Presa del pánico se las apañó para moverse por la casa, o al menos lo intentó. Consiguió salir de aquel edificio.

      Indiferente a donde estaba yendo, debido a la prisa, se había golpeado contra los muebles de la casa y contra los marcos de las puertas. Sangraba por los brazos y las piernas.

      Tenía que curarse de inmediato. De todas formas, podía considerarse afortunada por haber conseguido escapar de las serpientes y de aquel maldito Santopietro.

      Cuando llegó a casa, se curó e intentó reposar. Por extraño que parezca se las apañó bastante bien, aunque estaba muy agitada.

      Cuando se despertó, se asombro por haber logrado dormir.

      III

      Después de haber reposado bastante, Stefano bebió un café y volvió a la comisaría para ver cómo proseguía la investigación sobre el atracador.

      Entró y supo enseguida su nombre. Un colega le dijo también que, en su ausencia, se estaba ocupando de la investigación una tal Alice Dane de Scotland Yard.

      Se puso inmediatamente en contacto con ella para posibles noticias.

      Saltó el contestador automático, así que le dejó un mensaje para decirle que iría al local de Mauro Romani en el número 68 de la vía Rizzoli para discutir sobre la investigación en curso.

      Por lo que salió enseguida para dirigirse a la cita: estaba ansioso por tener noticias sobre Daniele Santopietro. Subió al coche y encendió la radio. Se relajaba mientas la escuchaba. Pasó rápidamente muchas emisoras. El cielo sobre él era limpio y sereno. Escuchó un ruido en la radio, era muy débil.

      Poco después el cielo se apaciguó ligeramente.

      El ruido aumentó de intensidad. Se estaba convirtiendo en ensordecedor. El cielo se puso oscuro, negro.

      El ruido era cada vez más fuerte, irresistible. Stefano no podía soportarlo ya y decidió apagar el motor.

      De repente el ruido se aplacó. Stefano creyó que estaba a salvo e intentó abrir la portezuela para salir del coche, pero enseguida se dio cuenta de que estaba bloqueada y la radio se apagó.

      Desde los bordes comenzó a salir humo que le hacía que le ardiesen los ojos. Mientras tanto vio que las manijas internas de la puerta comenzaron a moverse, deslizándose como serpientes.

      Eran serpientes.

      Stefano Zamagni estaba inmerso en una atmósfera de pesadilla, con el humo que le irritaba los ojos y las serpientes que se deslizaban a su alrededor.

      Definitivamente, debía hacer algo si quería salir vivo de su propio coche y también rápidamente.

      Se acordó, por casualidad, que tenía papel de periódico justo detrás del asiento.

      Pensó en quemarlo para asegurarse de atontar a las serpientes con el humo producido y de esta forma escapar.

      Afortunadamente para él lo consiguió.

      Mientras huía vio cómo el humo del cielo se desvanecía y dejaba una frase inquietante.

      VOLVERÉ

      Stefano sintió un escalofrío sólo de pensarlo.

      El humo desapareció en la nada y el coche explotó con un enorme estruendo. Stefano pensó de inmediato en el libro rojo que había encontrado en el sótano del local de Mauro. Quizás las dos cosas estaban conectadas de alguna manera.

      Para empezar, escapó. Estaba nervioso y corría a lo loco debido al miedo. Parecía como si tuviese detrás de él al demonio en persona. Pero no podía ser el demonio, pensó.

      ¿O

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