El Precio Del Infierno. Federico Betti

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El Precio Del Infierno - Federico Betti

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tranquilo, en caso contrario todo habría acabado para él; pero le resultaba difícil después de lo que había visto.

      – ¡Permanece tranquilo, tranquilo, tranquiloooo!

      Estaba a punto de enloquecer.

      Debía contenerse.

      Aguanta, sino todo habrá acabado. Aguanta.

      Casi había llegado al local de Mauro.

      Faltaba poco, como máximo medio kilómetro.

      Casi lo había conseguido. Un poco más y llegó. Sano y salvo, por suerte.

      Ahora finalmente podía estar tranquilo, sin que el demonio corriese detrás de él.

      Al menos así lo creía. Debía creerlo: no podía estresarse de aquella manera.

      ¡Quién sabe lo que pensará de mí Alice en cuanto me vea tan andrajoso!

      Stefano fue al mostrador de Mauro que le puso su especialidad: Bloody Mary con mucha pimienta. Por lo que decían los clientes habituales debía ser una delicia.

      Stefano pensó que valía la pena probarlo así, a lo mejor, se calmaría.

      Esperó unos minutos y después llegó Alice.

      Se atemorizó al verlo tan magullado y le preguntó qué le había pasado que había sido tan malo.

      Él se lo contó.

      IV

      Alice se quedó alucinada y asustada por el relato de Stefano. Al mismo tiempo pensó en aquello que le había sucedido en casa de Santopietro e intentó conectar todo.

      –Stefano –dijo Alice –he estado en casa de Santopietro esta tarde hacia las tres y lo he encontrado experimentando con una persona. Una cobaya humana. He disparado para terminar con eso pero, presa del pánico, he fallado el tiro.

      – ¿Qué pasó? –dijo Stefano.

      –He matado a la cobaya humana.

      – ¿Quieres decir que has matado a un inocente y que ese jodido bastardo todavía está en circulación más tranquilo que nunca?

      –Exactamente eso. –respondió Alice.

      Alice y Stefano salieron del local de Mauro e intentaron tranquilizarse los dos dando una vuelta en coche por Bologna. Quizás podría funcionar.

      Cuando se cansaron de caminar y de hablar se despidieron quedando para el día siguiente en la comisaría. Se separaron y se fueron a casa a reposar.

      Después de llegar a su apartamento provisional de la capital de Emilia-Romagna, Ally, así la llamaba de manera amigable Stefano, se dio una ducha fría y se tumbó sobre la cama. Después de diez minutos, se quedó dormida.

      Por extraño que parezca, después de todo lo que le había sucedido aquel día, consiguió dormir bien y cuando se despertó se sintió feliz por ello, aunque hubiera conseguido dormir poco tiempo.

      El despertar lo produjo, involuntariamente, el timbre del teléfono. No solía recibir llamadas a horas tan tardías. A lo mejor había sucedido algo grave. A lo mejor algo que tenía que ver con el caso que estaba siguiendo Stefano.

      Alarmada levantó el auricular.

      Sintió un extraño siseo y comenzó a preocuparse.

      –Nosotros nos conocemos. ¿No es verdad?

      Ella no respondió y permaneció a la escucha.

      – ¡Responde! ¿No es cierto que nos conocemos? Responde que sí.

      Tenía miedo. ¿Podría ser Santopietro? No, él no tenía aquel timbre de voz. No podía ser él. Pero, entonces, ¿quién era?

      Mientras tanto aquella voz seguí haciéndose sentir.

      –No hagas como si nada porque también tú sabes que nos hemos conocido.

      Alice, cada vez más atemorizada, colgó.

      Se tumbó de nuevo e intentó volver a dormirse. Pero no lo consiguió. Decidió levantarse e ir a beber algo fresco.

      Según entró en la cocina tuvo la extraña impresión de que algo había cambiado. Sin embargo, no sabría decir el qué. Finalmente observó una extraña frase en el suelo.

      ¡Reunámonos!

      ¡Seremos felices juntos!

      No entendía qué podría significar aquella extraña frase. No conseguía explicárselo.

      Hablaría sobre esto, sin duda, con Stefano Zamagni. Por ahora, pensó, en volvería a dormirse, suponiendo que lo consiguiese. Se acostó y cerró los ojos.

      ¡Ocuparéis vosotros su puesto…! Me lo habéis matado… Ocuparéis vosotros su puesto… Pagaréis por aquello que habéis hecho… me las pagaréis…

      Estaba intentando dormirse pero todos los intentos eran en vano. Permanecía despierta.

      En es momento sonó otra vez el teléfono. Eran las cuatro de la madrugada. Alice se tensó. Temblaba. No quería responder.

      ¿Y si por casualidad fuese Stefano que telefoneaba quizás porque le había ocurrido algo extraño como le había sucedido a ella?

      Decidió, llena de angustia, escuchar a quien fuese.

      –Nos conoce…

      Ally colgó temblorosa.

      Estuvo pensando en atrancar puertas y ventanas y esperar el nuevo día para encontrarse con su colega y desahogarse con él.

      Ocuparéis vosotros su puesto…

      Debía tranquilizarse.

      Lo habéis matado… debéis pagar por lo que habéis hecho… Ocuparéis vosotros su puesto…

      Alice estaba, como mínimo, desesperada. No podía quitarse de la mente aquellas palabras de Santopietro. Debía conseguir no pensar en ello. Por lo menos hasta que fuese de día para poder reposar un par de horas o tres.

      Mientras tanto volvió a la cocina para ver si por casualidad entendía algo de aquella frase en el suelo.

      Estuvo dándole vueltas un tiempo pero no sacó nada en claro. La frase era absolutamente indescifrable, sin embargo debía tener un significado.

      Aunque fuese un mínimo significado.

      Entretanto dieron las siete de la mañana.

      Cansada de estar en casa sin hacer nada decidió salir a caminar.

      Mientras estaba fuera se le ocurrió comprar el periódico antes de ir al trabajo.

      Se paró justo en vía Rizzoli, casi delante del local de comida rápida del amigo de Stefano, así que pensó en pararse a hablar.

      Mauro

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