El Precio Del Infierno. Federico Betti

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу El Precio Del Infierno - Federico Betti страница 4

El Precio Del Infierno - Federico Betti

Скачать книгу

días –le dijo Mauro – ¿Habéis sabido ya algo más sobre aquel atracador de ayer por la mañana?

      –Casi nada –respondió Alice –para ser exactos, sólo la dirección y los delitos cometido por él en el pasado.

      – ¿Nada más? –preguntó el amigo de Zamagni.

      –No –dijo Alice, decepcionada.

      El señor Romani quería invitarla a beber algo pero ella lo rechazó diciendo que no se sentía demasiado bien.

      Justo después se despidieron y ella se fue directamente a la comisaría. Estaba muy ansiosa por conocer alguna novedad sobre el caso, si es que había, y de hablar a solas con Stefano sobre lo que había sucedido esa noche.

      Él estaba sentado al escritorio y la estaba esperando.

      –Hola, Alice. ¿Cómo estás? –preguntó Stefano Zamagni.

      –No muy bien –respondió ella –No he pegado ojo esta noche. Estoy muy cansada.

      – ¿Qué es lo que ha sido tan terrible que no has podido dormir?

      –Justo era de esto que quería hablarte, Stefano.

      –Escúpelo todo, Ally. Cuéntame todo: siento curiosidad –dijo.

      –Cuando nos hemos separado ayer por la tarde fui directamente a casa y me fui a la cama. Después de unos minutos sonó el teléfono. En un momento dado pensé que eras tú el que llamaba porque necesitabas algo y no fue así. Ha respondido una voz extraña y me ha comenzado a decir que nos conocíamos… que nos conocíamos… Stefano… ¡que nos conocíamos!

      –Bueno podría ser verdad –le dijo Stefano tranquilo.

      –Yo nunca había escuchado aquella voz. ¡Yo no lo conozco! –replicó Alice cada vez más nerviosa. –Y no acabó aquí. Cuando he entrado en la cocina he observado una extraña frase que nunca había visto. Y te juro que ayer por la tarde no estaba.

      –Podría haberla escrito un ladrón que se ha infiltrado en tu piso para dejarte un mensaje codificado.

      –Pero toda la casa está ordenada.

      – ¿Estás segura?

      –Muy segura –respondió Alice.

      –Ven, reflexionemos sobre ello bebiendo algo –dijo Zamagni.

      –De acuerdo.

      Se fueron juntos a los distribuidores automáticos puestos a lo largo del pasillo de la comisaría, él tomó un café y preguntó a Alice si ella quería también otro.

      Respondió que no y añadió que estaba demasiado nerviosa para beberlo.

      – ¿Qué te parece si esta tarde cuando desconectemos fuese a tu casa para dar una ojeada a lo que hay en el suelo de la cocina?

      –Me pondría muy contenta –respondió Alice.

      En tanto volvieron los dos a trabajar.

      V

      Stefano Zamagni no vivía en Bologna; allí solo tenía un apartamento de una habitación que utilizaba cuando debía quedarse en la ciudad por motivos de trabajo.

      Su lugar de residencia era San Lazzaro di Savena, una pequeña ciudad en las afueras. San Lazzaro era bastante tranquila, al menos así se lo parecía a Stefano. Se extendía durante casi tres kilómetros a lo largo de la vía Emilia y tenía aproximadamente unos treinta mil habitantes,  incluyendo las distintas aldeas.

      Stefano vivía en la avenida de la Repubblica.

      San Lazzaro di Savena era la clásica ciudad en que se sabía todo de todos, o casi, sobre todo del recién llegado, que en este caso era justamente él.

      Todos sus conciudadanos estaban muy felices de haberlo conocido dado que era un excelente policía, por lo que se decía por ahí. En especial la señorita Emma Simoni, su vecina de edificio y de puerta.

      Cuando se lo encontraban por la calle todos le agradecían lo que hacía por la ciudad. A veces, si desaparecía durante un período de tiempo por cuestiones de trabajo, a su vuelta la gente sentía curiosidad por la razón de su ausencia. Y él respondía dentro de los límites de lo posible y de lo permitido.

      Si sabía que Stefano estaba en casa Emma lo invitaba enseguida a tomar una taza de té o incluso a comer. Su especialidad eran las pizzette a base de beicon y tomate fresco. Naturalmente a él le gustaban mucho.

      Desde que Stefano se lo había dicho ella le daba siempre una docena en una pequeña caja de plástico azul. A veces Stefano llevaba unas pocas a la comisaría de policía de Bologna. También Alice, en cuanto se comió una de ellas, se enamoró de aquellas exquisiteces.

      Cuando tenía problemas con su pistola de calibre 38, Stefano se pasaba por la armería de Antonio Pollini, en vía Mezzini, que estaba en la otra parte de la avenida de la Repubblica. El señor Polloni era un hombre no muy alto con el pelo corto y perilla.

      Al poco tiempo de residir en San Lazzaro Zamagni se había hecho amigo también de Luigi Mazzetti, propietario de la ferretería de modestas dimensiones justo enfrente de su casa.

      Se había dado cuenta que vivía en una hermosa ciudad fuera del caos, decía é, y estaba muy contento por ello.

      No podía vivir en una ciudad superpoblada como Bologna, así que se había puesto a buscar algo más tranquilo y finalmente lo había encontrado.

      Alice y Stefano llegaron a casa de ella.

      –Vamos a la cocina –dijo Alice.

      Se dirigieron ambos hacia la frase que Alice le había recordado a Stefano en la comisaría.

      De manera asombrosa….había desaparecido.

      Ya no estaba. Se había desvanecido en la nada.

      Alice no sabía explicárselo. Estaba perpleja y si no la hubiese visto con sus propios ojos no se lo habría creído.

      –Te prometo que estaba –dijo Alice.

      – ¿Estás segura de no haberte equivocado? Quizás has dormido poco esta noche y estás cansada.

      –Estoy segura al doscientos por cien –respondió Ally.

      –En mi opinión harías bien en tomarte unos días de descanso –le dijo Stefano.

      –Te he dicho que estoy segura, es más, segurísima. Te prometo que esta mañana estaba. Era justo aquí donde estamos nosotros dos –repitió convencida la muchacha.

      –De acuerdo, imaginemos que tienes razón. ¿Pero cómo explicas el hecho de que ya no esté? –preguntó Stefano con curiosidad.

      –No sabría qué responder. La desaparición de la frase también me asombra, así que no sé qué decirte –respondió Alice.

      –Yo ahora me marcho, descansa un poco.

      Alice asintió.

      Stefano salió y ella

Скачать книгу