E-Pack Bianca abril 2 2020. Varias Autoras

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      Logan se inclinó hacia delante para agarrarle la mano y la plantó en su rodilla, entrelazando sus dedos con los de ella.

      –No tiene nada de ridículo que te sientas cohibida. Es desagradable tener algún defecto o una tara física que atraiga las miradas de la gente. Pero me preocupa que no estés disfrutando de la vida por lo que puedan pensar o decir los demás.

      Layla intentó apartar su mano, pero él se lo impidió, apretando sus dedos contra los de ella. El calor de la palma de Layla contra su rodilla le hizo preguntarse cómo sería sentirlo en otras partes de su cuerpo. Algo en su entrepierna se animó, y sintió que una ola de calor lo recorría. Estaba perdiendo el control.

      Antes de que pudiera contenerse, se llevó la mano de Layla a la boca y le besó los nudillos. Ella se estremeció como una hoja, se humedeció los labios y tragó saliva. Le quitó las gafas para poder mirarla a los ojos.

      –No tienes que sentirte cohibida conmigo. Además, si esperamos convencer a Robbie y a otras personas de que este matrimonio es de verdad, tendrá que parecer que nos sentimos cómodos el uno con el otro. Aunque tengamos que fingir.

      Ella lo miró con los ojos muy abiertos y parpadeó. Bajó la vista a sus labios y aspiró temblorosa por la boca.

      –¿A qué te refieres?

      Logan le giró la muñeca y se puso a acariciarle la palma con el pulgar.

      –Pues a que habrá ocasiones en que tendremos que darnos muestras de afecto: tomarnos de la mano o besarnos en la mejilla o en los labios para aparentar. Si no lo hiciéramos resultaría raro.

      –Está bien –murmuró ella, casi es un susurro–. Pero hace unas horas parecías bastante decidido a que no volviéramos a besarnos.

      –No a menos que sea absolutamente necesario.

      Layla enarcó las cejas en un gesto sarcástico.

      –¿Y quién decide cuándo es necesario?

      –Yo –contestó él, soltándole la mano y poniéndose de pie.

      No iba a disculparse por ser tan rígido a ese respecto. Quería unos límites bien definidos; quería mantener el control en todo momento. Necesitaba mantener su deseo a raya.

      Layla se sujetó el sombrero con la mano y echó la cabeza hacia atrás para mirarlo.

      –¿Y eso te parece justo?

      –Probablemente no lo sea, pero es lo que hay –contestó él. Recogió su toalla y se la colgó sobre los hombros–. Voy a darme una ducha. He reservado mesa en un restaurante para cenar, a las ocho. No está muy lejos de aquí así que podemos ir andando, pero si lo prefieres puedo pedir un taxi.

      –No será necesario –replicó ella, herida en su orgullo, con chispas en los ojos.

      Layla alisó con la mano una arruga del elegante mono negro con tirantes finos y pernera ancha que había escogido para la cena. Era una lástima que no pudiera llevar zapatos de tacón, pero los que se había puesto de tacón de chupete tampoco estaban tan mal y con ellos iría más cómoda. Era la máxima que había regido su vida desde el «accidente», y no estaba dispuesta a cambiar. Claro que tampoco es que pudiera cambiarlo. Se había pasado meses ingresada en el hospital, y luego otros cuantos en una clínica, haciendo rehabilitación. Habían sido unos meses largos, desesperantes y solitarios intentando hacerse a sus nuevas circunstancias, acostumbrándose a un sentimiento que la había acompañado desde entonces: la sensación de culpa del superviviente.

      Sí, se sentía culpable por fingir que lamentaba la muerte de sus padres, cuando en realidad lo que había sentido había sido alivio. De hecho, había sido más fuerte el alivio al saber que no iba a perder la pierna que el dolor por la pérdida de sus padres. ¿Qué decía eso de ella? Las cicatrices de la pierna le recordaban cada día esas emociones encontradas, y lo cierto era que, cada vez que lo pensaba, no podía evitar sentirse aliviada por haberse liberado de la caótica vida que había llevado junto a sus padres, aunque su padre había sido el principal responsable.

      Una vida impredecible y demencial en la que sus padres, en vez de preocuparse por llevar comida a la mesa, solo se preocupaban de su dosis diaria de alcohol y drogas. Una vida en la que la tónica habitual eran los golpes, los gritos, los insultos y los platos haciéndose añicos contra una pared o contra el suelo. Una vida en la que nunca había paz, ni siquiera cuando reinaba el silencio, porque el silencio solo indicaba que se estaba preparando una tormenta que podría desatarse en cualquier momento. Sin avisar. Sin que nada hubiera pasado. Era algo que sencillamente ocurría, y a ella no le quedaba otra que ponerse a cubierto, si podía, o, si no, ponerse a rezar como una loca.

      Layla suspiró y se hizo un recogido informal, echando una persiana sobre esos pensamientos del pasado. Se negaba a ser una víctima; era fuerte y se sentía tremendamente orgullosa de todo lo que había conseguido en su vida.

      Alcanzó el neceser donde tenía los cosméticos, se retocó un poco el maquillaje y se echó perfume detrás de las orejas y en las muñecas. Luego se miró en el espejo, girando a un lado y a otro, y decidió que, aunque su aspecto no fuera perfecto, al menos era pasable.

      Cuando Layla entró en el salón, Logan, que acababa de terminar una llamada para solucionar un problema relativo a un proyecto en la Toscana, colgó y se guardó el móvil. El mono que llevaba dejaba entrever las curvas de su esbelta figura, esas curvas que se moría por acariciar, por explorar. El maquillaje, por otra parte, realzaba la elegancia de sus facciones y hacía destacar sus bellos ojos. Y el recogido dejaba al descubierto su cuello de cisne y sus hombros.

      Se imaginó dejando un reguero de pequeños besos por su piel, bajando por su cuello hasta llegar al escote. Se imaginó soltando su cabello, deslizando sus dedos entre los mechones castaños… ¡Cómo le gustaría borrar el brillo de labios de su boca con un beso apasionado! En su mente permanecía el vívido recuerdo de lo blandos y lo suaves que eran esos labios, del ardor con que había respondido cuando la había besado…

      ¡Por amor de Dios…! Tenía que ejercitar su autocontrol. ¡Vaya si tenía que hacerlo…! Si estaba fantaseando con ella de esa manera cuando se acababan de casar, ¿cómo iba a poder resistir un año entero?

      –Estás preciosa –murmuró.

      Las mejillas de Layla se tiñeron de rubor y bajó la vista.

      –Gracias.

      Salieron de la casa y echaron a andar hacia el restaurante, que estaba a un corto paseo de allí. El aire de la noche estaba impregnado con el sabor salado del océano y la luna, que estaba en cuarto creciente, brillaba en el cielo. Layla caminaba a su lado en silencio, cojeando. Los zapatos que llevaba no tenían mucho tacón, pero era evidente que no le aportaban la estabilidad que necesitaba, y cuando la vio tambalearse ligeramente, la tomó de la mano.

      –Cuidado –le dijo–, este terreno es un poco traicionero.

      Layla le dirigió una breve sonrisa y volvió a mirar hacia delante. Aunque hicieron el resto del trayecto en silencio, Logan no podía ignorar el cosquilleo que sentía en la mano, entrelazada con la de ella, ni el aroma de su perfume.

      Cuando llegaron al restaurante, un camarero los condujo a una mesa junto al ventanal, desde el que se divisaba la bahía, tomó nota de lo que querían para beber y les dejó la carta. Logan apenas le echó un vistazo rápido

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