E-Pack Bianca abril 2 2020. Varias Autoras

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había experimentado, la clase de conexión que había evitado incluso con su prometida. De hecho, el estar conociendo a Layla a ese nivel más profundo estaba haciendo que se diese cuenta de qué había faltado en su relación con Susannah.

      Le costaba hacerse a la idea de que Layla y él estaban casados. No parecía real, pero lo era: tenía el certificado de matrimonio que lo probaba.

      Layla levantó la vista de su carta y frunció el ceño.

      –¿Ocurre algo?

      Logan alteró su expresión para convertirla en una máscara impasible.

      –No. ¿Por qué?

      Layla cerró su carta.

      –Porque no haces más que mirarme y fruncir el ceño.

      Logan esbozó una media sonrisa.

      –Perdona, es que estaba pensando.

      –¿Sobre qué?

      –Sobre nosotros.

      Hasta decir la palabra «nosotros» le provocaba una extraña ansiedad.

      Layla bajó la vista a la vela encendida en el centro de la mesa.

      –Es raro, ¿verdad? Lo de estar casados, quiero decir –volvió a alzar la vista hacia él–. Pero al menos hemos salvado Bellbrae, que es lo que importa.

      –No es lo único que importa –dijo él–. También es importante que nuestro trato no te cause demasiadas inconveniencias. Sé que un año es mucho tiempo, pero en cuanto obtengamos el divorcio podrás volver a tu vida.

      El camarero llegó en ese momento con sus bebidas, y mientras anotaba lo que iban a tomar Logan intentó no pensar en cómo sería la vida de Layla después de que pusiesen fin a su matrimonio. Sería extraño verla casarse algún día con otra persona, y quizá incluso formar una familia. De hecho, si eso ocurriera, abandonaría Bellbrae y tal vez no volvería a verla. No podía imaginarse Bellbrae sin ella. Se le antojaría vacío, desolado y gris.

      Cuando el camarero se hubo marchado, Layla tomó su copa y agitó suavemente el vino con movimientos circulares.

      –Mi vida es mi negocio; es lo único que tengo. Quiero convertirme en una empresaria de éxito para poder ser autosuficiente.

      –¿Y no te gustaría formar también una familia algún día? –inquirió él.

      ¿Por qué le estaba preguntando eso cuando no quería saberlo?

      Layla, que había bajado la vista, encogió un hombro y frunció el ceño.

      –No lo sé. A veces creo que sería maravilloso, pero otras me preocupa acabar como mi madre –contestó, lanzándole una mirada furtiva–. Se casó con el hombre equivocado, y no solo arruinó su vida, sino que además la truncó.

      Logan intuía que había más en el pasado de Layla de lo que ella le había contado. Prueba de ello era lo reacia que se mostraba siempre a hablar de su infancia. Sabía que había sufrido un accidente de coche con sus padres en el que ellos habían muerto y ella había resultado herida de gravedad, pero tenía la sensación de que su vida antes de aquella terrible tragedia tampoco había sido fácil.

      –¿Quieres contarme lo que ocurrió?

      Layla tomó un sorbo de vino y volvió a dejar la copa en la mesa. Sus facciones dejaban entrever un intenso conflicto de emociones, como si estuviese intentando decidir si debería confiar en él o no. Pero al cabo de un rato comenzó a hablar con voz firme.

      –Mi madre hizo una serie de elecciones que tal vez no habría hecho si hubiese contado con algún apoyo. Se crio en un barrio marginal y acabó yendo cuesta abajo y viéndose envuelta en una espiral de delitos menores en un intento por salir de la pobreza. Si hubiera conseguido un empleo habría podido salir de ese círculo vicioso, estoy segura. Ser independiente le habría dado algo de autoestima.

      –¿Por eso tienes tanto empeño en contratar a personas de entornos desfavorecidos? –le preguntó Logan.

      –Desde luego. A veces solo necesitan que alguien crea en ellos –respondió ella–, que les den una oportunidad para luchar. Mi madre no tuvo a nadie en su vida que creyera en su potencial.

      –¿Y cómo era tu padre?

      Layla apretó los labios, y sus ojos relampaguearon de ira.

      –Era un bruto, y un abusón, pero encandiló a mi madre prometiéndole una vida mejor. Le dijo las cosas bonitas que quería oír, pero resultaron ser solo palabras vacías. Se creía que la quería solo porque la llamaba «nena». Y cuando empezó a mostrarse tal como era ya no tenía la fuerza ni el amor propio suficientes para hacerle frente. Lo peor era que mi madre bebía y se drogaba para evadirse, y eso hacía que se volviera como él.

      Logan alargó el brazo para tomar su mano y se la apretó suavemente. Se quedaron callados un momento y Layla le preguntó:

      –¿Y tu madre? ¿Cómo era?

      Logan no se había esperado esa pregunta. Estaba tan acostumbrado a no pensar en su madre… Pensar en ella le recordaba la angustia que les había provocado a su hermano y a él descubrir que no iba a volver. No alcanzaban a entender que no quisiera volver a verlos, o hablar siquiera con ellos por teléfono. Había sido algo tan brutal que casi había destruido a su padre, y que había cambiado para siempre su vida y la de Robbie.

      –Era encantadora –respondió, en un tono desprovisto de emoción–. Si mi padre no hubiese quemado todas sus fotos podría enseñarte una para que vieras lo guapa que era.

      –Tía Elsie me dijo que era preciosa –comentó Layla–, y que tu padre se había enamorado perdidamente de ella desde el momento en que la conoció.

      –Sí, lo tenía cautivado. Tuvieron un noviazgo muy breve, y yo nací unos pocos meses después de que se casaran –le explicó él–. Dudo que su matrimonio fuera nunca un matrimonio feliz, pero cuando nació Robbie, cuatro años después que yo, las cosas empezaron a desmoronarse de verdad –tomó su copa–. Un día, al llegar a casa del colegio, descubrí que se había ido –tomó un trago y volvió a dejar la copa en la mesa con un golpe seco–. Por la mañana al levantarnos teníamos una madre, y de repente esa tarde ya no la teníamos. Ni un adiós, ni una nota, ni siquiera una llamada de teléfono. Se había ido a vivir a América con su amante. No he vuelto a verla ni a saber nada de ella desde entonces.

      Layla frunció el ceño con preocupación.

      –Debió ser durísimo para vosotros. Además, erais muy pequeños, ¿no? ¿Qué edad teníais?

      –Yo siete años y Robbie cuatro –contestó Logan, en el mismo tono apagado–. No comprendíamos por qué se había ido. Pensábamos que debíamos haber hecho algo malo para que nos abandonara. Me llevó años darme cuenta de que no tenía nada que ver con nosotros. Era por ella; no tenía la menor capacidad para establecer vínculos afectivos con otras personas. He oído que se ha casado tres o cuatro veces desde entonces –se quedó callado un momento antes de añadir–: Para Robbie fue aún más duro. Solo tenía cuatro años y la echaba muchísimo de menos. Se pasó semanas llorando; meses, en realidad. Yo hice lo que pude para compensar ese cariño que le faltaba, pero no fue suficiente.

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