E-Pack Bianca abril 2 2020. Varias Autoras
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–Aún no es demasiado tarde –le dijo–. Podemos parar si no quieres que siga…
Layla lo interrumpió poniéndole un dedo sobre los labios.
–Ni se te ocurra parar –le susurró–. Te necesito…
Logan volvió a besarla con pasión y empujó suavemente su miembro hacia su sexo. Layla abrió un poco más las piernas. El deseo la había hecho olvidarse por completo de su timidez. Logan se introdujo despacio en ella, como conteniéndose.
Layla arqueó la espalda y lo agarró por las nalgas para empujarlo contra sí. Logan se hundió un poco más en ella y sintió una pequeña punzada. Se mordió los labios para reprimir un gemido de dolor, confiando en que él no se diera cuenta. Sin embargo, sí debió darse cuenta, porque se detuvo.
–¿Te he hecho daño? –le preguntó preocupado, mirándola a los ojos.
–Por supuesto que no –repuso ella con una sonrisa, y le acarició la mejilla con la mano.
Contuvo el aliento, rogando por que no se diera cuenta de que estaba mintiendo. No quería que parara; no cuando el deseo estaba consumiéndola por dentro como un fuego.
–Iré un poco más despacio –dijo Logan–, pero si en algún momento no te sientes cómoda, por favor, dímelo.
–Me siento muy cómoda –le aseguró ella, y arqueándose hacia él para animarlo a que siguiera moviéndose.
Su cuerpo ya se había hecho a tener su miembro dentro de sí, y sus músculos internos se estrechaban en torno a él como dándole la bienvenida y deleitándose con su fuerza y su potencia viril.
Logan empezó a sacudir las caderas lentamente, con embestidas medidas y controladas, y la deliciosa fricción hizo que la excitación de Layla fuera en aumento. El erótico movimiento de sus cuerpos, en perfecta sincronía, era como una complicada y bella danza cuyos pasos hubiera ignorado conocer hasta ese momento.
Logan volvió a apoderarse de su boca con un beso largo y embriagador. Las lenguas de ambos se encontraron, se enredaron la una con la otra, imitando el movimiento de sus cuerpos. Una de las manos de Logan, que estaba en su pecho, descendió hacia la curva de su cintura, luego hacia el muslo y se deslizó hasta su sexo. Empezó a acariciarla, haciéndola gemir y retorcerse debajo de él. Poco después le sobrevino el orgasmo, que se expandió por todo su ser, como las ondas que se forman en la superficie del agua cuando se arroja un guijarro, y se estremeció de arriba abajo.
Logan alcanzó el orgasmo justo después. Hundió el rostro en el hueco de su cuello, jadeante, y se desplomó sobre ella, como si la tensión hubiese abandonado su cuerpo por completo. Layla lo rodeó con sus brazos. No quería que se apartara de ella, quería sentir el calor de su cuerpo tanto tiempo como fuera posible.
Poco a poco fueron recobrando el aliento y al cabo de un rato Logan se incorporó sobre un codo y se quedó mirándola mientras jugueteaba distraído con un mechón de su pelo.
–Ha sido increíble –murmuró. Sonrió cansado y añadió–: Increíble elevado a la décima potencia.
Sus palabras hicieron brotar una sensación cálida en el pecho de Layla, que deslizó la yema del índice por su nariz y recorrió el contorno de su boca.
–Sí, sí que lo ha sido. ¿O eso se lo dices a todas?
Logan enroscó en su dedo un mechón de Layla y lo soltó, dejando que rebotara suavemente contra su mejilla.
–Soy un caballero y no hablo de esas cosas, pero a veces el sexo es increíble en unos casos, mientras que en otros… –torció los labios–… bueno, en otros es mejor que se quede solo en algo de una noche.
Cuando se bajó de la cama para ir a tirar el preservativo al cuarto de baño, Layla rodó sobre el costado y lo devoró con los ojos, deleitándose en sus anchas espaldas, sus duras nalgas y sus fuertes muslos.
Suspiró y se estiró como un gato soñoliento. Se sentía tan maravillosamente relajada…Pero entonces vio una mancha carmesí en la sábana bajera y el corazón le dio un vuelco. Se incorporó apresuradamente, tiró de las sábanas para taparse y tapar de paso la mancha… y justo en ese momento Logan salió del baño.
–¿Ocurre algo? –le preguntó él, frunciendo el ceño.
Layla bajó la vista, incapaz de sostenerle la mirada.
–Eh… no. Es solo que… me da un poco de vergüenza estar desnuda –murmuró, y se mordió el labio.
Logan fue hasta la cama y se sentó junto a ella. Le echó el pelo hacia atrás, le puso una mano en el hombro y se lo acarició suavemente.
–He visto la sangre en el preservativo –le dijo–. No tienes que avergonzarte por estar con la regla.
Layla tragó saliva. El corazón le latía tan fuerte que le resonaba en los oídos.
–No estoy con la regla.
Sus palabras cayeron como una pesada bomba y se hizo un silencio sepulcral. La mano de Logan, que seguía en su hombro, se detuvo y todo su cuerpo se tensó. La expresión de su rostro cambió, como si de pronto estuviera comprendiendo.
–¿Me estás diciendo que hasta hace un momento eras… que eras virgen? –inquirió con voz ronca. Se levantó de la cama como un resorte y se pasó una mano por el cabello, mirándola alarmado–. ¿Pero por qué no me lo dijiste?
Layla apretó la sábana contra su pecho.
–No es como si fuera una enfermedad contagiosa, o algo así.
Logan soltó una palabrota.
–Te he hecho daño. Deberías habérmelo dicho; habría…
–¿Qué es lo que habrías hecho? –le espetó ella–. ¿Habrías parado? ¿No me habrías hecho el amor? Venga, reconócelo: si te hubiera dicho que era virgen, jamás habrías querido hacerlo conmigo.
Logan cerró los ojos un momento y volvió a maldecir entre dientes. Luego se dio la vuelta, recogió sus boxers del suelo y se los puso, visiblemente enfadado.
–Me hiciste creer que tenías experiencia –la acusó–. Me mentiste; si no por acción, sí por omisión.
–No le des tanta importancia; solo ha sido sexo.
–No, no ha sido solo sexo –replicó él con aspereza, clavando sus ojos en los de ella–. Sabías que era reacio a esto. Te dije que, conociéndonos como nos conocemos de toda la vida, no podíamos acostarnos y pensar que ahí acabaría todo. Esto es de locos… –murmuró, pasándose una mano por la cara–. Te he hecho daño y…
–No es verdad –lo negó ella–. Ha sido una punzada de nada; apenas lo noté. Y luego se me pasó y ha sido maravilloso.
Logan fue hasta la cama y se sentó a su lado con las palmas apretadas contra los muslos, como si temiera que fueran a tocarla contra su voluntad.
–¿Cómo es que aún eras virgen? ¿Fue por decisión propia o por algún otro motivo? –Le preguntó. Su