Historia intelectual y opinión pública en la celebración del bicentenario de la independencia. María Isabel Zapata Villamil

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Historia intelectual y opinión pública en la celebración del bicentenario de la independencia - María Isabel Zapata Villamil Taller y oficio de la Historia

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competencia. De igual modo, inyectaron grandes sumas de capital a los periódicos que apoyaban al Gobierno y, en algunos casos, encerraron a los directores de periódicos de oposición en prisión, o cerraron los periódicos. Tal fue el caso de la Sociedad Espiritista Central de la República de México, creada en 1872 por los generales Manuel Plowes y Refugio Ignacio González. Esta aglutinaba a sus asociados alrededor de un credo religioso y filosófico, así como en torno a un reglamento. Asimismo, existía la Sociedad Espírita de Señoras. En tanto, para 1873 ya había en ciudad de México diez sociedades espiritistas que reconocían a la Central. Dicho movimiento espiritista tuvo profundas raíces liberales, tenía un discurso unitarista, expresaba sus profundas fobias a lo que denominaba la tiranía del cientificismo, y añoraba al legendario Partido Liberal.44

      En el caso de México, otra de las asociaciones más conocida durante el porfiriato fue el Ateneo de la Juventud, ya que dicha organización generó un fuerte movimiento de crítica a las justificaciones filosóficas del régimen. En un inicio, a ella pertenecieron estudiantes de la Escuela de Jurisprudencia. Entre sus miembros encontramos a Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Martín Luis Guzmán, Pedro Henríquez Ureña, Julio Torri, Antonio Caso, Jesús Tito Acevedo, Carlos González Peña, Rafael López y Alfonso Cravioto. Aquel grupo de pensadores se caracterizó por su oposición a los científicos,45 motivo por el cual en algunos textos46 fue considerado uno de los semilleros de la Revolución Mexicana. En torno a estas asociaciones, se empezó a generar la mayor oposición contra el porfiriato y el grupo de los científicos en quienes se apoyaba el régimen; de tal modo, el movimiento se creó por medio de las agrupaciones liberales y de la prensa liberal de oposición con poca circulación, de los que surgieron los clubes liberales y las organizaciones sociales y políticas que dieron inicio a la Revolución Mexicana, con sus bases sentadas en el Movimiento Antirreeleccionista.47

      Los cafés pronto se convirtieron en lugares palpitantes de la ciudad, en los que se hablaba de las actividades de la vida cotidiana y se leía el periódico; fueron, asimismo, centros importantes de conspiración, espionaje, y sitios en donde se discutían los acontecimientos de la actualidad política.48 El primer café abierto en México se llamó el Café Manrique. Sus comensales eran conocidos como petimetres, recetantes, planchados, currutacos o manojitos mexicanos, y por lo general eran vagos, desempleados o cesantes.49 De igual modo, los más famosos de ese tipo fueron el Café-restaurante de Chapultepec y El Rendez Vous de México, por su elegante ubicación en el Bosque de Chapultepec, y por la preferencia que la clase dirigente tenía de estos a la hora de organizar sus fiestas y reuniones. Cabe añadir incluso que el primero de ellos fue el más usado por las comitivas diplomáticas para los lunches ofrecidos durante las fiestas del centenario de la independencia. Esos cafés fueron avasallados poco a poco en algunos sectores de la ciudad, presas del proceso de modernización. Con motivo de la celebración del centenario de la independencia, se destruyeron muchos edificios coloniales como el de la Concordia, que era una construcción del siglo XVIII, en donde quedaba el Café de la Concordia. Resulta reseñable que los testigos de la época afirmaban que aquella no fue la muerte de un edificio, sino de una época de costumbres afrancesadas.50 Igual suerte sufrió el Café Manrique, el cual quedaba en las calles Tacuba y Monte de Piedad, y que cerró sus puertas en 1906, para dejar de ser el “cuartel de escritores modernistas, donde Gutiérrez Nájera oficiaba como sumo pontífice”.51

      En términos generales, las dos principales características de la opinión pública a lo largo del siglo XIX son la permanencia del lenguaje católico en algunas de sus expresiones provenientes de la tradición colonial, y su fuerte cercanía con el tema político, tanto en las asociaciones como en la prensa y en los cafés. A continuación, se expondrán más detalladamente los cambios cuantitativos y cualitativos que se operaron en ella en general, desde la segunda mitad del siglo XIX hasta comienzos del XX.

      Cambios cuantitativos

      Como fue mencionado anteriormente, los cambios a continuación expuestos se dieron en la opinión pública durante el siglo XIX, tanto a nivel cualitativo como cuantitativo. Durante la segunda mitad del siglo XIX, dichos cambios se hicieron más profundos en su relación con el número y los tipos de asociaciones que existían.52 En México, se fundaron específicamente 1400 asociaciones cívicas entre los años 1857 y 1881. De igual modo, fue notorio que en la última década del siglo XIX ese aumento fuera mayor. Durante la última década, los testigos afirmaron que por todas partes se creaban entidades como asociaciones artísticas, congresos científicos y asociaciones de obreros.53 Además de aumentar en sí el número de las asociaciones, estas empezaron a ser de varios tipos: grupos de ayuda mutua, clubes sociales, asociaciones deportivas, logias masónicas, agrupaciones de inmigrantes, sociedades profesionales, círculos literarios, entre otros.54 Es posible encontrar un ejemplo de lo anterior durante la República Restaurada y el porfiriato,55 momento en el que se originó la fiebre asociacionista. Al igual que las asociaciones, los periódicos aumentaron; su número fue en incremento, y su variedad también creció. Lo anterior sucedió principalmente en las ciudades capitales; en Buenos Aires, La Nación y La Prensa producían cada uno 18 000 ejemplares en 1887. Según Hilda Sábato, en Buenos Aires se producía un diario por cada cuatro habitantes.56 En el valle de México, se concentraba el 26 % de los periódicos producidos en todo el país.57

      Asimismo, la prensa tuvo en México un aumento muy importante durante el final del siglo XIX. En 1871, el diario El Mensajero afirmaba que por todas partes brotaban diarios.58 Y, aunque desde 1840 ya habían empezado a aparecer revistas dirigidas a señoritas, al igual que temas para niños en esas y otras publicaciones, con el objeto de ampliar el número de lectores,59 a comienzos del siglo XX, el tipo de temas se comenzó a ampliar para aumentar los lectores a los que se dirigían los periódicos.60

      Por otro lado, hay un aspecto de la amplitud cuantitativa relacionado con las características de la opinión pública en ese sentido; aspecto que impide pensar que, en el caso de la producción de periódicos como tal, aquella noción solo se relacionaba con la demanda real de estos. En consecuencia, una de las particularidades más importantes de la opinión pública durante el siglo XIX era su carácter político; además, se afirma que la legitimidad de los Gobiernos comenzó a depender de tal aspecto. Lo anterior trae como consecuencia que aquellos periódicos apoyados por los gobernantes cuidaran su imagen y procuraran ser los más leídos, ya que eso no medía su estabilidad económica, sino que tal aspecto dependía del apoyo que podía recibir un gobernante de parte de la población. Con lo anterior se hace referencia al hecho de que el amplio número de ejemplares patrocinados por el porfiriato era asignado a los empleados del Estado, caracterizados por su gran número. En efecto, Pablo Piccato sugiere que el gran número de la producción no mostraba en todos los casos la demanda de la prensa como producto, sino que representaba la capacidad de producción y el deseo de un gobernante por mostrar su poder y su respaldo a la población, en la medida en que algunos ejemplares podían obedecer a suscripciones de empleados públicos.61 Por ejemplo, en 1907 el porfirista El Imparcial produjo 125 000 ejemplares al día, mientras que en 1911 El país imprimió 200 000. Lo anterior contrasta con el número de alfabetos que vivían en la época en ciudad de México, que solo eran 94 000. En consecuencia, es increíble que el tiraje de un solo periódico sobrepasara el número de la población alfabeta de la ciudad.62 Aquello indicaría que este número no se relaciona directamente con la demanda real de los periódicos, como correspondería a la compra y la venta de la información, sino a sus perspectivas como bien de un grupo político, a la manera sugerida por Piccato.63

      Una situación similar sucedió en Colombia, cuando se notó que el número de periódicos en circulación no iba relacionado con la demanda proveniente de la población. Tal aspecto es evidente en la queja del periódico La Fusión, postulada en el artículo “Movimiento periodístico”.64 En él, se afirmaba que la proliferación de periódicos surgía en un ambiente de libertad de prensa, pero la molestia residía en que no había tanta gente en condiciones de leer todo lo que se producía. En 1910, en una Bogotá que

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