Historia intelectual y opinión pública en la celebración del bicentenario de la independencia. María Isabel Zapata Villamil

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Historia intelectual y opinión pública en la celebración del bicentenario de la independencia - María Isabel Zapata Villamil Taller y oficio de la Historia

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consolidó un campo de estudio alimentado por amplias discusiones.29 A su vez, esas discusiones30 han sido impregnadas por el ser y el deber ser; por lo real que refleja el término, y por las expectativas que debería cubrir. De tal modo, en su texto Historia y crítica de la opinión pública, Habermas trata el tema específico de la esfera pública liberal. El autor alemán enfatiza en su argumentación en que la aparición de la opinión pública estuvo fuertemente ligada a un proceso histórico: “el cambio estructural de la publicidad está incrustado en la transformación del Estado y la economía”.31 Habermas parte así de considerar, a grandes rasgos, la opinión pública, en la medida en que corresponde con los discursos que se producen racionalmente, y que circulan con el fin de poner sobre la mesa los intereses de la clase burguesa. Para él, con esa nueva aparición, la opinión pública se ubicó en nuevos espacios físicos, como los salones, los cafés, y en las salas de reuniones y de asociaciones cívicas, así como en los nuevos espacios de comunicación letrada, como la prensa. Incluso, por centrarse en el tema de la opinión pública liberal, algunos han llegado a afirmar que Habermas la plantea como el ideal de la comunicación política.32

      Con lo anterior, se ha expuesto cómo Habermas presenta la opinión pública desde el punto de vista histórico; sin embargo, tan solo se ha aludido a tres países europeos, al igual que a un momento específico. Por su parte, en concordancia con una perspectiva más general, Gonzalo Capellán de Miguel33 arguye que la opinión pública ha pasado por cuatro etapas desde su aparición. Cada una se define según qué es aquello, como actúa y quién opina. De tal suerte, en el primer periodo que plantea, Capellán de Miguel se refiere a esta como una opinión que, bien sea en el ámbito de lo privado o en el de lo público, versa sobre la conducta de un individuo, y dicho dictamen proviene de alguien ubicado en el círculo cercano. Según el mismo autor, el segundo momento, que comienza en la segunda mitad del siglo XVIII, se caracteriza por su cariz moderno, dado que en él la opinión pública pasa a ser ese grupo de las minorías cultas que todo Gobierno busca como apoyo. Para Capellán de Miguel, en aquel periodo, el cual se extendió hasta el siglo XIX, la opinión pública era lo que legitimaba el poder político. En tanto, el tercer momento se inició en la segunda mitad del siglo XIX, y se organizó en torno al surgimiento de las ciencias sociales, en medio del cual el conjunto de la sociedad fue definido como el nuevo centro de la opinión, y como un organismo vivo sujeto a análisis. El cuarto momento, que aún vivimos, es delineado por el predominio en la sociedad de los medios de comunicación masiva, el cual fue notorio desde la década de los ochenta del siglo XX. A esta periodización general de las características cambiantes de la opinión pública, Capellán de Miguel incorpora además la atención correspondiente a las particularidades específicas de cada país y región, según sus condiciones históricas.34

      Así, a lo largo del pequeño recorrido que se ha trazado en torno a la definición de la opinión pública, es posible identificar cómo los principales elementos que la han integrado a lo largo de su historia son los espacios, los medios, los discursos y las negociaciones; aspectos que han ido dirigidos hacia la consolidación de un poder comunicativo. En concordancia, a lo largo de este trabajo se explorará cómo cada uno de estos elementos tiene su propia especificidad según las características del país que se analice, en el marco de su desarrollo histórico.

      A finales del siglo XIX en América Latina, el horizonte conceptual que se comenzó a conformar alejaba a los individuos de un mundo que requería de la autoridad divina para su funcionamiento normal. En ese momento, tal giro no se concentraba en cuántas personas dejaron de creer en Dios o en qué tan opuesta a la autoridad eclesiástica se volvió la población. Los individuos podían mantener sus creencias sobre Dios, pero en la práctica y en términos generales, Dios salió del centro de la vida de los individuos. Al respecto, Elías José Palti nos recuerda que el vacío que dejó Dios en la vida de los hombres fue llenado pronto por otros objetos de adoración como la patria, la nación, la libertad, la historia y la revolución.35 En este sentido, algunas formas de enseñar la vida de Jesús, así como los modos de adoración que se utilizaron en el culto católico y su lenguaje, empezaron a ser parte de nuevos cultos laicos. Y esta fue precisamente una de las características principales que adoptó la opinión pública de mediados del siglo XIX hasta comienzos del XX. De estos hechos precisamente da cuenta Carlos Forment en su obra, cuando muestra que el lenguaje católico fue precisamente lo que se usó en la vida pública; de igual modo, configuró el marco que permite explicar los contenidos transmitidos por las diversas asociaciones que aparecieron a lo largo del siglo XIX, tanto cívicas como económicas y políticas.36 Lo anterior se estudiará a fondo en el segundo, tercer y cuarto capítulo del presente escrito; de igual modo, las procesiones que tuvieron lugar durante las celebraciones del centenario, tanto en Colombia como en México en honor a la historia y los héroes de la patria, junto con los apelativos de santos a dichos héroes utilizados en los periódicos tanto de Colombia como de México, serán expuestos más ampliamente en el último capítulo del texto.

      En paralelo al proceso de desarrollo de sistemas democráticos y republicanos en los países latinoamericanos durante el siglo XIX, la esfera pública experimentó progresivamente mayor o menor autonomía con relación a las autoridades políticas; de igual modo, al final del siglo XIX, dichos países ingresaron gradualmente al proceso de modernización. Sin embargo, la opinión pública no solo fue producto de los cambios ocurridos en la sociedad; además, fue pieza clave para que se desarrollaran los procesos de modernización social y política que habrían de suceder en la América Latina del siglo XIX.37 Luego de que la república triunfara sobre las intenciones monárquicas que retornaron a México personificadas en Maximiliano, con el largo periodo en que el Gobierno estuvo a manos de los liberales, se instauró un ambiente de inestabilidad por las alianzas, la exclusión entre competidores y la búsqueda de conciliación con anteriores grupos en conflicto.38 Dicha inestabilidad puede verse reflejada en las disputas ocasionadas por las candidaturas de determinado personaje, las cuales podían empezar con insultos personales, y terminar en agresiones físicas. En esa medida, el honor fue impuesto como norma; como un elemento preciado por las personas.39 Esa forma de hacer política se vio reflejada en los cambios y en las nuevas características que tuvo la opinión pública, lo cual hizo al mismo tiempo que la opinión influyera en tal situación.

      A lo largo de este apartado, se explorará cómo la opinión pública tuvo una función primordial en el sistema político; algo que será expuesto también, a lo largo del próximo capítulo, con el caso de la prensa.40 De tal modo, se podrá en evidencia de qué modo se convirtió en el elemento articulador de las nuevas redes políticas que se generaban. Según ese horizonte, la prensa se convirtió durante la segunda mitad del siglo XIX en el principal medio utilizado para hacer política.41 En el ámbito local, regional y nacional, no se respondía de manera vertical en los partidos políticos; en esa medida, la prensa comenzó a transformarse en el medio con el cual algunos sectores locales y regionales podían recurrir al apoyo nacional, según sus intereses. De tal modo, los partidos eran constituidos por círculos que creaban alianzas inestables, lo cual hacía que los miembros de un partido no votaran monolíticamente a la hora de ir a las urnas, sino que se recurría a la negociación permanente. En medio de este panorama, la opinión pública dejó de ser el tribunal neutral en su concepto clásico, en cuyo caso los periódicos eran vehículos de ideas o de argumentos, o eran determinantes por su efecto persuasivo; por su parte, la prensa pasó a ser importante por su capacidad de generar hechos políticos e intervenir en la escena partidista; se convirtió así en la base para articular o desarticular las redes partidistas.42 En general, después de la segunda mitad del siglo XIX, la opinión pública pasó a ser “un campo de intervención y deliberación agonal para la definición de identidades subjetivas colectivas”,43 en el cual la prensa hacía que los sujetos se identificaran con cierta comunidad de intereses y valores.

      Desde las asociaciones, la prensa y los cafés que existieron tanto en Bogotá como en ciudad de México, se crearon

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