El camino a Cristo. Elena G. de White

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El camino a Cristo - Elena G. de White Biblioteca del hogar cristiano

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y “de grande misericordia”,5 “porque se deleita en la misericordia”.6

      Dios ha unido nuestros corazones a él con señales innumerables en los cielos y en la Tierra. Él ha procurado revelársenos mediante las cosas de la naturaleza y de los más profundos y tiernos lazos terrenales que el corazón humano pueda conocer. Sin embargo, estas cosas sólo representan imperfectamente su amor. Y a pesar de que se han dado todas estas evidencias, el enemigo del bien cegó la mente de los hombres para que ellos miraran a Dios con temor, para que lo considerasen severo y no perdonador. Satanás indujo a los hombres a concebir a Dios como un ser cuyo principal atributo es una justicia inexorable; [es decir,] como un juez severo, un duro y estricto acreedor. Pintó al Creador como un ser que está vigilando con ojo celoso para discernir los errores y las faltas de los hombres para así poder castigarlos con juicios. Fue para disipar esta sombra oscura, para revelar al mundo el infinito amor de Dios, que Jesús vino a vivir entre los hombres.

      Jesús no suprimió una palabra de verdad, pero siempre profirió la verdad con amor. En sus relaciones con la gente ejercía el mayor tacto y la atención más cuidadosa y misericordiosa. Nunca fue áspero, nunca habló una palabra severa innecesariamente, nunca produjo en un corazón sensible una pena innecesaria. No censuraba la debilidad humana. Hablaba la verdad, pero siempre con amor. Denunciaba la hipocresía, la incredulidad y la iniquidad; pero había lágrimas en su voz cuando profería sus fuertes reprensiones. Lloró sobre Jerusalén, la ciudad que amaba, porque rehusó recibirlo a él, el Camino, la Verdad y la Vida. Lo habían rechazado a él, el Salvador, pero él los consideraba con ternura compasiva. La suya fue una vida de abnegación y considerada solicitud por los demás. Toda persona era preciosa a sus ojos. Al mismo tiempo que siempre llevaba consigo la dignidad divina, se inclinaba con la más tierna consideración hacia cada uno de los miembros de la familia de Dios. En todos los hombres veía seres caídos a quienes era su misión salvar.

      Jesús decía: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar”.16 Es decir: “Tanto te amaba mi Padre, que me ama aun más porque he dado mi vida para redimirte. Soy muy amado por mi Padre porque me convertí en tu Sustituto y Garante, porque entregué mi vida y tomé tus deudas, tus transgresiones; por medio de mi sacrificio Dios puede ser justo y, sin embargo, el Justificador del que cree en Jesús”.

      Nadie sino el Hijo de Dios podía efectuar nuestra redención; porque sólo él, que estaba en el seno del Padre, podía darlo a conocer. Sólo él, que conocía la altura y la profundidad del amor de Dios, podía manifestarlo. Nada menos que el sacrificio infinito realizado por Cristo en favor del hombre caído podía expresar el amor del Padre hacia la humanidad perdida.

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