Sobre la teoría de la historia y de la libertad. Theodor W. Adorno

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Sobre la teoría de la historia y de la libertad - Theodor W. Adorno

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de la historia a la libertad, que tradicionalmente fue tratada como un tema de la filosofía moral; en la mitad del curso, Adorno constata, con una sorpresa tan solo fingida, que “casi sin que se hubiera aparecido así ante mis ojos al comenzar con todo esto […] se me ha presentado el concepto de hechizo como la categoría determinante para la construcción de la historia; también, por lo demás, para la construcción del progreso”;12 y define este hechizo, bajo el cual se encuentra toda la vida, como el “carácter de siempre igual del proceso histórico”.13 La historia, empero, no sería ningún siempre igual, sino un proceso en el cual a cada momento comienza lo nuevo. Lo siempre igual era, de acuerdo con la Antigüedad y sus mitos, la historia como ciclo: era el hecho de que, en ella, nada avanza, sino que, al final de un ciclo, todo vuelve a la situación antigua. Las representaciones cíclicas han reaparecido una y otra vez en la historia de la filosofía de la historia: así, en Vico y Spengler, e incluso en Toynbee; y también los diagnosticadores contemporáneos de un fin de la historia se encuentran dominados por aquellas representaciones. En contra de ellas se encuentra la representación cristiana, defendida del modo más enfático por Agustín, según la cual la historia significa el progreso hacia Cristo; según la cual, en este, la redención ha tenido lugar y la historia se ha consumado. Si las teorías cíclicas de la historia son desmentidas por la esperanza de los seres humanos, que no quieren aceptar que Sísifo sea el último ser humano, así la redención a través de Cristo es refutada por aquella “próxima visión” de la historia como una “mesa de sacrificios en la que han sido víctimas la felicidad de los pueblos, la sabiduría de los Estados y la virtud de los individuos”.14

      La historia, que en sentido estricto aún no ha comenzado, fue denominada por Marx prehistoria; Adorno adoptó el nombre: “Lo que en Marx se denomina en su momento, con melancólica esperanza, prehistoria, no es nada menos que la sustancia de toda la historia conocida hasta el momento, el imperio de la falta de libertad”.15 El hechizo bajo el cual se encuentra aún todo es de esencia prehistórica, un hechizo del mito. El tema acechado y perseguido por Adorno, con una obstinación infinita, es la pervivencia de este elemento mítico en la sociedad desmitologizada de manera en apariencia plena; la “prehistoria contemporánea”, tal como la reencontró, por ejemplo, en toda la obra de Goethe. En el centro de la persistencia de lo mítico Adorno coloca la relación de intercambio en la sociedad productora de mercancías; también esto tras las huellas de Marx, quien describió en su momento la esfera de la circulación como el destino arcaico: “como poder sobre los individuos, que se ha vuelto independiente, sea representado como fuerza natural, como azar o en cualquier otra forma”.16 Adorno no abandonó la idea de que, a pesar de toda la vanidad de la historia precedente, esa no debería seguir siendo vana durante toda la mala eternidad. En buena medida, fue la solidaridad con las catacumbas de las víctimas la que lo condujo a abstenerse de cerrar de una vez por todas la construcción del curso de la historia en su filosofía; él mantuvo abierta para el futuro la puerta de la historia; en lugar de hacer que ella desemboque en su fin, la hizo desembocar en un abierto hölderliniano. En ningún lugar –y en esto se mantuvo hasta el final al lado de Ernst Bloch, más allá de todo lo que separaba a ambos– Adorno sacó tajada de la rivalidad entre la mezquina realidad y la categoría de lo utópico; nunca entendió que tuviera que sabotear la utopía. Esta utopía, la huella de lo mesiánico, tenía en su pensamiento, como él solía decir, “la coloración de lo concreto”,17 no la de una posibilidad abstracta.

      Cuando Adorno, en el invierno de 1964, comenzó su último curso sobre filosofía de la historia, se perfilaban ya las controversias venideras con sus estudiantes. El malestar general en los años posteriores a Adenauer aparecía simbolizado en el proceso de Auschwitz en Frankfurt, en la legislación de emergencia que ya se anunciaba; sin duda del modo más patente en la guerra estadounidense en Vietnam. Contra estas tendencias restaurativo-reaccionarias se constituía, por primera vez en la historia de Alemania, una oposición poderosa dominada por estudiantes que, por cierto, desde 1967 desembocó en formas de protesta en parte poderosas, que Adorno habría de condenar enfáticamente como “seudoactividad”.18 Descontentos con la mera interpretación de mundo, los estudiantes exigían la transformación de la sociedad; y las lecciones de Adorno representaban en buena medida una tentativa para penetrar teóricamente esa situación, porque sometían nuevamente a discusión la problemática teoría-praxis. Esto apenas si fue notado en aquel entonces. El hecho de que la filosofía de la historia debía ser desarrollada en beneficio de la intervención práctica había sido siempre inherente a la filosofía adorniana; como programa, esto podía derivarse de la teoría de Marx, pero la crítica en cierto modo anticipada de este programa fue datada por Adorno en los comienzos de la Modernidad, en la problemática de Hamlet, que él citó a menudo como asistente de juramento. En el príncipe de Dinamarca shakespeareano, “la divergencia entre comprensión y obrar se señala paradigmáticamente”;19 y ante la misma divergencia se veía colocado el propio Adorno cuando los estudiantes le pedían indicaciones para la praxis política. También por esto quiso volver a tratar explícitamente las cuestiones de teoría y praxis en el semestre de verano de 1969, en el punto culminante del movimiento de protesta estudiantil, en unas lecciones que él anunció como “Introducción al pensamiento dialéctico”, pero que no fueron más allá de unas pocas clases, ya que fueron repetidas veces interrumpidas y, finalmente, canceladas por Adorno. Lo único que se conservó de estas lecciones son sus apuntes para tres clases.20 Sin embargo, no se perdió lo que Adorno les habría dicho a sus estudiantes si le hubieran dejado: los trabajos Sobre sujeto y objeto y Marginalias sobre teoría y praxis21 conservan sus reflexiones: una suerte de epílogo al movimiento estudiantil y, al mismo tiempo, un epitafio que el filósofo escribió para sí mismo.

      El texto del presente curso se basa en las transcripciones de las cintas magnetofónicas realizadas en el Instituto de Investigación Social; en general, las transcripciones fueron hechas en conexión inmediata con las clases individuales. Las cintas transcriptas fueron en su momento borradas para volver a ser utilizadas; la transcripción es conservada hoy en el Theodor W. Adorno Archiv bajo la signatura Vo 9735-10314.

      Durante la elaboración del texto, el editor intentó proceder tal como el propio Adorno lo hacía en la redacción de las conferencias dictadas de manera espontánea, cuando decidía entregarlas para su publicación; en especial, se intentó preservar el carácter de conferencia. El editor intervino en el texto transmitido lo menos posible y en la medida de lo necesario. Anacolutos o elipsis, así como otras infracciones a las reglas gramaticales, fueron corregidos sin indicación alguna. Junto a la eliminación cautelosa de repeticiones demasiado molestas, hay intervenciones ocasionales en construcciones sintácticas inabarcables. A menudo, Adorno –que solía hablar con relativa rapidez– colocaba levemente mal algunas palabras en las oraciones; siempre que el pasaje al que pertenecían tales palabras de acuerdo con el sentido no pudo ser construido unívocamente, la sintaxis fue retocada de manera correspondiente. Las partículas expletivas, en especial las partículas ahora bien, pues bien, pues, fueron eliminadas cuando se reducían a meras expresiones de relleno. En el manejo de la puntuación, que según la naturaleza de la cuestión debía ser colocada por el editor, este se sintió sumamente libre y, sin consideración a las reglas observadas por Adorno en los textos escritos, se esforzó para articular lo dicho verbalmente del modo más unívoco y claro posible. En ningún lugar, por cierto, se intentó “mejorar” el texto de Adorno, sino tan solo editar su texto, tal como lo entendía el editor.

      En las notas han sido indicadas las referencias de las citas dadas en las lecciones, y también se citaron aquellos pasajes a los que Adorno hizo o podría haber hecho referencia. Más allá de esto, se señalaron pasajes paralelos de sus escritos que podían esclarecer lo expuesto en las lecciones, pero también demostrar que las lecciones y escritos del autor están de múltiples formas conectados entre sí. “Hay que desarrollar el órgano a partir de las acentuaciones, los acentos, que son peculiares de una filosofía, examinar su relación dentro del contexto filosófico y concebir de acuerdo con ello la filosofía; esto es al menos tan esencial como saber de manera simplemente palpable: tal y tal cosa son”, por ejemplo, la filosofía de la historia

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