Me sedujiste, Señor. José Díaz Rincón

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Me sedujiste, Señor - José Díaz Rincón Testimonio

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religiosa, preciosas y con mucho gancho, nada de clerical. Contenía la explicación breve del Evangelio del domingo, una reseña de los santos más importantes de la semana, un cuento o narración popular con gracejo y moraleja, algún chiste, fuga de letras, el tiempo, etc. Hacía un bien inmenso a la gente sencilla de los pueblos, porque estaba muy bien orientado, se leía con facilidad y hacía sentirse protagonista de los hechos que se narraban. Lo leían toda clase de personas, aunque no fuesen a la Iglesia.

      Cuando yo tenía unos trece años teníamos un sacerdote mayor, don Manuel, y por su mucho trabajo, no podía complicarse más. Como venían muy escasos los ejemplares de “El Buen Amigo” le propusimos aumentar el número, pero él no aceptó. Entonces le dije que si quería lo podía hacer yo, que me los enviasen a casa y me encargaba de cobrarlos y pagarlos. Me parece que cada número valía 10 céntimos de peseta. Aceptó y pedimos cincuenta o setenta números más, los cuales repartía todos los domingos a domicilio en distintas familias, algunas veces me ayudaba algún amigo. Esto para mí fue un descubrimiento, porque me daba la ocasión de contactar personalmente con las familias y la gente que nos lo agradecía mucho.

      Aquel hecho me abrió un horizonte apostólico apasionante y, sin duda, despertó mi vocación apostólica, marcándome para ser apóstol seglar toda mi vida. Por otro lado, esta actividad y en aquella edad, me educó mucho humana y apostólicamente. Todas aquellas familias a las que iba a llevar “El Buen Amigo” me acogían sin reticencias y me daba ocasión de hablar con ellas, de explicarles cosas de religión, de conocer y de participar en sus problemas, de besar a sus enfermos o ancianos, de prometerles mis oraciones, lo cual cumplía. De ahí que empecé a experimentar el sentido, la viveza y el gozo de la oración, porque a mí no se me hacía rutinaria, pesada o aburrida, ya que tenía contenidos y me hacía sentir la presencia del Señor, que es lo más importante de la oración, que estaba cercano, me escuchaba y le agradaba estar con nosotros.

      c) Mis preferencias por estar con los necesitados

      En aquellos años de mi pubertad, ya muy definido como militante cristiano, sentía una compasión grande por las personas que sufrían, me sentía muy a gusto estando con ellos y gozaba incomparablemente si podía ayudarles algo o compartir con ellos.

      Debo confesar que el sentido de la caridad nos lo infundió mi madre a todos hasta el fondo de nuestra alma, solo con su ejemplo. Aunque nosotros estábamos muy necesitados, jamás vi a un pobre salir sin limosna de casa, a alguien que no fuese escuchado y acogido, algo que tuviésemos que no fuese compartido. Muchas veces vi a mi madre dar a otros lo que ella misma necesitaba, de quitarse la comida o el vestido para darlos a otros necesitados. Vi pasar a los pobres a casa para lavarlos, vestirlos y animarles. Es uno de los testimonios que he visto en mi vida más admirables e impactantes.

      En aquellos años había en el pueblo como dos clases de pobres, los que no tenían nada en absoluto, que pedían limosna y vivían en los silos. Eran unas viviendas pobres debajo de los cerros que tenían la doble ventaja de no ser frías y defenderse del calor, por estar bajo tierra. Los otros pobres eran las víctimas de la guerra y de la política de entonces, personas huérfanas, o que les habían matado sus seres queridos, o los tenían en la cárcel, etc. En casa no hacíamos acepción de personas por ser de una u otra ideología, teniendo relaciones con todos, pero acompañando y animando a los que más lo necesitaban.

      Me hice muy amigo de otros chavales que tenían sus padres en la cárcel, nos intercambiábamos cuentos, jugábamos y hasta iba con ellos a buscar carbonilla para las estufas en invierno, a los terraplenes del ferrocarril, que eran donde vaciaban las máquinas del tren sus fogoneros. A los pobres de solemnidad de los silos, algunos muy necesitados —hasta que con diecinueve años me vine a Toledo—, no dejé nunca de visitarles, llevarles lo que podía y hasta enterrarlos cuando morían. Tengo sus nombres y sus vidas clavadas en mi corazón.

      Años más tarde se fundaron ya en la Acción Católica los Secretariados de Caridad, que luego sería “Cáritas”; también se produjo algo de desarrollo y las cosas cambiaron bastante.

      d) Los “belenes en Navidad”

      Desde el año 1939, que fue el que entraron los nacionales, cuando tenía nueve años, no he dejado de instalar el Belén o Nacimiento en casa. Aquellos primeros años lo ponía con tomillos de la sierra, musgo de los humedales y con figuritas de cartón recortadas, y resultaba muy bonito. Después, fui ahorrando con los céntimos que me daban en casa los domingos y fui comprando las figurillas de barro cocido en casa de Dª Teresa Tubau en la calle de Fuencarral de Madrid un año que me llevó mi padre en el tren, para ayudarle a llevar algo de harina y aceite. Luego me enviaban un folleto y yo podía hacer el pedido que quisiera. Mi madre me ayudaba haciendo algún costal, saquito o pañales para poner el Niño, que aún conservo.

      Iban muchas personas para ver el “belén” y a mí me agradaba mucho explicarles los relatos evangélicos que hacen referencia a la infancia de Jesús.

      Cuando me vine a Toledo, ya con casi veinte años, no tuve necesidad de buscarme un grupo apostólico, porque D. Eusebio Ortega Ayuso, que era el Consiliario Diocesano de los Jóvenes de A.C., me incorporó de inmediato al Consejo Diocesano y a los Propagandistas, que era la Escuela de los jóvenes dirigentes de Acción Católica. La Mujeres de A.C. de Toledo organizaban todos los años por Navidad unos cursillos navideños, como actividad apostólica y para ambientar la Navidad en las familias. Me empezaron a llevar como ponente para explicar cómo se construye un “belén”, cosa que hacía de diferentes maneras y con un profundo contenido doctrinal y apostólico. La gente vibraba y les gustaba mucho. Se les animaba y ayudaba a poner un nacimiento en sus casas o al menos algún motivo con la Sagrada Familia, pastores, reyes o aldeanos con ovejas, en una panera, o cazuela, jarrón roto... aquello tuvo mucho éxito, hacía mucho bien y a mí me estimulaba en mi compromiso apostólico.

      Al casarme, ya lo instalaba en casa, bastante artístico, con muy certera iluminación, que es uno de los secretos de los “nacimientos”, pero muy pequeño porque el piso que teníamos era muy reducido. Me llevé premios del ayuntamiento repetidas veces. Al cambiarme de piso, después de muchos años, los ponía mayores. Mis cuatro hijos, ya casados, lo instalan todos en sus casas. Es curioso que ninguno ha salido “belenista”, sólo un yerno, Florencio, el marido de mi hija mayor, que es una maravilla por construirlos con un primor y belleza que todos los años se llevaría todos los premios si los hubiese. Pertenece a la asociación de Belenistas de Madrid y nos los construye a toda la familia y a los que puede, en la parroquia de Madridejos y en la de Turleque, así como el familiar de su propia casa.

      Para mí ha sido siempre esta sencilla y noble actividad, una ocasión de motivación creyente y de apostolado, fortalece mis convicciones cristianas, me invita ala oración contemplativa y me da ocasión de hablar de Jesucristo a los demás.

      e) Unas clases nocturnas

      Hasta los años setenta del pasado siglo, El Romeral era totalmente rural, incluso toda España en un 70% era rural, y como nos incorporaban, desde muy pequeños, a las tareas agrícolas o ganaderas, a parte de la escasez de medios y de sensibilidad cultural que existía, se daba un número altísimo de analfabetos, porque no podían ir a la escuela. En mi quinta el 83% eran analfabetos.

      Tenía catorce años y desde muy pequeño aprendí a leer y a escribir, me dolía en el alma ver a chicos como yo, y con los que jugaba y salía, que eran muy inteligentes, que no sabían nada. Algunos, con mucha suerte, iban a unas clases particulares por las noches con un hombre bueno del pueblo, el “tío Isaac”. Interesé a un amigo de mi panda, Valentín, para que de lunes a viernes, en invierno, al anochecer, diésemos una hora de clase a los chicos del campo que quisieran, para enseñarles a leer, escribir y lo elemental de la aritmética, historia de España y Geografía. Mi amigo era muy inteligente y también tenía una gran inquietud apostólica, él llevaba la centralita de teléfonos en el pueblo. Le pareció

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