Me sedujiste, Señor. José Díaz Rincón

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Me sedujiste, Señor - José Díaz Rincón Testimonio

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reunión internacional, que se celebró muy cerca de Vaticano, para dirigentes de movimientos de espiritualidad de todo el mundo católico. Al final nos recibió el Papa y después de la audiencia quiso saludarnos al equipo de dirigentes con inmenso cariño, ofreciéndonos un sencillo obsequio y unas palabras a cada uno.

      Al llegar a mí, me tomó mis manos con las suyas, apretándomelas como buen atleta que era, y me dijo: “Muchas gracias, José, por su fidelidad y entrega a la Iglesia de Cristo, desde su juventud. El Papa y la Iglesia se lo agradecen. Mi abrazo y bendición para usted y su familia”.

      Me emocioné mucho, le miré fijamente al Papa y le contesté: “¡Santo Padre, daría mi vida por la Iglesia y por el Papa!”.

      Con su sonrisa y propio gracejo, volviendo a cogerme las manos, me “corrige” diciéndome en perfecto español: “Bueno, José, eso, por ahora, poco a poco”.

      Conservo la fotografía de este momento, en la que se aprecian los labios del Papa diciéndome estas últimas palabras y mi propia actitud emotiva.

      Repito lo que he vivido desde que poseo el don de la fe y he repetido a tantos hermanos durante mi vida: debemos amar a la Iglesia con todas nuestras fuerzas, por ser la propia prolongación de Cristo resucitado entre nosotros. Un amor que debe ser humilde, sacrificado y generoso, como quien quiere a su madre o a un hijo, o como se aman unos esposos de verdad, porque más grande es el amor que Dios nos transmite por su Iglesia.

      1.3. La fe cristiana, el mayor tesoro

      El mayor bien que podemos desear, poseer y vivir es la fe cristiana, es decir, la fe en Jesucristo que nos revela a Dios, nos le hace presente, cercano, nos lo da a conocer y se nos manifiesta, Él mismo, como la expresión del Padre. Cuando Jesús les habla a sus apóstoles reiteradamente del Padre y de su propia misión aquí en la tierra, Jesús da por supuesto que ellos ya conocen el camino para ir a Dios y se lo deben enseñar a todos los hombres, porque Él se va al cielo. Tomás, torpe como todos ellos, le dice: “No sabemos a dónde vas. ¿Cómo pues, podemos saber el camino?”. Jesús, con plena autoridad y claridad le replica: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí. Si me habéis conocido, conoceréis también a mi Padre”. Y más categórico y contundente añade: “Desde ahora le conocéis y le habéis visto”. Otra torpeza más, ahora de Felipe, porque hasta que no vino el espíritu Santo no se aclararon. “Le dijo: Señor, muéstranos al Padre y nos basta. Jesús le dijo: Felipe, ¿Tanto tiempo que hace que estoy con vosotros y no me habéis conocido?”. E insiste con claridad meridiana: “El que me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy con el Padre y el Padre está conmigo? Las palabras que yo os digo no las hablo por mí mismo; el Padre que mora en mí, hace sus obras. Creedme, que yo estoy con el Padre y el Padre en mí; al menos creedlo por las obras “(Jn 14, 4-11).

      Nuestra fe es creer en el Dios de Jesucristo, porque ha sido enviado a nosotros para mostrarnos la Verdad más plena y luminosa: ¡el Dios verdadero!, para sensibilizarnos el amor que nos tiene y enseñarnos lo que quiere de nosotros y para nosotros. Es curioso que cuando el mismo Jesús se nos propone como medio para ir a Dios, antes de la meta o el objetivo de nuestra fe, nos señala el camino que nos lleva a Dios, que es la Verdad y la Vida. Y es que “no se nos ha dado otro nombre, entre el cielo y la tierra, por el que podamos salvarnos” (Hch 4, 12) ¡sólo Jesucristo! El que cree en Jesús, cree en el Dios verdadero, y ésta es la gran verdad, y la verdad nos hace libres. El mismo Cristo nos lo asegura: “Yo he venido como luz del mundo, para que todo el que cree en mí no permanezca en tinieblas” (Jn 12, 45).

      ¿QUÉ ES LA FE? Dicho de manera sintética y sencilla debo decir, que es la adhesión de la inteligencia, que es la principal prerrogativa del ser humano dada por el Creador, bajo el influjo de la Gracia, a una verdad revelada por Dios. En este sentido la fe es creer a Dios que nos habla. Dice la Carta a los Hebreos, que es una completa catequesis de la Iglesia naciente: “Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en otro tiempo a nuestros padres por ministerio de los profetas; en esta etapa final nos habló por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, ya que por causa de Él dispuso las edades del mundo. Él es el resplandor de su gloria y por Él expresó Dios lo que es en sí mismo. Él es el que mantiene el universo por medio de su palabra poderosa. Él es el que purificó al mundo de sus pecados y después se fue a sentarse a la derecha del trono de Dios en los cielos. Él está por encima de los ángeles, cuanto supera en excelencia el nombre que heredó “(Heb, 1-4).

      La fe se apoya en la autoridad de Dios y no en la intrínseca evidencia de las cosas que se creen. En esto difiere de la ciencia, por eso la fe es oscura, es invidente, pero tiene una certeza superior a la ciencia, porque el motivo que se apoya es superior a la evidencia interna de las razones: ¡Dios, verdad infinita, sin mezcla de error!

      Desde mi experiencia de fe ininterrumpida, en mi ya larga vida, aseguro que esta fe cristiana es el mayor tesoro o riqueza que podemos poseer cualquier persona, principalmente por estas tres razones:

      a) La fe nos hace personas íntegras, es decir, completas, porque nos descubre la razón de nuestra existencia, nos aporta y colma todas nuestras aspiraciones humanas, deseos y nuestra dignidad. Orienta y desarrolla todas nuestras facultades, despierta y educa nuestras sensibilidades, da luz a toda nuestra vida, da capacidad y dirige nuestras facultades, nos hace solidarios, nos ayuda en nuestras dificultades, poniendo mesura en nuestro comportamientos, nos educa y nos hace profundizar con mayor provecho de las cosas; por su filosofía positiva, realista y trascendente hace que todo nos sirva para el bien, mostrándonos a los demás como hermanos y no como enemigos. En una palabra, la fe cristiana nos hace más personas y más felices.

      b) La fe da sentido a todo, porque Jesucristo, causa de nuestra fe, asegura la misma Escritura: “Él es la luz verdadera que, viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre” (Jn 1, 9). La fe ilumina toda la vida, el trabajo, la familia, las diversas situaciones, las penas y las alegrías, es decir, todo, ¡hasta el dolor y la muerte! A lo que ninguna filosofía da respuesta ¡sólo Jesucristo! Por eso, los santos que son los que más fe tienen nos dejan deslumbrados con sus paradojas creyentes. Nuestra gran santa española, Teresa de Jesús, cuando descubre el sentido redentor que tiene el dolor, el sacrificio, las contrariedades, exclama: “Yo lo que quiero es padecer o morir”. El sabio más santo, y el santo más sabio, como conoce el pueblo fiel a santo Tomás de Aquino, asegura: “Yo he conocido más y mejor a Jesucristo contemplándole crucificado, que en todos los libros que he estudiado”. El mismo San Pablo repite: “Sólo puedo presumir de conocer a Jesucristo y éste crucificado”. En otras ocasiones dice: “Sólo me gloriaré en la Cruz de Cristo”, o “Para mí vivir es Cristo, sufrir y morir es una ganancia”. San Pedro, el primero de los Apóstoles de Jesús nos enseña: “Alegraos de ser partícipes de la pasión de Cristo, para que cuando se descubre su gloria os gocéis llenos de júbilo”. El gran san Ignacio de Antioquía, cuando lo llevan preso y sus discípulos intentan librarle de ser arrojado a los leones, les dice: “¡Por favor, tened caridad conmigo, no me privéis de ser triturado por los dientes de las fieras para poder ser pan de Cristo y más eficaz a todos”. Un seglar de nuestro tiempo, Antonio Rivera Ramírez, el “Ángel del Alcázar”, cuando moría lleno de dolores por su septicemia, por ser operado sin anestesia por dejarla para otros heridos, decía: “Ahora es cuando más feliz me siento, porque no tengo parte de mi cuerpo que no me duela”. Todo lo que Dios hace o permite en nuestras vidas, es por nuestro bien, aunque nosotros no lo comprendamos, porque somos finitos, limitados, y Él es infinito, y quiere lo mejor para nosotros, porque “sólo Él es bueno” nos asegura Jesús.

      c) Por la fe nos unimos a Dios. Sólo la fe es el medio intelectual para vivir en Dios, porque no existe otro medio para poder conocer a las Personas divinas. Al mismo Jesús, en su vida terrena, los que le conocen de verdad y, por tanto, más le aman y mayor intimidad tienen con Él, son los que más ejercitan y profundizan la fe. Ahí está su misma Madre, María, que es conocida por la “mujer de la fe”,

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