Me sedujiste, Señor. José Díaz Rincón

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Me sedujiste, Señor - José Díaz Rincón Testimonio

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quedó muy grabado. Después de llevarse a mi padre al calabozo nos fuimos, de noche, a casa de mis abuelos paternos. Sin juicio alguno, le condenaron a muerte y pudo salvarse por la intervención del alguacil, que trabajaba en casa de mis abuelos. Al salir de la cárcel, le incorporaron al frente “rojo”, que estaba en Mascaraque, la llamada “quinta del saco”, que eran los mayores, así como a los jovencitos de menos de veinte años los llamaban “quinta del chupete”. Al poco tiempo de estar allí tuvo la valentía de pasarse al frente nacional. No obstante, tuve la ocasión de ir a verle y dormir con los soldados, ya que unos vecinos y parientes que tenían que ir a Mora, con un carro y una mula, me quisieron llevar. La distancia es de 32 km. Mi madre cayó enferma hasta su posterior muerte (en 1959), y con la ayuda de mis abuelos salimos adelante.

      Reemprender la vida, después de la contienda, fue durísimo. Mi padre volvió a casa y retomó su trabajo agrícola. Vinieron unos años muy malos, que llamamos “los años del hambre”, por las muchas necesidades en la reconstrucción del país, lo cual se complicaba por el abandono del campo aquellos tres años de guerra y la climatología que tampoco ayudó, siendo muy escasas las cosechas.

      Lógicamente el desarrollo y la educación eran muy difíciles, sobre todo para familias numerosas y modestas, como la mía. Por esta razón soy autodidacta. Desde los diez años me tuvieron que poner a trabajar, por ser el mayor de casa y criarme muy fuerte. Me llevaban al campo y también en una fábrica de harinas que existía en mi localidad, y aunque siempre me ha gustado estudiar, desde muy pequeño me tuve que conformar con la enseñanza escolar y algunas clases particulares que, con mucho sacrificio, me proporcionaron mis padres.

      Hice la primera comunión y me confirmaron con unos diez años, sin ninguna celebración ni traje especial, ni regalos ni nada, tal y como iba vestido. El catecismo lo sabía de memoria y lo entendía, incluso lo que entonces llamábamos la Historia Sagrada, que era un precioso libro con imágenes que resumía muy bien lo principal de la sagrada Biblia, ya que antiguamente no se nos permitía leer el Antiguo Testamento. En el rito de la Confirmación, celebrado por el Obispo Auxiliar Don Eduardo Martínez, se hacían algunas preguntas a los confirmandos, para saber si estaban preparados para recibir este sacramento. Me preguntó el Obispo los efectos del Bautismo. Contesté: nos borra el pecado original y otros si los hubiere; nos hace hijos de Dios por la gracia; miembros de la Iglesia de Cristo; y nos capacita para recibir el Espíritu Santo. Como le contesté bien, me hizo una segunda pregunta, yo creo que fue para ver si había sido por suerte la anterior. Entonces me preguntó: ¿Cuál era el sacramento principal y cuál era el más importante? Sin titubear, contesté que el primer sacramento principal era el Bautismo, porque es la puerta de la fe, y que el más importante era la Eucaristía, porque contiene al Autor de los Sacramentos, al mismo Cristo. Otros niños también contestaron bien y el Prelado felicitó públicamente al Párroco.

      Algunas otras cosas recuerdo de aquellos mis primeros años, la mayoría ingratos, por vivir aquellos duros años. Pienso que muchos de mi edad los han vivido igual o peor, por eso sólo añadiré dos recuerdos más, que para mí fueron decisivos e importantes, porque Dios se sirve de todo para llevarnos a Él, siempre que nosotros sepamos escucharle y queremos descubrirle en los acontecimientos y en las personas.

      El otro hermano que he tenido, ya fallecido, nació en la guerra, el resto son mujeres, y aquellos días fue a casa una mujer que venía de paso y quería que la ayudásemos. Ya había pasado el fragor de la guerra en nuestra zona, y ella pretendía ir a Andalucía. Al verla, mi madre, intuyó de inmediato que era una religiosa, como así fue, les habían quemado el convento y matado a la mayoría y ella iba de huída. La invitó mi madre a quedarse con nosotros, pero allí tampoco estaba segura. Decidió marchar en el tren a Alcázar de San Juan, pero antes la pidió que bautizase a mi hermano Tomás con el bautismo de socorro. Así lo hizo, con una unción y devoción impresionantes. No olvidaré nunca aquella escena gozosa. Ella nos explicó a niños y mayores lo que significa el Bautismo. Rezamos con ella, dio oxígeno a nuestra fe y por nada queríamos separarnos de ella, pero no tuvo más remedio que partir.

      El otro recuerdo imborrable es el de un maestro buenísimo y muy creyente, don Agustín, que era de Miguel Esteban, ya mayor, y estaba destinado en El Romeral. Le cogió allí la guerra y le obligaron a quedase para seguir de maestro, porque carecían de gente preparada para todo. Quedó sólo él y una maestra sin título para todos los niños. Uno tenía todos los niños de distintos niveles, y la otra las niñas de igual forma. Como sabían quién era don Agustín, le hacían la vida imposible, le insultaban, se mofaban de él, le ponían trampas y le amenazaban. Para salvar su integridad me cogía a mí de la mano para ir y volver de la escuela, porque se hospedaba en casa de mi abuelo materno que tenían fonda. Llegué a quererle como a un padre, como él era creyente y sabía que a mí me gustaba la religión católica, me enseñaba muchas cosas y rezábamos juntos. Él sufrió mucho, pero para mí y más gente fue un ejemplar maestro, un testigo cristiano y un baluarte en nuestra vida. He conservado la amistad con sus hijos hasta que han muerto.

      2.2. Experiencias creyentes de la infancia

      Aparte de las anteriores que he narrado, de los diez a quince años, tuve ya experiencias muy vivas, serias y que marcaron y orientaron mi vida para siempre. Debo confesar que me produce mucho rubor y pudor manifestar cosas personales, pero porque me lo han pedido, por si puedo dar algo de gloria a Dios, pregonar a Jesucristo y hacer algún bien a mis hermanos que me conocen o puedan leer estas líneas, con gusto sintetizo algunos hechos que, por la gracia de Dios, han hecho bien a los demás y han dejado huella en mi alma y en mi vida.

      a) Mi vocación catequética

      A partir de mi confirmación, el párroco habló con mis padres para que me dejara ser catequista en la parroquia. Ellos no pusieron más objeción que la de ser yo muy niño y le pedían al sacerdote que me cuidase y vigilase. Él accedió encantado, yo no había cumplido once años. Fui el primer varón que dio catequesis en mi parroquia, el resto eran mujeres mayores. Todos los chavales, lógicamente, querían venir conmigo y, sin pretenderlo, provoqué un revuelo y un problema. Entonces el párroco me llamó a su casa para hacerme unas preguntas, pero aquello fue un examen en toda regla. Me preguntó cosas diferentes sobre el catecismo, sobre Historia Sagrada, y religión en general. Debió satisfacer su curiosidad o preocupación, porque, allí mismo, me dijo: “Te voy a poner un mes con cada uno de los grupos de la catequesis, teniendo en cuenta que tienen distintos niveles y debes adaptarte a ellos ¿tú estarías dispuesto? Yo te ayudaré todo lo que necesites”. Por supuesto, con esta seguridad, contesté afirmativamente. Aquello me ilusionó mucho, todos los grupos estuvieron a gusto conmigo y yo con ellos y no hubo el menor problema. Debo resaltar algo que siempre he admirado y agradecido, que las catequistas accedieron con gusto a esta adaptación de los grupos y todas me querían mucho.

      Cuando pasaron dos o tres años, que ya me habían visto actuar, pude convencer a dos o tres amigos íntimos de mi panda, que éramos siete, desde muy pequeños. Asimismo animé a otro chico mayor que nosotros, que estudiaba el bachiller. También decidió incorporarse a la catequesis un maestro, soltero, don Luis, que estaba destinado allí y se hospedaba en mi casa. Igualmente se incorporaron unas chicas jóvenes, entren ellas una que después sería mi esposa y madre de mis hijos. Don Francisco, el párroco que vino años después, me decía que la catequesis nunca funcionó tan bien como en la época nuestra.

      A toda mi generación prácticamente le di catequesis. Esta es una de las razones por las que la gente de El Romeral me ha tenido un afecto grande, que aún perdura, y a pesar de que salí muy joven de mi pueblo natal y he podido volver poco. Es cierto que yo he intentado corresponder a ese afecto.

      También esta hermosa experiencia catequética es la que ha marcado, en un aspecto, toda mi vida, ya que nunca he dejado de dar catequesis. En los últimos años me he dedicado mayormente a los adultos, personas que no había recibido los sacramentos o estaba apartados de la Iglesia. Ahora mismo estoy dando catequesis a tres adultos.

      b)

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