La sociedad invernadero. Ricardo Forster
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El macrismo, que entre nosotros representa esta visión del mundo, apunta a convertirse en una cultura, no simplemente en un partido político más que se alterna con otros en el ejercicio del gobierno. Su principal objetivo es modificar el paisaje de la sociedad, apropiarse de las subjetividades para adaptarlas a las exigencias de la sociedad del conocimiento, de la información y de la competencia en el interior de un capitalismo cada vez más anárquico, depredador y desigual. Busca naturalizar los valores que se desprenden del capitalismo neoliberal capturando lenguajes y cuerpos, deseos y sueños. Y para ello echa mano de sus estrategias discursivas, de sus frases hilarantes, de su «ingenuidad» de recién llegado al que quieren hacerle pagar el derecho de piso pero que logra la simpatía del hombre y la mujer comunes. El macrismo es el intento de transformar la política en un instrumento jurídico-administrativo y en una retórica de gerentes de empresa. Discípulo fiel del neoliberalismo, busca instalar una fábrica inmaterial que produzca los insumos simbólicos indispensables para la consumación de la servidumbre voluntaria.
La velocidad del deterioro al que ha llevado a la sociedad argentina sirve como una muestra de lo que, en las condiciones actuales, supone desplegar una estrategia basada en el ajuste fiscal como propuesta central y correctiva de sociedades que «vivieron por encima de sus posibilidades», la reprimarización de la economía en el caso de un país periférico que intentó otros caminos, la redistribución regresiva del ingreso, la sobrevaloración del papel del mérito como núcleo valorativo de la sociedad de mercado, la alineación ciega a las políticas de Estados Unidos (no importa que primero se haya apostado por el triunfo de Hillary Clinton para luego entregarse en cuerpo y alma a Donald Trump), la aparición de políticas de seguridad impregnadas de racismo antimigratorio y de disminución de la edad de imputabilidad de los menores, identificados –si son pobres– como una amenaza real y constante con la que debe lidiar la clase media, y, sobrevolando todo lo anterior, el fantasma del populismo como monstruo depredador de la democracia y de la libertad. Éstos son algunos ejemplos que se repiten en otros países, tanto periféricos como del llamado «primer mundo». Insumos de la fábrica de subjetividad que conduce a los individuos a identificar como amenazas aquello que, en otro contexto de su historia, constituyó la posibilidad de escapar a estructuras sociales jerárquicas y asfixiantes que condenaban a la eterna repetición. La ilusión de poder entrar al «invernadero» permaneciendo, ahora sí, bajo la protección de un capitalismo triunfante sin siquiera imaginar que la crisis vuelve a estar a la vuelta de la esquina, prometiendo, esta vez, más penurias y caída en abismo para aquellos que soñaron con poder pertenecer a la minoría de los exitosos. Como en otras partes del planeta, las políticas de la derecha macrista alimentan la máquina que busca reproducir y sostener al Sistema con las ilusiones y los fracasos de aquellos que han sido, son y serán sus víctimas propiciatorias.
[1] Creo que vale la pena citar más extensamente lo señalado por G. Steiner en un libro de finales de los años 80: «El genio de la época es el periodismo. El periodismo llena cada grieta y cada fisura de nuestra conciencia. Y es que la prensa y los medios de comunicación son mucho más que un instrumento técnico y una empresa comercial. La fenomenología basal de lo periodístico es, en cierto sentido, metafísica. Articula una epistemología y una ética de una temporalidad espuria: la presentación periodística genera una temporalidad de una instantaneidad igualadora. Todas las cosas tienen más o menos la misma importancia; todas son sólo diarias. En correspondencia con ello, el contenido, la posible importancia del material que comunica el periodismo se “saldan” al día siguiente. La visión periodística saca punta a cada acontecimiento, cada configuración individual y social para producir el máximo impacto; pero lo hace de manera uniforme: la enormidad política y el circo, los saltos de la ciencia y los del atleta, el apocalipsis y la indigestión, reciben el mismo tratamiento. Paradójicamente, este tono único de urgencia gráfica resulta anestesiante. La belleza o el terror supremos son desmenuzados al final del día. Nos reponemos y, expectantes, aguardamos la edición de mañana» (George Steiner, Presencias reales, Barcelona, Destino, 1998, pp. 40-41).
[2] Christian Laval y Pierre Dardot, La nueva razón del mundo. Ensayo sobre la sociedad neoliberal, Barcelona, Gedisa, 2013, pp. 87-88.
[3] David Harvey hace explícita esa necesidad, de todo sistema y en particular del neoliberalismo, de reconfigurar, lo más dramática y definitivamente que se pueda, al ser humano en su plano individual y afectivo:
Para que cualquier forma de pensamiento se convierta en dominante, tiene que presentarse un aparato conceptual que sea sugerente para nuestras intuiciones, nuestros instintos, nuestros valores y nuestros deseos, así como también para las posibilidades inherentes al mundo social que habitamos. Si esto se logra, este aparato conceptual se injerta de tal modo en el sentido común que pasa a ser asumido como algo dado y no cuestionable. Los fundadores del pensamiento neoliberal tomaron el ideal político de la dignidad y de la libertad individual como pilar fundamental, que consideraron «los valores centrales de la civilización». Realizaron una sensata elección, ya que efectivamente se trata de ideales convincentes y sugestivos. En su opinión, estos valores se veían amenazados no sólo por el fascismo, las dictaduras y el comunismo, sino por todas las formas de intervención estatal que sustituían con valoraciones colectivas la libertad de elección de los individuos (David Harvey, Breve historia del neoliberalismo, Madrid, Akal, 2007, p. 11).
[4] Maurizio Lazzarato, Gobernar a través de la deuda. Tecnologías de poder del capitalismo neoliberal, Buenos Aires, Amorrortu, 2015, pp. 183-184.
[5] Laval y Dardot, op. cit., p. 21.
[6] Constituye un documento extraordinario para abordar las consecuencias del neoliberalismo en la vida de la sociedad inglesa desde los años 1980 hasta la actualidad su libro Los fantasmas de mi vida. Escritos sobre depresión, hauntología y futuros perdidos, Buenos Aires, Caja Negra, 2018. La lucidez de Fisher resulta indispensable a la hora de buscar deconstruir esas consecuencias y, sobre todo, para comprender el daño estructural que el capitalismo, en su fase actual, genera tanto en la vida compartida como en la esfera de las existencias privadas.
CAPÍTULO III
Los nuevos dioses del mercado global
El universo simbólico del sujeto posmoderno ya no es el del sujeto moderno: sin gran Sujeto, es decir, sin referencias que permitan fundar una anterioridad y una exterioridad simbólicas, el sujeto no logra desplegarse en una espacialidad y una temporalidad suficientemente amplias. Queda atrapado en un presente dilatado que es el único tiempo en que se juega todo. La relación con los demás se hace problemática en la medida en que la vida futura personal