Dublineses. Джеймс Джойс
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El comercio minorista, que responde a la demanda de esta pujante burguesía, experimenta un enorme desarrollo, en el que cabe destacar la aparición de los grandes almacenes de oferta diversificada. Y de igual manera prospera la industria del ocio, con proliferación de locales de esparcimiento y recreo, como cafés, salas de bailes y los cafés-concierto que dieron fama mundial a París como ciudad de diversión. Surgen los espectáculos de masas, que todavía hoy entretienen los ocios y dan cauce a las entusiasmos de una gran parte de la sociedad. El espectáculo deportivo, sobre todo, se abre paso con un ímpetu verdaderamente sorprendente, acaparando la atención de la gran mayoría de la población y suscitando inusitadas pasiones. Apoyado por las nuevas teorías higienistas, la gimnasia y el deporte van conformándose como actividades de ocio, pero sobre todo como espectáculo comercial. Las primeras olimpiadas se celebran en Atenas en 1896. Aunque los deportes más populares en la época son la gimnasia y la hípica, también en el cambio de siglo se celebran los primeros campeonatos internacionales de fútbol y de rugbi, las primeras carreras ciclistas e incluso las primeras carreras internacionales de automóviles, que Joyce utilizará como trasfondo de una de sus historias. Cabe señalar que en todas estas competiciones, inicialmente amateurs, van interviniendo cada vez más los intereses comerciales y los negocios de apuestas.
La fotografía se populariza en la época enormemente, en especial por la introducción de la película fotográfica, que hace que salga del campo estrictamente profesional y que surja la cinematografía. En 1895 los hermanos Lumière ya hacían exhibiciones comerciales de cine, y en la primera década del siglo XX existía ya un circuito establecido de salas de cinematógrafo que se extendía a prácticamente todas las ciudades de cierta entidad. El teatro experimenta asimismo un enorme auge, sobre todo con obras sensacionalistas de crímenes y adulterios, y lo mismo ocurre con los espectáculos de variedades, donde triunfaban los minstrel shows, típicamente americanos, en los que los actores y cantantes se pintaban el rostro de negro e imitaban las supuestas características de las personas de esta raza.
Todos estos entretenimientos van ligados a las ciudades. La desaparición de la industria rural y el menor peso de la agricultura en la economía hacen que se produzcan enormes migraciones, tanto exteriores, en especial desde Europa a América, como interiores, del medio rural al urbano. La concentración de la población en las ciudades impuesta por el sistema de trabajo en factorías hace que los núcleos urbanos se conviertan más que nunca en centros de la vida social y cultural, y que compartan costumbres, problemas y soluciones en una especie de red que traspasa las fronteras nacionales. No en vano es en esta época en la que se crea la idea –y el término– del cosmopolitismo.
La vida en las ciudades no es fácil. El desaforado crecimiento –Londres, que es la mayor en la época, pasa de dos millones de habitantes en la década de 1840, a más de cuatro en la de 1890– genera enormes desigualdades. En todas las ciudades existen enormes bolsas de pobreza en las que la población subsiste en condiciones casi infrahumanas. La salubridad en algunos barrios es infame, con recurrentes epidemias de cólera en muchos de ellos. Pero es también en estos años en los que, siguiendo el modelo de las reformas del barón Haussmann en París, en muchas capitales se emprenden notables desarrollos urbanísticos, que incluyen procesos de saneamiento de los barrios más degradados. Ello contribuye a un rápido descenso de la mortalidad, en el que desempeñan un importante papel los avances médicos. La medicina progresa de tal manera que los historiadores dicen que es posible hablar de una ciencia distinta a la anterior a este periodo. La generalización de la higiene, así como la aplicación generalizada de la anestesia y los avances farmacéuticos se unen a un conocimiento cada vez mayor y más fundamentado de la enfermedad. Aun así, medido desde la perspectiva actual, el nivel de desarrollo de la medicina sigue no obstante siendo ínfimo, pues, por ejemplo, se considera un logro que entre los pacientes que ingresan en un hospital sean más los que sobreviven que los que mueren.
En esta época parece que la humanidad hubiera descubierto por primera vez el valor del progreso, como se hubiera embriagado con él. Es la época del up and up and up and on and on and on («arriba y arriba y arriba y adelante y adelante y adelante»), en frase del primer ministro británico Ramsay MacDonald. Lo mismo que la economía, la política sigue los dictados del liberalismo. Todos los países europeos, siguiendo la estela de las políticas que han hecho tan próspera a Gran Bretaña a lo largo del siglo, se rinden a esta ideología, reformando sus instituciones y consumando con ello la desaparición del viejo orden. El liberalismo decimonónico, bastante distinto del actual neoliberalismo, pretende acabar con el privilegio. La mezcla de derecho natural y utilitarismo que constituye su base promueve la movilidad social como premio al esfuerzo, la energía y la innovación, que consecuentemente se convierten en motor del progreso y del bienestar. De ahí el valor que se confiere a la educación. En materia económica el punto fundamental es la eliminación de aranceles y tasas, la liberalización del comercio, pero el liberalismo también se muestra muy beligerante con toda regulación gubernamental de la actividad económica, en especial de las relaciones laborales.
No todo son éxitos, sin embargo, en la política liberal. Sobre todo a partir de la última década del siglo XIX surgen problemas por la inflación de los precios al consumo, el desempleo provocado por la mecanización de las industrias, o la corrupción empresarial, que hacen que el movimiento obrero vaya adquiriendo cada vez más fuerza. Es de señalar que en muchas ciudades existía una auténtica discriminación social respecto a los obreros. La construcción de entradas y escaleras «de servicio» en los inmuebles de la burguesía es una evidente manifestación de ello, pero había otras más hirientes, como la prohibición de asistir a ciertos espectáculos, o incluso frecuentar los parques públicos. Ante esta situación los obreros se organizan creando una verdadera contracultura a base de asociaciones de mutua ayuda en las que se ofrecen recursos diversos, como bibliotecas, salas de reuniones, conferencias, cursos y publicaciones, mediante los cuales se pretende superar la situación de desamparo a la que la sociedad burguesa condena a los obreros, con sus secuelas de pobreza, suciedad, enfermedad y alcoholismo.
La extensión de los partidos socialistas, en los que se da una amplia gama, desde los más ortodoxos, que siguen la doctrina marxista del socialismo científico, hasta los más radicales, cercanos a los grupos anarquistas, muy activos especialmente a partir del cambio de siglo, provoca una inevitable reacción entre los dirigentes liberal-conservadores, que no tienen más opción que comenzar a plantearse medidas sociales, como seguros sanitarios o sistemas estatales de pensiones. El canciller Bismarck es, curiosamente, el primer político en promover un sistema de seguridad social a gran escala, y el propio concepto de estado del bienestar proviene de la noción alemana del Wohlfartstaat, una noción de aquella época, que más apropiado sería traducir como «estado de la prosperidad». Al asumir los Estados servicios como como los de correos, transporte, sanidad, beneficencia, además de la enseñanza, el estado liberal se convierte, un tanto contradictoriamente, en promotor de una centralización del gobierno con una fuerte maquinaria gubernamental.
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También en el mundo de las ideas la producción es copiosísima y enormemente innovadora. Es un hecho incontestable que prácticamente todas las ideas básicas de la cultura del siglo XX se formularon antes de la Gran Guerra, y se puede afirmar que la innovación intelectual a lo largo de los sesenta o setenta años posteriores fue un simple desarrollo técnico de los conceptos y teorías elaborados en las dos o tres décadas anteriores a ella.
Los espectaculares avances en las ciencias básicas –algunas, como la genética tienen su origen en esta época–, suponen sin duda una nueva revolución científica. Esto resulta especialmente cierto