Pedro Casciaro. Rafael Fiol Mateos
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ADVERTENCIA
EN SEPTIEMBRE DE 2016, EL AUTOR me pidió que revisara el manuscrito de esta semblanza y aportara los cambios que estimara oportunos. Mientras me dedicaba a esta tarea, Rafael cumplió sus días en la tierra, pues falleció el 18 de diciembre de 2016, a la edad de ochenta y cuatro años. En esa circunstancia, pensé que lo mejor era completar el trabajo iniciado, como era su deseo, para que este escrito pudiera salir algún día a la luz. Por este motivo, se publica esta obra suya en una fecha posterior a su muerte.
En este tiempo, he revisado a fondo el texto, realizando algunos cambios en la redacción y en el contenido, aunque procurando respetar el estilo del autor y el material que había recogido. Doy las gracias a Rafael por haberme brindado esta oportunidad, que me ha permitido conocer mejor la figura de Pedro Casciaro, admirar sus cualidades —sobre todo su fe y su audacia— y alegrarme con sus ocurrencias y su brillante sentido del humor.
ÁLVARO VILLALOBOS SÁNCHEZ
Roma, 13 de mayo de 2018
1.
INFANCIA Y JUVENTUD
SUS PADRES
La madre de Pedro se llamaba Emilia Ramírez Pastor. Había nacido en Madrid el 22 de febrero de 1892. Era hija de Diego Ramírez Berguillo y de Emilia Pastor Pertegaz. Diego consiguió plaza como maestro en Torrevieja, una localidad de la provincia de Alicante. Los Ramírez Pastor «eran una familia modesta y muy religiosos»[1].
Emilia «era la mayor de tres hermanos», «mujer piadosa, dotada de amplia cultura y de fina sensibilidad»[2]. Conoció a Pedro Casciaro Parodi —su futuro marido— siendo aún niña, en Torrevieja, porque los Casciaro Parodi solían pasar allí los veranos, en la finca familiar Los Hoyos. Emilia se distinguió por estar siempre «muy enamorada de su marido»[3].
Este había nacido en Cartagena el 24 de marzo de 1889, hijo de Julio Casciaro Boracino y Soledad Parodi Boracino. «Pertenecía a una familia de origen inglés e italiano, afincada en Cartagena»[4], «con ideas liberales y republicanas, de buena posición económica y no muy practicantes»[5] de la fe cristiana.
Pedro Casciaro Parodi fue un apasionado historiador, interesado por la historia del arte y la arqueología. Trabajó en la Universidad de Murcia, hasta que ganó la cátedra de Filosofía y Letras del Instituto de Enseñanza Media de Albacete. En esa ciudad manchega desarrolló una amplia actividad profesional: fue vicedirector y director del Instituto, y director de la Escuela del Trabajo; dirigió importantes excavaciones arqueológicas en el municipio de Hellín; y fue el primer director y organizador del Museo Provincial de Albacete. En 1928 fue nombrado miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia[6].
DE MURCIA A ALBACETE
Situada en el sudeste de la península ibérica, Murcia es el centro de la comarca natural de la Huerta de Murcia, célebre por su tierra fértil. A principios del siglo XX su economía se basaba fundamentalmente en la producción agrícola de frutas y hortalizas, y en su exportación comercial. La ciudad está emplazada a orillas del río Segura y a cuarenta kilómetros del Mediterráneo, en línea recta.
Emilia Ramírez y Pedro Casciaro Parodi se casaron en Torrevieja el 20 de julio de 1914 y se instalaron en Murcia, donde Pedro era profesor del Instituto de Enseñanza Media y de la Facultad de Filosofía y Letras.
El 16 de abril de 1915 nació su primer hijo, Pedro, que fue bautizado a los nueve días en la parroquia de Santa Eulalia. Los siguientes diez años vivió en su ciudad natal, bajo la mirada atenta de sus padres. Realizó los primeros estudios en el Liceo de Murcia.
Tuvo dos hermanos: María de la Soledad y José María. María de la Soledad nació el 22 de mayo de 1919, pero falleció a los pocos meses, de modo repentino. José María[7] nació el 1 de noviembre de 1923, cuando Pedro había cumplido ocho años y medio. A pesar de la diferencia de edad, siempre estuvieron muy unidos[8].
«En septiembre de 1922, su padre había tomado posesión de la plaza de catedrático del Instituto de Albacete, a la vez que continuaba con su dedicación a la Universidad de Murcia y sus investigaciones arqueológicas, manteniendo el domicilio en Murcia. Aunque la distancia entre Murcia y Albacete es de ciento cuarenta y ocho kilómetros, para aquella época significaba mucho tiempo en desplazamientos»[9].
En septiembre de 1925, cuando Pedro tenía diez años, la familia se trasladó a Albacete para que él pudiera cursar allí el bachillerato. Los años de Pedro en Albacete quedaron marcados por el Instituto de Enseñanza Media, donde trabajaba su padre, y por las frecuentes visitas al Museo Provincial. Esto propició que prendieran en él, desde muy joven, la afición a la historia y una extraordinaria sensibilidad artística.
Como estudiante obtuvo las mejores calificaciones. En junio de 1930, a los 15 años, se presentó al examen de bachillerato en letras y logró la máxima nota. No contento con eso, en el curso siguiente se matriculó de las asignaturas correspondientes a la rama de ciencias y, en junio de 1931, se graduó en el bachillerato de ciencias con sobresaliente[10].
Gracias a la educación que recibía en casa y a las responsabilidades que se le confiaban, alcanzó prontamente un buen grado de madurez. Su hermano José María nos ha transmitido varios episodios sorprendentes de su adolescencia:
Tendría Pedro unos trece años cuando mi abuelo Julio le encargó el seguimiento, digamos logístico, del transporte de un numeroso lote de excelentes cerdos, que había comprado (el abuelo) en Extremadura. Estamos hacia 1928. En aquel entonces el traslado en camión debió de presentar serias dificultades técnicas y se hizo por tren. Por la distancia (quizás unos 600 kilómetros) había que hacer varios transbordos. En alguno de ellos la cosa se complicó. Cuando Pedro hizo las gestiones pertinentes con un jefe de estación, éste se negó a considerarle como interlocutor válido, por ser todavía un niño. Pedro sacó entonces sus recursos de energía y decisión, además de los papeles correspondientes, y el escrito del abuelo Julio autorizándole y encargándole de la operación. Ante la firmeza y el desparpajo del niño, el jefe de estación terminó por acceder a la gestión. Cuando Pedro se despedía, aquel hombre se quedó mostrando su mayúscula admiración[11].
Por aquellas fechas ocurrió otro suceso parecido:
El abuelo Julio era propietario del Balneario de San Pedro, en Cartagena. Estaba situado entre el barrio de Santa Lucía y la escollera del puerto (...). Había destinado los beneficios de ese negocio para los gastos domésticos de la casa de Los Hoyos, en Torrevieja, de modo que el administrador del Balneario debía rendir cuentas y liquidación a mi abuela Soledad. Pues resulta que dicho administrador llevaba una temporada sin cumplir debidamente con su oficio, por más que le mandara las correspondientes reclamaciones. Hasta que un día, la abuela Soledad decidió enviar al nieto a hacer una visita de inspección al Balneario y reclamar las ganancias, provisto de un escrito con su autorización y mandato. Pedro fue al Balneario, se entrevistó con el administrador, le obligó a mostrar cuentas, las revisó exhaustivamente y le recogió los fondos que había en la Caja del negocio (…). Se comprende el prestigio que alcanzó ante los abuelos y que, en la larguísima mesa del comedor, le adjudicaran su asiento a la derecha del abuelo, con la excusa de que era el nieto mayor[12].